Pulse, sangre y más

Vida
/ 19 junio 2016

Con la herida de Orlando aún sin sanar, nuestro colaborador reflexiona sobre las raíces culturales de la homofobia haciendo referencia los muxes y al Romeo y Julieta de Shakespeare

“Romeo.- ¿Tan poco adelantado está el día?”  
William Shakespeare en Romeo y Julieta

 

Leer lo no leído y releer lo conocido de Shakespeare y encontrarse, de pronto, con la noticia de un atentado más –uno más-, esta vez en Orlando, Florida. La masacre del bar gay Pulse: 50 muertos y cerca de 60 heridos.

Una siniestra coincidencia en el ámbito personal: la relectura de “Romeo y Julieta”, después de años de no visitar esta obra; la visión de un documental sobre los “muxes” [mushes] de Juchitán, Oaxaca, y esta matanza homofóbica perpetrada por un atractivo estadounidense de origen afgano, Omar Siddique Mateen.

Si no se trata, como se ha dicho, de un atentado terrorista del Estado Islámico, este hombre de 29 años podría ser uno de tantos homosexuales enmascarados que, al no poder aceptar su propia condición gay, arremeten contra quienes sí tienen el valor de asumirla, a pesar y a costa de todo.

Los muxes y este alarde de intolerancia criminal en Orlando trastornan cualquier interpretación convencional de “Romeo y Julieta”. ¿Por qué los protagonistas de la tragedia de Shakespeare no pueden ser dos hombres o dos mujeres? ¿Qué arcaica tradición obliga a los seres humanos a pretender que “el amor” tiene que ser heterosexual?

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Si no contemplo de manera errática el horizonte cultural de la humanidad, esa tradición se nutre de una raíz judeocristiana o, en cualquier caso, permea todas las religiones monoteístas. En la Biblia, por ejemplo, la homosexualidad es condenada varias veces absoluta y categóricamente; se la denomina “el pecado nefando”, esto es, “abominable, execrable, ignominioso, infame, perverso, vergonzoso”, según WordReference.com.

Siempre fue inevitable disociar las creencias religiosas de la vida social laica: los dioses o la Divinidad han penetrado las todas las culturas y sociedades hasta la médula. Parece inevitable: en algunos países legalmente se jura decir “la verdad y nada más que la verdad” colocando la mano sobre la “Santa Biblia”.

En Inglaterra la homosexualidad fue tolerada desde el punto de vista del Derecho sólo a partir de 1967, el año –nada menos- en que The Beatles crearon “El Sargento Pimienta”. Oscar Wilde –una víctima, un chivo expiatorio de la época victoriana- es uno de los muchos personajes que aparecen entre la multitud de la portada del álbum, diseñada por Peter Blake.

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Recuerdo que en la adolescencia vi en un periódico la fotografía de una gran manifestación en Londres: muchos hombres y mujeres portaban pancartas y mantas y alzaban los puños. En una de las mantas se había escrito: “Liberen a Oscar Wilde!”. Leía entonces “El retrato de Dorian Gray” y la biografía de Oscar, escrita por Hesketh Pearson, que la antigua colección Gandesa publicara años atrás.

¿“Liberen a Oscar Wilde”? A los trece años no comprendí del todo esa exigencia. Pero si Wilde murió en noviembre de 1900, en París, execrado por la sociedad británica… ¿De qué había que liberarlo si ya estaba bien muerto? Muy poco después entendí la profundidad de tal demanda: a fuerza de porrazos, escupitajos y sarcasmo, la propia sociedad me lo dejó bien claro.

¿Quién es culpable o responsable de que exista la homosexualidad? Por supuesto no lo es el mismo o la misma homosexual. ¿Lo es la familia? ¿Una madre sobreprotectora o un padre tiránico? Eso sugieren los psicólogos… ¿Se trata de un asunto genético? Si somos tan religiosos, si las sociedades están tan compenetradas de “lo sagrado”, ¿habrá que atribuir la responsabilidad a Dios?

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Si en una cultura hipotéticamente “primermundista”, como la que representan los Estados Unidos de América, suceden atentados como el del Bar Pulse, en Orlando, ¿qué esperar de los países “en vías de desarrollo”, donde ser homosexual es un crimen, una “abominación execrable y nefanda” que requiere del exterminio?

Paradójicamente, en Juchitán un muxe es, si no elogiado, al menos respetado, como se supone debiera ser respetada toda forma de vida, inteligente o no. Vestidas, maquilladas o al natural, los muxes pueden vivir libres del ominoso maltrato y la dolorosa marginación o persecución de que un homosexual es víctima en casi todo el territorio mexicano. Pero…
Tampoco ellos pueden aspirar a configurar una “familia normal” o una pareja. En los documentales que se han hecho en torno de los muxes –el de Alejandra Islas Caro, por ejemplo-  queda claro que tampoco ellos están plenamente dentro del círculo de la “normalidad”: los hombres –“heterosexuales”- suelen explotarlos de cualquier manera; la comunidad los quiere, sí, pero los quiere solos, so-los; y no tolera del todo a las vestidas, como en cualquier parte…
Hay en el mundo una abierta aversión a la transgresión. No podemos con ella. Y un hombre vestido de mujer parece mucho más aberrante que una mujer vestida de hombre: ¿por qué? Supongo que el hombre –representante de La Masculinidad- se siente directamente agraviado, ultrajado. En un país como México esto adquiere tintes en verdad dramáticos:

Romeo debe ser un macho hecho y derecho; Julieta, una hembra virgen. No hay qué hablar más del asunto. Las cosas son así desde que el mundo es mundo. En México un hombre debe saber escupir, rascarse la bragueta, hacer descansar el peso de su cuerpo sobre una sola pierna, ladearse el sombrero o la gorra, jugar futbol, odiar el color rosa, en fin. Aunque, en la clandestinidad, una multitud de mexicanos ejercen el sexo con homosexuales y no siempre a cambio de dinero, como suele ocurrir.

¿Cómo así? Nadie lo sabe pero es así. El mismo Mateen –el criminal de Orlando- frecuentaba ese bar gay y otros, pero se decía heterosexual… (¿Dónde habré escuchado eso?). El tipo terminó asesinando aquello que no se atrevió a aceptar por miedo, por vergüenza, por lo que sea. Es decir, son otros los culpables de mi cobardía y mi pusilanimidad.

Shakespeare es autor de una colección de apasionados sonetos que se podrían adscribir a alguna categoría de la literatura –la digamos “gay”-, pero escribió también “Romeo y Julieta”, cima del drama amoroso heterosexual. ¿Y si se hubiese tratado de “Romeo y Julio”? ¿Los londinenses habrían asesinado a todo el elenco, a los tramoyistas y al propio autor? Es posible, si pensamos en lo que hicieron a Wilde.

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