Los Buzos del desierto se dedican a encontrar cuerpos de personas que se ahogaron en el río o en los canales de riego

Cuando sueltan el agua de la presa para que corra por los canales de riego de La Laguna, un grupo de rescatistas, desde hace 36 años, encuentra los cuerpos de las personas que se metieron a nadar y ya no salieron: el ebrio que se echó un clavado, la niña que se resbaló, los adolescentes que se confiaron, incluso han sacado automóviles del fondo de los tajos

Torreón
/ 17 julio 2018
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Por: Francisco Rodríguez
Fotos: Francisco Rodríguez
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza

 

 

Del otro lado del auricular, Jesús Castañeda Martínez escucha la voz sacudida de quien pide ayuda:

–Un ahogado, en el canal. No lo hallan.

Otro más.

Jesús, profesor de Matemáticas, Física y Primeros Auxilios, se alista para hacer lo que más le llena: ayudar a encontrar cuerpos ahogados. Ser un rescatista.

Jesús tiene 48 años escondidos en un porte atlético, como de militar veterano. Tiene cabello corto y mirada de profesor que vigila a los alumnos. Es uno de nueve hermanos de la familia Castañeda Martínez, miembro del legendario equipo de los Buzos Castañeda, un grupo de rescatistas de La Laguna que cada ciclo agrícola, cuando sueltan el agua de la presa para que corra por los canales, apoya para sacar del fondo a las personas que se ahogan.

Son 36 años del grupo. Treinta y seis años en que cada que suena el teléfono, como ahora, están disponibles para sumergirse en los canales y hallar personas hundidas en el agua. Treinta y seis años mendigando apoyos del Gobierno, rescatando cuerpos con equipo precario, sin sueldo, por el puro gusto de ayudar a las familias que no encuentran a sus seres queridos.

Jesús toma una vieja camioneta azul donde guardan chalecos, goggles, aletas, tanques de oxígeno, gorras con la leyenda de “buzos”. Suben varios voluntarios y llegan hasta el lugar del accidente. Al equipo se suma su hermano José Alfredo, 53 años, jubilado hace cinco años de Comisión Federal de Electricidad; técnico laboratorista que terminó trabajando en un call center; voluntario de corazón. También se suman otros jóvenes. “No tenemos un número definido, pero somos como 15, entran y salen”, platica Jesús.

En La Laguna, donde alguna vez estuvo cubierto por agua, hay un grupo de buzos. No están en la costa ni en algún puerto, están en territorio desértico, seco, hostil. Son buzos del desierto que se disponen a encontrar a un chaval de 17 años que se metió a nadar al canal y ya no salió.

 

 

Amor al servicio

Familia de rescatistas

Seis hermanos aprendieron a nadar desde chicos, y junto con su papá comenzaron a ayudar a encontrar cuerpos y autos en los canales.

A puro pulmón

Iniciaron sin equipo de buceo, metiéndose al río o al canal de riego y palpando el fondo porque el agua turbia no permite la visibilidad.

Falta prevención

En la región la cultura de rescate está relegada a un plan secundario porque no deja dinero; también falta educar a la gente en prevención.

 

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DESDE CHICOS

De los nueve hermanos Castañeda oriundos de Lerdo, Durango, seis son hombres. Los seis fueron alguna vez parte del equipo. Jesús y José Alfredo son los que siguen vigentes, los demás apoyan cuando tienen tiempo. Actualmente en Buzos Castañeda hay voluntarios de Cruz Roja, enfermeros o paramédicos.

Toda la familia aprendió en el río. Los días de campo, sin saberlo entonces, se convirtieron en días de entrenamiento. Los hermanos se metían a nadar en canales pequeños. Jesús, de niño, se enseñó a flotar solo en el canal. Después le gustó el agua y se ponía retos como avanzar 50 metros sin pisar al fondo. “Si pisaba me regresaba y otra vez volvía”, recuerda Jesús. Tenía 8, 10 años. Cuando lo lograba dos o tres veces, se metía a un canal más hondo.

