“1917”, la gran hazaña técnica y una gran historia de Sam Mendes

Cine
/ 11 enero 2020

Para la película “1917", de otro gran director, Sam Mendes, empleó tecnología de punta acompañada de la mejor cinematografía, cortesía de Roger Deakins.

Este es un buen momento para aquellos interesados en la Primera Guerra Mundial, especialmente si son cinéfilos. Hace un año el director Peter Jackson usó la tecnología más avanzada disponible para dar nueva vida a las imágenes originales de la guerra de hace un siglo y una impactante inmediatez en “They Shall Not Grow Old” (“Jamás llegarán a viejos”)

Ahora la película “1917", de otro gran director, Sam Mendes, empleó tecnología de punta acompañada de la mejor cinematografía, cortesía de Roger Deakins, para darnos una mirada diferente, aunque igualmente convincente, de esa guerra cruel, a través de los ojos de dos soldados ordinarios con una misión extraordinaria.

El toque especial aquí, como quizá ya han escuchado, es que “1917” parece haber sido filmada en una sola toma sin remiendos, o si acaso dos tomas, donde se ve claramente que hay una transición en el tiempo. En realidad hay decenas de cortes, pero fueron ingeniosamente ocultos por el director Lee Smith, y la toma más larga dura solo ocho minutos.

Sí, es una impresionante hazaña técnica. Uno podría considerar también que es un artilugio, o al menos un método que amenaza con distraer la atención de los espectadores, pero resulta ser un estilo muy cinematográfico y enormemente efectivo al presentar esta historia en particular de la manera más visceral posible.

Se trata del relato, inspirado en las historias que Mendes escuchó de su abuelo, quien peleó cuando era adolescente, de dos jóvenes aterrorizados que claramente no están preparados para hacer lo que les han pedido. ¿Pero realmente QUIÉN estaba preparado? Eran apenas unos chicos. Si en el documental de Jackson la visión más sobria de todas era la de esos rostros aterrados _ muchos de adolescentes mintieron sobre su edad para poderse enlistar en el ejército _ esos rostros conmocionados cobran vida en “1917” en los cabos Schofield y Blake, George MacKay y Dean-Charles Chapman, actores relativamente nuevos elegidos así para reforzar la idea de que estos eran hombres ordinarios peleando.

La acción comienza en la tarde del 6 de abril de 1917 en el norte de Francia. Schofield y Blake descansan bajo un árbol cuando un oficial le ordena a Blake “elegir a un hombre y llevar su equipo”, no se sabe por qué. Blake elige a Schofield y los dos se dirigen a la trinchera. Al caminar la cámara abre la toma y podemos ver el campo lleno de soldados, la mayoría descansando, conversando, fumando, lavando su ropa.

En la trinchera el general Erinmore (interpretado por Colin Firth, uno de varios astros británicos, incluyendo a Benedict Cumberbatch, Mark Strong y Richard Madden, que tienen breves cameos) les describe su misión. De inmediato queda claro por qué fue elegido Blake, su hermano mayor es parte de un batallón que planea atacar a la mañana siguiente a los alemanes, que aparentemente están en retirada. En realidad los soldados británicos, 1,600, se dirigen a una trampa y sufrirán una pérdida catastrófica a menos de que sean detenidos. El enemigo cortó todas las vías de comunicación, “no tienen idea de en dónde se están metiendo”, dice Erinmore secamente.

La misión de los dos cabos es entrar en el frente a pie para advertir al batallón que espera en el bosque cerca del pueblo de Ecoust. Su único equipo son mapas, granadas, un poco de comida y una pistola de bengalas que les da en un breve momento de ligereza el teniente Leslie, comandante de los Yorks (un maravillosamente irónico Andrew Scott de “Fleabag”), quien está bastante seguro de que no podrán sobrevivir.

Al salir de las trincheras e internarse en el peligroso territorio, abandonado, desolado y lleno de cadáveres de hombres y caballos, se conocen mejor. Blake, de 19 años, es el menor, platicador, gracioso, sabe leer bien mapas y siempre tiene una historia que contar. También está ilusionado con la gloria en el campo de guerra, y aspira a tener una medalla. Schofield, quien es unos años mayor tiene un poco más de experiencia, habla menos, es más estoico y también más cínico. Ganó una medalla, pero la cambió por una botella de vino francés.

Viajamos con estos dos jóvenes mientras atraviesan un paisaje dantesco, a veces tropezándose con cadáveres hinchados, corriendo junto a un esqueleto blanqueado por el sol o un cadáver quemado atrapado en alambre de púas. La cámara suele seguirlos por detrás compartiendo su aventura en tiempo real. Entramos en una trinchera alemana recientemente abandonada donde los chicos se maravillan con el hecho de que incluso las ratas ahí son más grandes que de su lado. Sobreviven a explosiones y casi los aplasta un avión que es derribado, entre otras tantas cosas.

Ambos actores son muy atrayentes. MacKay en especial tiene una actuación revelación que de alguna manera se siente contemporánea y atemporal a la vez. Se podría decir que su Schofield es un héroe a regañadientes, pero puesto así no parece capturar suficientemente la esencia de un joven que no eligió su destino, “¿Por qué me elegiste a mí?”, le reclama a Blake en algún momento, pero lenta e irremediablemente se pone a la altura de las circunstancias con una determinación y certeza nacida de la pura necesidad. Seguramente el rostro de MacKay se quedará grabado en muchos.

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Tampoco olvidarán un momento de belleza pura que se materializa repentinamente en medio del terror: La noche en un pueblo francés en ruinas alumbrado por un enorme incendio a la distancia, mientras la música de Thomas Newman suena de fondo.

Para el final es probable que a uno se le olvide que comenzó la película tratando de ser más listo que los cineastas y encontrar los trucos detrás de la magia técnica. La vieja magia de la buena narración que nunca pasa de moda se apodera de la cinta. Mendes le hizo justicia a las historias de su abuelo.

1917”, un estreno de Universal Studios, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años vayan acompañados de un tutor) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por “violencia, imágenes perturbadoras y lenguaje”. Duración: 119 minutos. Cuatro estrellas de cuatro.

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