A veces creo que no nací para ser madre ¿Te ha pasado a ti también?

Vida
/ 23 septiembre 2016

Estoy convencida de que ir paso a paso es la forma en la que debemos sobrevivir la maternidad. Necesitamos ser reales y vulnerables e imperfectas entre nosotras en vez de simular lo más que podemos que somos perfectas

Hoy hablé con tres madres en tres etapas distintas de la maternidad. En todos los casos hubo empatía; dije “entiendo, ya me pasó, será más fácil luego” dos veces, y en una ocasión, “entiendo. Espero que mejore para nosotras dos”.

El hecho es que ser madre es difícil. MUY difícil. Sin duda alguna es lo más difícil que ya hice. Y últimamente vengo viendo a gente de mi edad o más joven que yo que espera a su primer hijo con una esperanza idílica y un entusiasmo gozoso y me da una sensación de hastío, de pensar “no tienes ni idea de lo que se te viene, amiga”.

Pero yo era esa misma joven alegremente ingenua hace menos de seis años. Mi hija mayor iba a nacer en Navidad y yo tenía esas visiones idílicas de acunar a mi dulce recién nacida bajo el brillo tenue de las luces de Navidad. No tenía la menor de lo que se me venía encima. No sabía que no se dejaría arrullar, de que me dolería todo el cuerpo o que sus horarios de sueño erráticos me harían tener miedo a quedarme dormida… que el agotamiento me tomaría al punto de ponerme a sollozar porque “¡Tenemos que quedarnos con ella 18 años!”.

Recuerdo ver venir a una vecina que me contó que estaba bien si no me duchaba las primeras dos semanas; pensé “¡Dios la bendiga!” y lloré en el momentito de camaradería que había encontrado en mi nuevo estado de desesperación. Recuerdo sentir que no tenía ningún tipo de preparación, sentir miedo y sentirme sola después de pasar de un trabajo de tiempo completo y estudios a un cronograma de madre las 24 horas. Me acuerdo de pensar que no debía estar hecha para ser madre mientras mi beba lloraba y yo lloraba sin tener idea de qué hacer y deseando poder ponerla de vuelta en mi panza.

Una mañana entre las fiestas de navidad y año nuevo, después que naciera mi hija mayor, estaban mis suegros de visita, y tras un intento fallido y particularmente duro de arrullarla bajé la escalera llorando y le pasé a mi hija a mi suegra. Nunca la había visto mostrarse muy emocionada y sin duda ella, madre de siete hijos y ama de casa ideal, me juzgaría aunque sea por un breve instante mientras yo renunciaba por un momento para permitirme llorar. Pero aquella mañana, lo que vi en la mirada de mi suegra no fue un juicio, sino lágrimas; ella acunó con amor a mi beba y me dijo en voz baja: “Es muy difícil”.

Esa simple frase valía más que mil palabras, porque había encontrado empatía, amor y comprensión, lo que por un momento derritió todos mis miedos de fracasar y los reemplazó por un lazo que ahora compartía con millones de mujeres que habían hecho lo mismo antes que yo.

En las semanas siguientes tuve que luchar contra la depresión posparto y no hablé mucho del tema, pero cuanto más discutía cómo me sentía con mis amigas, más me daba cuenta de que no estaba para nada sola y que todo lo que había pensado y sentido ya había sido pensado y sentido por lo menos por otra mujer en la que confiaba, a la que respetaba y quería.

Y de alguna forma atravesamos la etapa de recién nacida, la de beba y niña pequeña, de alguna forma sumamos a otros dos niños y pronto vendrá otro más a nuestra pequeña familia, de alguna manera esa recién nacida que gritaba con la cara violeta y no se dejaba arrullar esta noche se sentó a la mesa en casa y se comió dos porciones de pollo frito con arroz al cuarto día de entrar a primer grado… y de alguna forma sigo sin saber qué estoy haciendo. De alguna forma, sigue siendo lo más difícil que hice todos los días de mi vida.

Empecé a creer que en nuestra era de Instagram y Facebook —en la era de los videos con los mejores momentos que creemos que son la vida real de la gente—, muchas veces no logramos compartir las verdades brutales, desgarradoras y lacrimosas de la maternidad, y eso nos hace sentir que nuestras luchas y defectos no son cosas en común con otro, cuando en realidad necesitamos acercarnos para hablar de esas cosas de forma vulnerable y dispuesta.

Sí, por supuesto que la maternidad trae momentos maravillosos y un orgullo, un amor y una dicha como una nunca sintió en toda su vida. Sí, la maternidad trae momentos tan gratificantes y plenos que una puede quedar completamente convencida de que es para eso que la pusieron en la Tierra, y no, no cambiaría a mis hijos por nada del mundo.

Pero entre esos fragmentos de belleza impresionante, alegría y felicidad hay momentos igual de impresionantes de temor, incertidumbre y frustración que pueden consumirla a una por completo. Esto no le ocurre a una sola persona, por más que se de en épocas diferentes, y creo que haríamos bien en compartirlo de vez en cuando, para permitirnos ser vulnerables y humanas como madres, pedir ayuda cuando la necesitemos y ofrecer apoyo cuando estemos en condiciones de darlo.

Una de mis frases favoritas de una de mis personas favoritas calza como un guante para este momento, si bien en rigor habla más sobre la vida que de la maternidad. Una vez, el Elder Jeffery R. Holland dijo: “Si a veces cuanto más lo intentes, más difícil se pone, ánimo. Lo mismo les pasó a las mejores personas de la Tierra”.

Hay días en los que siento que la maternidad me está devorando viva y que no importa cuánto intente mejorar, me da la impresión de que no logro avanzar; pero qué reconfortante es saber que hubo muchas antes que yo que tuvieron dificultades similares y aun así criaron con éxito a niños increíbles. Incluso cuando estamos pasando por ese momento, podemos ofrecer amor, empatía y apoyo a las que atraviesan etapas que nosotras ya dejamos atrás y al mismo tiempo ver a quienes ya atravesaron la etapa en la que andamos teniendo problemas.

Estoy convencida de que ir paso a paso y de la mano es la forma en la que debemos sobrevivir esto de la maternidad. Necesitamos ser reales y vulnerables e imperfectas entre nosotras en vez de simular lo más que podemos que somos perfectas y juzgar a las demás aunque a todas nos cueste tomar cada decisión que tomamos como madres.

Algún día, cuando los recordemos, esos momentos maravillosos brillarán mucho más que todas las dificultades que surgieron entre ellos; habrán sido los mejores días de nuestras vidas… y quizás los más duros. Y si tenemos mucha suerte, incluso tras luchar y fracasar y fallar tantas veces, puede que seamos las mejores personas del mundo para nuestros hijos. Pero hasta entonces, aquí estoy, luchando y —con más frecuencia de lo que pensamos— teniendo éxito junto a ustedes.

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