En las albercas practicaba la apnea, que en el deporte es la prueba en que se mide la capacidad de estar bajo el agua o la profundidad a la que se puede bajar a pulmón libre. “Entrenábamos buscando cosas en la alberca, monedas. Todo eso nos sirvió mucho”, relata.

Jesús platica que llegó a aguantar dos minutos la respiración bajo el agua. “No es gran cosa”, aclara con aires de perfeccionismo. Dura hasta 40 metros de nado bajo el agua. Tiene el récord en el equipo.

Ahora, cuando una persona se pierde en los canales, para los buzos es más fácil hundirse a 10 metros a puro pulmón para palpar las cosas. Palpar porque el agua es turbia y no hay visión.

Ya más grandes, comenzaron a escuchar de ahogamientos y la gente pedía ayuda. Jesús estaba chavo, pero sus hermanos y su papá se ofrecían a ayudar. Así encontraron varios cuerpos ahogados.

–Hace años era muy frecuente los accidentes de ahogamiento. Empezaron a llamarnos más seguido y se pasó la voz.

“Mira ellos ayudan”, decía la gente. “Siempre que se ahoga alguien, ellos ayudan. Saben nadar bien”, platicaban otros.

Después, la Cruz Roja de Lerdo se enteró de los auxilios y les solicitaron el número de teléfono. “Nos hablaban y nos pedían el apoyo. Siempre tratábamos de darnos el tiempo para apoyar”, recuerda Jesús.

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Tratamos de aligerar un poco el dolor a los familiares de los ahogados”.

En una ocasión, a un compañero de trabajo del papá se le fue su bocho al canal y les pidió apoyo para encontrarlo, pues la aseguradora necesitaba tener el automóvil siniestrado para hacer válido el seguro.

Los buzos batallaron para encontrarlo. El compañero de trabajo del padre no recordaba exactamente dónde había caído el coche porque estaba muy borracho. “Sólo recordaba que se iba por la misma ruta, pero aquella noche se paró a orinar, sintió el agua y se salió”, dice Jesús.

Los buzos buscaron y buscaron hasta que encontraron un vehículo. Llegó la grúa, lo jaló y sacó un Mustang blanco con un cuerpo adentro, armas y droga.

La persona, se identificó después, era un hombre llamado Marcelino Arellano, dueño de centros nocturnos de aquella época en Gómez Palacio. Un tipo, recuerdan algunos, asociado con el narco.

De inmediato la Policía llegó. Marcelino, se dijo en ese tiempo, tenía 15 días que se había ido a Estados Unidos y habían perdido contacto con él. “No sabían dónde estaba y cuando lo sacamos estaba asesinado, con armas y droga”, dice Jesús, que en aquella fecha tenía 12 años.

La Policía investigó a los buzos y detuvo al hombre al que se le había hundido el bocho. “Por favor, busquen el coche a como dé lugar”, les rogaba aquel hombre, con la desesperación de quien no encuentra nada en días.

José Alfredo, el hermano, encontró el auto en un reductor de velocidad del canal a la altura del bulevar Miguel Alemán. Lo halló sin equipo de buceo, a puro pulmón.

Era 1982. La recuperación del coche marcó el año que Buzos Castañeda comenzó formalmente a salvar personas, encontrar ahogados o hallar autos hundidos. Desde entonces, cerca de 900 cuerpos han encontrado al fondo de los canales o del río y más de 150 autos. En la profundidad del agua bronca de los canales, han recogido igual a niños que a viejos.

Después del hallazgo de Marcelino Arellano, un señor que daba mantenimiento a las compuertas les regaló un equipo de buceo. Así comenzaron a practicar. Con libros y manuales, aprendieron a bucear; no para contemplar corales o peces, sino para sacar cuerpos al fondo del agua. Años después harían el curso de buceo en aguas abiertas.

Fue hasta 2002, 20 años después de rescatar cuerpos ahogados, que el Gobierno inició a apoyarlos. Aquel año se ahogó una persona en Durango, a 22 metros de profundidad y agua muy fría. Buzos de Guadalajara, Sinaloa y Durango tenían una semana sin hallar el cuerpo. Pero Jesús lo encontró.

