Rayados y su triángulo del gol
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Rayados quizás no ofrezca un catálogo futbolístico tan atractivo desde lo estético, pero nadie podrá pasar por alto su contundencia. Su estatura ofensiva alcanza una longitud amenazante: entre Funes Mori, Cardona y Pabón han firmado nada menos que 25 de las 28 anotaciones que reporta el equipo. Una brutalidad.
Ningún otro cuadro en el actual torneo tiene concentrado un sustancioso caudal de goles en sus tres principales delanteros.
Ni en la época de Suazo, Rayados logró contar con un cóctel de artilleros sintonizados para semejante propósito común.
Este singular fenómeno no es otro indicativo de que el equipo de Mohamed tiene los roles bien definidos, pese a su alta volubilidad colectiva. Están los que defienden y los que atacan. No se mezclan en el mismo envase. Es aquí cuando surge la pregunta sobre si a un conjunto de futbolistas alineados en función del mismo objetivo le conviene trazar una frontera entre los deberes y derechos de cada quien.
En Rayados no se sabe si es por conveniencia, pero hacia ese rumbo, casi por inercia, ha caminado. Casualidad o no, el reparto de responsabilidades parece tener sus limitantes. Es un equipo con jurisdicciones bien marcadas y quizás hasta contracultural.
Otra lectura que se le da a esta particular radiografía tiene que ver con el sentido dual, rebelde, efectivo y por momento desconcertante que tiene su futbol. Es capaz de combinar un número considerable de facetas dentro de un mismo juego. Ello exhibe su falta de regularidad.
Es una formación que, además, se revela a los principios naturales para imponer los suyos. Monterrey aún no es un todo, sino más bien la suma de las partes. Raro, pero ha encontrado en esa comodidad funcional sus mejores respuestas. Y esto indudablemente genera adicciones y mucha dependencia.
El equipo sabe que si Cardona se inspira, puede resolver por sí solo un partido (versión León, por ejemplo) y que si Funes Mori o Pabón están en plan prepotente en el ataque, es cuestión de ubicarlos para que exploten su capacidad de fuego (versión Tijuana, por ejemplo).
Los delanteros están para hacer goles y el trío que dispone Rayados los hace. Esa teoría validada en la práctica ni cómo objetarla. Mohamed desde hace tres partidos viene conservando una base de futbolistas con un dibujo concreto (5-2-3).
Después de tanto manoseo, es de suponer que ha descubierto la punta del ovillo.
Amén de ciertos desajustes defensivos, algunos vacíos en el contenido de la estrategia, baches por relajamiento y de la espesura que a veces se le adereza al traslado, el mejor acierto de Mohamed –entre otras tantas dudas- ha sido establecer un orden conceptual y posicional en el formato de ataque.
Mohamed ha dejado de lado sus caprichos de utilizar volantes ofensivos pegados a la raya para buscar desequilibrio y centros a la olla. Se ha dado cuenta que armando un triángulo interior con Cardona y Pabón -más cerrados y con libertad de movimientos-, detrás del mellizo Funes Mori -la única referencia de área-, garantiza abastecimiento, peligrosidad y, definitivamente, gol de cualquiera de estos tres.
Casi con el crédito agotado y después de encadenar una serie de confusos discursos, Mohamed ya se anima a respirar sin la ayuda artificial. Ha apostado a un tándem ofensivo que hoy le está salvando la ropa.
“Estamos tan cerca como lejos de clasificar”, dice el DT. Un juego de palabras que retrata la poca certidumbre que aún existe en un Rayados que no se resigna, pero que desconoce si mañana estará igual.