Narran migrantes su calvario; hallan tranquilidad en Saltillo
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Dos historias diferentes pero el mismo sueño, el mismo sufrimiento. Las mismas ganas de salir adelante es lo que arrastran quienes salen de su país en busca de una mejor calidad de vida huyendo de la miseria y muerte a la que son condenados por las pandillas que dicen, son más “salvajes” que los miembros del crimen organizado. Miles de los que abandonan familias ya no regresan y jamás se vuelve a saber de ellos; o son víctimas de los Maras o son reclutados y asesinados por el narco en México; otros quedan en el camino destrozados por la “bestia” y en el mejor de los casos, amputados. Son los migrantes, esos seres “invisibles” a los que casi nadie ve y son tratados como delincuentes.
‘Te quiero mucho; no llores por mí’ En este año José Alberto ha salido de Guatemala dos veces, primero fue en enero y después en septiembre, ésta última vez prefirió no decirle a su madre ni a su abuela —con quien se había quedado a dormir una noche antes—, no quiso preocuparlas, pero no dejó que lo encontraran por casi dos meses.
Hace poco, este muchacho de 15 años se avalentó y marcó a casa de su familia. Desde entonces, su madre cada vez que lo escucha por la bocina llora porque lo extraña. Él ya no quiere hablarle aunque irónicamente no se despega del teléfono.
La primera vez que salió de Guatemala rumbo a Estados Unidos, José Alberto únicamente llevaba en su cartera lo suficiente para el pasaje en autobús. Ese invierno lo acompañaba una de sus amigas, hasta que fueron descubiertos por Migración antes de entrar a la ciudad. El muchacho tiene bien presente que estuvo encarcelado durante un mes y medio hasta que fue repatriado para Guatemala, pero no se cansó y lo volvió a intentar…
Hace un par de meses salió de casa con uno de sus primos. Sólo cargaba una mochila, su cartera y una sudadera, quería viajar ligero para no llevar mucho peso para cuando llegara a Estados Unidos.
“Me he salido de mi país por situaciones de la vida, por problemas en la familia, en la calle”. Quiere encontrarse con sus hermanos que viven desde hace tiempo en Virginia, al noreste de Estados Unidos.
La experiencia más cruda por la que ha pasado José Alberto ha sido viajar en el tren, donde ha soportado días sin comer, fríos que casi le cristalizan los huesos, el miedo de caer o ser víctima de las pandillas de los Maras, “es muy feo eso, porque donde no hay casas uno no tiene a dónde ir a pedir”, dice.
José Alberto recuerda que la Navidad que pasó el año pasado cenó tamales, ponche de frutas, quemaron pólvora pero estas fechas le recuerdan también que el dinero no alcanza para todo, como para los regalos.
“Allá casi no hay trabajo ni tampoco dinero, ¿con qué los compra uno? Ya nos conformamos con matar un cerdo, hacer gallinas horneadas, comer tamales… pero no tenemos regalos”, dice resignado.
A unos días de celebrar la llegada de Navidad le gustaría hablar con su mamá, decirle lo mucho que la extraña, aunque no la quiere escuchar llorar.
“Ya no le quiero hablar a mi mamá porque cuando me escucha, llora, y no quiero que se ponga triste por mí. Yo la quiero, por eso me voy”, remata.
Pasará la Navidad solo y en la calle
Jeyson Fernando Sánchez, cree que esta Navidad la pasará solo y en la calle, a menos de que su papá le envíe dinero desde Estados Unidos para alquilar un cuarto de hotel. El último regalo que recibió en estas fechas fueron dos chamarras, una camisa y un pantalón que le entregaron nuevos en la Casa del Migrante, donde duerme desde hace unos días. Antes de estos obsequios, no había recibido nada desde que tenía 12 años, cuando la esposa de su papá le envió mil dólares.
Hace 30 días que salió de Tegucigalpa, la capital de Honduras, aunque llegó en tren de San Luis Potosí a Saltillo el 2 de diciembre. Apenas va conociendo la ciudad, cree que es un lugar bonito para vivir y sin reparos piensa que si pudiera, traería a vivir a su familia aquí.
Cuando alguien pertenece a una pandilla en Tegucigalpa y tiene problemas, en automático su familia los adquiere. Ese fue el problema con Jeyson, quien huye de la delincuencia de su país porque uno de sus amigos tuvo conflictos y está amenazado.
“El problema de allá es que si uno tiene problemas, todos los tienen también. Las pandillas allá los buscan en grupo para cobrarles la vida, y eso es muy feo porque te matan por nada”, afirma temeroso Jeyson Fernando.
Este año también salió de Honduras pero fue abandonado por el coyote en la Ciudad de México. Les había cobrado mil 500 dólares por llevarlos hasta Estados Unidos, pero ahí les dijo que necesitaba que le dieran más dinero, mínimo 6 mil dólares hasta cumplirles el “sueño americano”. Logró avanzar hasta Tenosique, Tabasco, pero no pudo más porque no llevaba dinero ni para tomar agua.
“Yo ya no traía dinero y ahí nos dejó botados a todos, me tuve que regresar solito, no la pensé”. El dinero que había juntado se lo había enviado su papá, quien desde hace 18 años vive en Estados Unidos y a quien conoció en 2004. Esta vez Jeyson pidió prestados 500 dólares y su padre volvió a enviarle mil dólares más, con eso piensa en llegar en unas semanas más a la frontera.
“Tenemos que esperar a que las cosas no se pongan tan calientes, ahora me quedaré un tiempo en Saltillo, hasta que pueda cruzar. La migración está muy brava y no es bueno intentarlo”. Este joven de 20 años estudió el primer semestre de Ingeniería en Mecánica Automotriz, pero abandonó la escuela para ponerse a trabajar para ayudarle a los gastos que su madre tiene en casa.