 

Labores de rescate

Los Buzos Castañeda encuentran cuerpos de personas que se ahogaron en el río o en los canales de riego, y también platican con la gente para que puedan prevenir accidentes.

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A PULMÓN

La primera vez que veo en acción a los Buzos Castañeda no es para rescatar un cuerpo. Una aseguradora los ha contratado para hallar un coche que se fue al fondo del agua. Les pagan un dinero y con eso sufragan sus gastos de gasolina, de equipo si alcanza, porque a la fecha ningún Gobierno ni de Durango ni de Coahuila los apoya. Son rescatistas voluntarios. Son los topos del agua.

Estamos en una parte del canal de Sacramento, donde Jesús me cuenta que han sacado muchos cuerpos. “Aquí se amplía el canal y se junta la basura”, me cuenta.

Uno de los compañeros lanza un ancla al agua para tentar si se atora con algo al fondo. Una y otra vez la avientan. En un momento Jesús entra al agua y se guía por la cuerda. En algunas partes el agua pareciera que hace remolinos. Jesús me explica que es indicativo que algo bloquea la corriente y por eso es posible que el coche esté en este sitio.

–No tan flojo, Bernardo. Bájale –le pide Jesús a un muchacho.

Jesús le pide que jale la cuerda. Toma aire y se sumerge.

–Jálame, no, remólcame –le instruye al mismo joven–. Despacio –agrega. Tiran el ancla–. Suéltale a la cuerda –sigue instruyendo–. Te doy dos tironcitos para decirte que todo bien –dice Jesús antes de zambullirse.

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La gran mayoría de los equipos en México no viven bien, viven a medias y es por amor al servicio”.

Cuando Jesús sale a superficie me dice que el coche se hundió en el primer puente y por eso hay posibilidades de que el carro esté en esta zona.

El canal donde estamos –presume Jesús– lo ha atravesado de lado a lado por abajo.

Después de un par de horas, los buzos no logran hallar el coche. Suben a la camioneta y se disponen a retirarse. En la camioneta llevan unos pedazos de sandía que todos comparten.

El coche, un Mazda de reciente modelo, lo hallaron al siguiente día en otro sitio. Bernardo, el joven que Jesús regañaba, lo encontró a pulmón, sin equipo de buceo. Jesús lo amarró con el equipo y la grúa lo sacó del agua.

LA PRIMERA VEZ

A los 14 años Jesús ya buceaba, y a los 16 localizó su primer cuerpo. Era Semana Santa. Un muchacho de 20 años se había ahogado en la antigua curva del japonés. “Lo saqué rápido, no llevaba corriente el agua”, recuerda Jesús.

–¿Qué pasó por su mente aquella primera vez? –le pregunto.

–Nada. Satisfacción de que se pudo hacer todo sin problema. No había nada. Hay muchos casos en los que se van todos, los amigos se van y no había nadie. Llega el MP y nos vamos.

Al día siguiente de su primer cuerpo rescatado, una niña de 12 años se ahogó en Lerdo. “Nos avisaron y nos fuimos con el equipo”, dice Jesús. La niña seguía en el mismo punto donde había caído, en el fondo.

A lo largo de los años los buzos han adquirido experiencia, técnicas para hallar los cuerpos, colmillo para saber dónde pueden estar. “Primero es ver dónde se cayó. Sacamos información si la persona sabía nadar, qué estaba haciendo, a dónde se dirigía, si no había corriente. Cuando no sabe nadar la persona, es mucho más fácil, apenas donde le tapa ahí puede estar”, explica Jesús.

 

 

 

Rescatista adolescente

A los 14 años Jesús Castañeda ya buceaba, y a los 16 localizó su primer cuerpo, ha recuperado a más de 100 ahogados.

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Entrenábamos buscando cosas en la alberca, monedas. Todo eso nos sirvió mucho”.

Encontrar cuerpos en los canales se ha convertido casi como una ciencia para los buzos. Si el agua trae corriente, se analiza a dónde empuja. “Cuando estamos en búsqueda, hacemos lo que se puede llamar un ‘momento de inercia’; es ver hacia dónde nos lleva la corriente, puede bajar a un lugar poco profundo o no necesariamente a uno profundo. Ahí puede llevar el cuerpo”.

