Cincuenta sombras de Trump

Politicón
/ 23 abril 2018

WASHINGTON, DC – La semana pasada fue muy inusual para lo que ha sido el gobierno del presidente Donald Trump. No hubo ningún despido de alto nivel: la única partida de cierta monta fue la del auxiliar de la Casa Blanca para la seguridad nacional, quien tuvo que irse a instancias de John Bolton, recién asumido como tercer asesor de seguridad nacional de Trump en quince meses. Sin embargo, puede que haya sido la semana más turbulenta de la presidencia de Trump hasta ahora.

La designación de Bolton dejó a muchos en Washington temiendo que refuerce las ideas más agresivas de Trump, por ejemplo, anular el acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear de Irán. Pero hubo muchas conjeturas en torno a que el secretario de defensa James Mattis logró imponerse a Bolton (un supuesto experto en los manejos de la burocracia) respecto del alcance del ataque militar en Siria en represalia por el reciente uso de armas químicas por el gobierno de Bashar al-Assad contra su propio pueblo. Al final, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia se limitaron a atacar presuntas instalaciones de producción y almacenamiento de armas químicas.

En el Senado hay dudas sobre la conveniencia de designar como secretario de Estado a Mike Pompeo (un halcón antimusulmán y antirruso) en reemplazo de Rex Tillerson. Y con Bolton ya afincado en el Ala Oeste, hay consenso en que lo único que se interpone entre Trump y el abuso de la fuerza militar es Mattis (partidario del acuerdo con Irán).

De los últimos cambios de personal de Trump, el más peculiar (dentro de una lista de expulsiones cada vez más larga) fue despedir a David Shulkin de la dirección de la mastodóntica Administración de Veteranos, y nominar para el cargo a su médico personal. Se cree que la cantidad de nominaciones pendientes para puestos de alto nivel antes de las elecciones legislativas intermedias de noviembre es una de las razones de la renuencia de Trump a despedir a su designado más controvertido, Scott Pruitt, jefe de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Detrás de la determinación de Pruitt para deshacer los logros de la EPA en reducción de la contaminación del aire y el agua, especialmente normas adoptadas durante la presidencia de Barack Obama, asoma el resentimiento de Trump hacia el expresidente. Además, las grandes industrias contaminantes están entusiasmadas con Pruitt.

El problema es que en una administración llena de bribones y expertos en aprovechar vuelos en primera clase y otras comodidades a costa de los contribuyentes, es probable que Pruitt se lleve la palma. Trump está entre despedirlo y mantenerlo, y los observadores aprendieron a no tratar de predecir las acciones del presidente, ni en lo referido a políticas ni a personal.

Eso también se aplica a la pregunta más álgida: la de si Trump buscará poner fin a la investigación de la presunta conspiración entre él o su equipo de campaña y Rusia para tratar de inclinar la elección de 2016 a su favor. Cada vez hay más pruebas de que esa colusión existió. Según muchos observadores, Trump se hizo a la idea de que despedir al fiscal especial Robert Mueller, que encabeza la investigación, no caería nada bien. Los hasta ahora apáticos congresistas republicanos, aterrorizados por Trump y su base de simpatizantes devotos, están empezando a mostrarse más decididos a aprobar una resolución que proteja a Mueller, quien cuenta con el apoyo mayoritario de la opinión pública.

Pero Trump y sus aliados más cercanos en el Congreso siguen tratando de embarrar la investigación con calumnias contra el FBI que la lleva a cabo y contra los funcionarios del Departamento de Justicia que supervisan el trabajo. Trump insinuó intenciones de despedir al fiscal general auxiliar Rod Rosenstein, de quien depende la investigación. El presidente sigue furioso porque el fiscal general Jeff Sessions, el único partidario que tenía Trump en el Senado a inicios de la campaña en 2016, se excusó de participar en la investigación.

Cuando a Trump algo lo fastidia mucho, el enojo le dura, y lo exhibe en formas inesperadas. Parece que nada lo enfureció tanto como el inédito allanamiento que hizo el FBI el 9 de abril en la oficina, la casa y el cuarto de hotel de Michael Cohen, su principal abogado y negociador personal. La causa manifiesta del allanamiento fue que Cohen estuvo involucrado en los aspectos más escabrosos de la carrera pública de Trump. Pero es posible que también haya estado implicado en una conspiración de 2016 con Rusia, y sus negocios personales también están bajo la lupa.

Desde enero también parece posible que la ruina de Trump no sean los presuntos tratos suyos y de su equipo de campaña con Rusia, sino una despampanante estrella del cine para adultos, de nombre profesional Stormy Daniels (su nombre real es Stephanie Clifford). Daniels y su decidido abogado no le tienen miedo a Trump, por quien Cohen acordó pagar a Daniels 130 000 dólares poco antes de la elección para que no hablara de su efímera relación con Trump (sucedida al principio del matrimonio con Melania Trump y cuatro meses después del nacimiento de su hijo Barron).

Una de las dudas en torno del acuerdo es si los 130 000 dólares (que Cohen afirma que pagó de su bolsillo sin que lo supiera Trump) constituyeron una donación ilegal a la campaña. Otro misterio es por qué Trump (a quien no le preocuparon tanto revelaciones de una aventura más larga con una exmodelo de Playboy, más o menos por las mismas fechas) parece tenerle terror a Daniels. Incluso se negó a emitir comentarios o tuits acerca de ella (algo raro en él).

Terminando la semana, la ira de Trump halló nuevos motivos, al difundirse fragmentos de un libro de memorias de James Comey (exdirector del FBI, cuyo despido por Trump llevó a la designación de Mueller). Trump calificó a Comey de “rufián incapaz y mentiroso”; y como ya sucedió antes, sus ataques al autor de un libro que no lo trata bien lo catapultaron a la cima de los superventas incluso antes de su lanzamiento oficial. Puede que el ataque en Siria haya desviado la atención pública de los escándalos de Trump por poco tiempo, en vista de la alta visibilidad que tendrá la próxima gira de Comey para promocionar su libro. Pero hay una creciente sensación de que lo que Mueller va camino de encontrarle a Cohen puede ser el mayor peligro de todos para el presidente.

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