En el periódico VANGUARDIA Saltillo hicieron falta ellas

Saltillo
/ 10 marzo 2020

El disfraz de súper héroe con el cual buscamos vestirnos los hombres ante cualquier adversidad se reveló inservible este lunes, ante la ausencia de nuestras compañeras en la redacción de VANGUARDIA. No fue "un día normal", ni "un día cualquiera". Fue un día en el no pudimos, por más que lo intentamos

Las mujeres no vinieron a trabajar. Y se notó. Y se sintió.

Los hechos nos golpearon con rudeza y obligaron a confrontar una realidad de la que ahora somos conscientes porque la vivimos: sin ellas no podemos sostener la actividad de la redacción porque su trabajo no es un complemento del nuestro, sino una porción del todo, con valor propio e independiente.

Suriel y yo lo resentimos temprano, al grabar el episodio semanal del podcast “Señor Presidente, yo tengo otros datos”. Kowanin y Karla no estuvieron en sus lugares habituales, pero sus ausencias no pesaron por las sillas vacías, sino por lo que evidenciaron de forma puntual: sin su presencia el podcast, más allá de ser diferente, no tiene sentido porque acusa un déficit irremediable de perspectiva.

Apenas concluir la grabación, Armando, nuestro director general, resumió la realidad de forma inmejorable: “necesitamos subir más notas, estamos muy bajos en producción”, dijo tras saludarnos.

“Pues es que eso somos sin las mujeres que, además de integrar, lideran el equipo responsable de generar el contenido de nuestro sitio web”, reflexioné más tarde, mientras rebotaba ideas con Suriel para “compensar” la carencia de contenido e intentar “ponernos las pilas”.

Poco después del mediodía, Humberto, el editor de VMás, diría en voz alta, como si sólo quisiera deshacerse de la idea expulsándola por la boca: “ya es tarde y no hay nadie en diseño. No sé a qué hora vamos a cerrar”. Y es que en el equipo de diseño editorial la mitad son mujeres. Y justo una diseñadora es quien arranca temprano la jornada con las páginas de esa sección.

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UN AMBIENTE SILENCIOSO

Los acordes de una pieza de salsa, interpretada por Óscar de León, irrumpieron en la sala. El responsable era Felipe quien, con su habitual socarronería, anunció que estaba creando una playlist conmemorativo del Día sin Mujeres.

El chiste ácido arrancó risas aquí y allá.

Habitualmente, un hecho como éste no habría obligado a voltear a toda la redacción, pues el ambiente es colonizado por un bullicio endémico en el cual se mezclan, sin orden ni concierto, las voces de quienes hablan por teléfono; la reproducción de la grabación de una entrevista; la discusión entre un editor y un reportero; el chiste que alguien suelta sólo porque sí; la machacona reiteración de las noticias en la TV; los acordes mecánicos de la impresora.

Pero esta vez la redacción había sido conquistada por el silencio. Casi todo mundo pasó la jornada concentrado en su trabajo, con pañuelos morados en señal de apoyo en la cabeza, el cuello, la muñeca, el antebrazo.

Daba la impresión de que intentábamos apresurar las horas. El silencio denotaba una cierta incomodidad generalizada… de la que nadie hablaba.

Y PUES NO PODÍAMOS

Todos sabíamos que ellas no vendrían. Lo que ocurría no era sorpresa para nadie, porque la empresa anunció formalmente que respaldaría el movimiento desde el principio.

Pero seguramente todos creímos que, a pesar de eso, sería “un día normal”. Al fin y al cabo, ya hemos hecho ejercicios que implican contar solamente con la mitad del personal en la redacción.

Seguramente a todos nos cruzó por la cabeza que “no pasaría nada”, y lograríamos desarrollar sin contratiempos todas las actividades que implica hacer dos periódicos, administrar una página web, distribuir y monitorear contenidos en redes sociales, mantener bajo control el vértigo de la información en tiempo real.

Pero no era cierto.

Todos intentamos actuar con normalidad, sin duda. Pero se percibía un cierto desconcierto en el equipo. Y es que, en el fondo, la ausencia femenina estaba cuestionando el estereotipo de súper héroe con el cual intentamos vestirnos los hombres cuando nos crecemos ante cualquier reto: “¿cómo chinga’os que no voy a poder?”.

Y lo cierto es que no podíamos. Nadie lo dijo en voz alta y no sé si se lo propusieron así las mujeres, pero su decisión de parar también provocó un impacto seco debajo de la línea de flotación de nuestro orgullo “machista”.

No podemos sin ellas. Fue evidente. Pero tiendo a creer que hubo un acuerdo tácito entre nosotros a lo largo del día: realizar el mayor esfuerzo por concluir la jornada sin confesarlo.

 

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