Los buzos conocen los canales como un chofer de camión su ruta, saben dónde hay más profundidad, dónde hay reductores, dónde se pueden atorar. Dentro del agua, lanzan una cuerda y hacen búsquedas en zigzag.

José Alfredo explica que trabajan mucho con el tacto porque no se ve nada en el agua rodada. Un día su prima buceaba buscando a un señor y a un niño por el canal de Tlahualilo y se atoró en un carro que estaba en el agua. “Hemos sacado motos, bicis, muebles de computadora”, cuenta.

Otra información es la basura. La basura que la gente lanza a los canales como si fueran tiraderos les dice a los buzos si un cuerpo puede estar o no en alguna área. “Si veo un envase de plástico y en ese punto no se mueve, pues si un envase no se lo lleva la corriente, menos un cuerpo. Ahí me regreso y ahí hago búsqueda. Son pistas”, insiste Jesús.

Los buzos van equipados como si fueran a acampar a la sierra. Llevan ganchos, cuerda, chalecos, aletas, cuchillos para cortar alambres por si se llegan a atorar con algo. La basura en los canales se vuelve también una lucha para los buzos.

 

 

Inicio formal en 1982

Hace 36 años un compañero de trabajo del papá les pidió ayuda para encontrar el vocho que se le fue al canal. Primero encontraron un Mustang con un cuerpo, armas y droga. Días después hallaron el vocho.

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ALIGERAR EL DOLOR

El principio de Arquímedes establece que nuestro cuerpo tiene una densidad mayor que el agua, por eso nos hundimos. Por otro lado, conforme pasan los días, nuestro cuerpo forma gases. Por reacciones químicas como la digestión o la descomposición, principalmente, los gases causan un cambio en la densidad del cuerpo, provocando que salga a flote.

“Para qué lo buscan si va a flotar al tercer día”, les suele cuestionar la gente.

Jesús reflexiona y explica: “Si tu hermano menor no está porque se ahogó en el río, ¿qué vas a hacer, irte a dormir y esperar al tercer día para ver dónde flotó o te vas a ir a buscar ayuda? No te vas a dormir a gusto sabiendo que un hermano o un hijo se ahogaron. Eso nos hace reflexionar el valor de la actividad que hacemos”.

José Alfredo platica que prefieren rescatar al cuerpo y no esperar a que flote y se encuentre en malas condiciones, descompuesto. “Tratamos de aligerar un poco el dolor a los familiares de los ahogados”, platica como si fuera frase de misión.

Los buzos del desierto trabajan sin sueldo, con equipo precario, con escaso reflector, casi como si se aprehendieran a los cuerpos que no conocen y las aguas del canal. Así como Ahab, el obsesionado capitán de Herman Melville que se encapricha en encontrar al cachalote que años atrás se llevó su pierna. Así Jesús, José Alfredo y los buzos Castañeda están siempre estoicos dispuestos a subirse a su Pequod y sumergirse a las aguas del canal cada que se les necesite.

Nada más Jesús ha recuperado a más de 100 ahogados. El buzo levanta la muerte del fondo del agua. Allí abajo, sin ver el cuerpo porque el agua sucia no deja, palpa la muerte; la siente al fondo. Y cuando sale mira la tragedia de la familia que no logró detener al ebrio que quiso echarse un clavado; la tragedia de la niña que resbaló, de los adolescentes que se confiaron y se metieron a jugar y no salieron.

–¿Cómo es ver la muerte tantas veces? –pregunto a Jesús.

–No se tiene una dimensión de lo que significa perder un familiar. El reto no es ver a una persona muerta sino encontrar. No nos enfocábamos en la sensación de perder un familiar. Pero todo eso, en lugar de aumentar, de que perdiéramos sensibilidad, fue al revés. La gente piensa que somos menos sensibles pero somos más sensibles, nos quedamos pensando en la familia, nos damos cuenta lo grave que es perder a un familiar. Los casos de sufrimiento, de incertidumbre.

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Primero es ver dónde se cayó. Sacamos información si la persona sabía nadar, qué estaba haciendo, a dónde se dirigía, si no había corriente”.

