El lunes después del ‘Blue Monday’

Politicón
/ 23 enero 2018
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La semana pasada sufrimos de lo que se ha venido popularizando en años recientes como “blue monday” (lunes triste), una fecha señalada en el calendario como la de menor índice de regocijo en todo el año.

Se trata del tercer lunes de enero y si bien, la designación carece por completo de rigor científico, tampoco le faltan razones para cobrar mucho sentido.

Concebido originalmente como una estrategia publicitaria para una agencia de viajes, el “blue monday” considera como variables nuestros niveles económicos, ambientales y motivacionales que, siendo honestos, tras las fiestas decembrinas son de lo más bajos: Nuestras finanzas personales son un desastre, el frío y los días cortos nos restan entusiasmo y ganas de lo que sea (válido sólo para el hemisferio norte),  los propósitos se ven lejanos, como la cresta al pie de la montaña, y el próximo Maratón Lupe-Reyes está a un año de distancia. Súmele el factor “lunes” y tendrá, en efecto, un auténtico coctel para la miseria.

Carecerá como ya le digo de toda validez para la ciencia, pero estoy seguro que hasta los hombres de bata blanca se achicopalan por estos días.

-¿No vas a analizar hoy tu cultivo en la caja petri?

-¡Nah, pa’ qué, si de cualquier modo todos nos vamos a morir!

Quienes no se acongojan -obvi- son nuestros representantes legislativos, pues están dotados con fuertes defensas contra la depresión invernal y la temible cuesta de enero.

Pasa que nuestro sistema es tan previsor que, anticipando un eventual bajón en el ánimo de los diputados fuese de un momento a otro a paralizar la actividad parlamentaria (chispa esencial de la vida pública de una sociedad), se decidió inocularlos con sueldazos y prestaciones de primer mundo.

Funciona a manera de vacuna: Después de cobrar las primeras quincenas (más ayudas, vales, viáticos y partidas por comisión), y darse una vida que, dado su nivel intelectual, jamás habría soñado, el diputado comienza a cuestionarse sobre el significado de la existencia.

Tras haberse comprado todo lo esencial y luego de haber saciado sus caprichos más superfluos, el legislador hastiado de los bienes materiales que cada vez dejan un mayor hueco en su alma, cae en depresión profunda (se sufre, cómo no) de la que larga y penosamente, y no sin algo de suerte, se recuperará (no todos, algunos quedan sumidos en el desencanto).

Y así, una vez llegado el Blue Moonday el diputado ya ni se despeina y a la diputada no se le corre ni el rímel. ¿Por qué? Porque ya atravesaron un penoso viaje por las simas más profundas y tortuosas del alma. El Blue Monday dichoso se las interpela por completo y la actividad legislativa de los estados y de la Nación queda garantizada.

¡Wow! ¿Pero qué hacen nuestros diputados para desquitar este perfeccionamiento espiritual logrado a billetazos? ¡Cuidar nuestros intereses, of course!

Mire cómo lo hacen: Recién designaron como Tesorero del propio Congreso a Héctor Julián Montoya. ¿A quién?

En efecto, el nombre no nos dice nada, pero quizás sí el cargo en el que se desempeñó durante la infame gestión de Rubén Moreira: Titular de Egresos y de Administración de la Secretaría de Finanzas, dependencia sobre la que recaen todas las dudas, sospechas y señalamientos de la Auditoría Superior por el pago de servicios a empresas fantasma.

Sin necesidad de ser la fracción más nutrida del Congreso, el PRI sigue haciendo su voluntad y adjudicándose las mejores posiciones"

Vamos, que los diputados locales no acaban de premiar a los artífices de la catástrofe financiera del Estado, sino que además les refrendan la vigencia y las facultades dentro del servicio público, no obstante deberían en cambio estar respondiendo todos los señalamientos mencionados y transparentando las cuentas estatales.

Pese a todo, ese, lamento decirle, no es el ángulo de la nota, sino que la aprobación del personaje en cuestión fue aprobada por los diputados del PRI -claro está-, pero también por los que se dicen ser de oposición (PAN, PRD y MORENA)  que al día de hoy son mayoría.

Es decir, aun sin necesidad de ser la fracción más nutrida del Congreso, el PRI sigue haciendo su voluntad y adjudicándose las mejores posiciones.

El Congreso se trae además, por unanimidad de fracciones, una investigación contra diversos ex alcaldes, identificados como opositores al régimen gubernamental.

Y nadie se opone a dicha indagación, pero en un Estado en el que investigaciones de muchísima mayor relevancia se han desechado, pese a que involucraban a funcionarios de primer orden, las pesquisas orientadas a estos municipios se antojan mera revancha política, que no es sino una forma de represión propia de los regímenes totalitarios.

Me gustaría, como ya es usual en estos casos, eximir a los diputados priistas de este comentario, pues ellos son perversos y sabemos de lo que van, navegan orgullosamente con el escudo de su partido cual bandera de pirata.

Pero los cretinos que se dicen de oposición y en cambio apuñalan a quienes creyeron en ellos cada vez que colaboran con el priato y que, a pesar de ser mayoría les facilitan todo que se salgan con la suya, esos sátrapas con sangre de Judas son todavía peores.

La oposición no existe en Coahuila, del color que sea, cualesquiera que sean sus siglas. Todos están contaminados por el mismo agente de la corrupción y la complicidad.

Eso sí, todos ganan lo suficiente como para vivir libres de remordimiento y depresiones.

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