Un caso que tiene grabado fue en 1992. Una familia a bordo de una camioneta pasaba por la orilla del río, pero hubo una avenida fuerte y había mucha piedra. El camino se ablandó y la familia, una pareja adelante, dos niños y dos tíos atrás, cayeron al río.

La pareja logró salir pero el resto de la familia no. “Nosotros los rescatamos. A la pareja se la llevaron. Nos dejó impactados. Pensar que la pareja iba a preguntar por su familia que ya estaba muerta”, reflexiona Jesús.

En otra ocasión halló en el fondo a dos hermanos juntos. Uno había tratado de salvar al otro. Jesús sabe de días familiares que se convierten en tragedias. Como cuando un hijo se cayó y el papá se metió a rescatar al hijo y los dos se ahogaron mientras la familia esperaba fuera del agua. “Yo los saqué a los dos”, recuerda Jesús.

La gente les dice que ya están acostumbrados, que tienen la frialdad de un forense en la morgue. “Les decimos que nos hacemos a la idea de lo que nos vamos a encontrar, pero no te acostumbras, sobre todo por la forma como los encontramos”, platica José.

El primer rescate de José fue en el 82. En Lerdo. Un muchacho de 18 años entró al canal para salvar a una niña. Se aventó, era de bajada, se fue a lo hondo y ya no pudo salir. Logró salvar a la niña, pero él se ahogó. José también tenía 18 años cuando sacó ese primer cuerpo.

José no pudo dormir en tres días después de su primera vez. “Cree uno que va preparado, pero el tener contacto con un muerto es mucha la impresión”.

En los 36 años, José ha aprendido a valorar la vida y la muerte. En más de tres décadas hay cicatrices, lesiones, pero todo tiene el sello del cariño, de la labor altruista. El 23 de diciembre de 1995 en San Pedro, un niño de 3 años se estaba asomando en un registro de aguas negras cuando cayó en el cárcamo. José se sumergió nueve metros a pesar de la posible infección en la piel. “Nos exponemos a muchas cosas”, dice.

Armando, el mayor de los hermanos, estuvo a punto de ahogarse en una ocasión. Después el Gobierno les retiró los mil 300 pesos quincenales que les daba de apoyo. El hermano se desanimó y se retiró.

 

 

Voluntarios sin apoyo oficial

Estos rescatistas trabajan por el deseo de ayudar, a veces las aseguradoras los contratan para hallar autos, de ahí pagan sus gastos.

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Hemos sacado motos, bicis, muebles de computadora”.

AYUDAR A TODA COSTA

Desde hace años, los Buzos Castañeda acuden en Semana Santa a realizar operativos en los márgenes del río. Acuden por voluntad propia. Dejan a un lado sus propias vacaciones y van con la intención de generar prevención, de educar a la gente.

En el río hay decenas de familias que acuden a zambullirse en el agua. Estamos en Ciudad Juárez, municipio de Lerdo. “Aquí se han ahogado muchos”, me dice Jesús. “La corriente jala y se van, se les hace difícil”, amplía.

Hacen recorridos, dan indicaciones a la gente, les piden no irse a tal lado. “Es una situación difícil”, dice Jesús, que tiene un hijo y es divorciado. “He abandonado estudios, llego tarde al trabajo o citas. Y para todos es igual. Pero todos seguimos por convicción”.

Una semana antes de que suelten el agua de la presa para que corra en el río y los canales, Jesús y los buzos acuden a varias zonas a tomar fotografías. “Así detectamos troncos, pozos, basura, todo lo que nos puede ayudar a tener información”, platica.

Jesús Castañeda le gustaría buscar cursos de emergencia, de primera atención; cursos avanzados de emergencias para seguir aprendiendo y que el equipo crezca.

Jesús no ha pensado en dejar esta labor. Sabe que puede ayudar a alguien. Sabe, también, que ha adquirido más capacidad para disfrutar la vida. “Mi idea es estar cuidándome, preparándome para ayudar. Si sé que puedo dar algo, tengo algo mejor para mí”, reflexiona.

Es ingeniero en Electrónica, pero siempre se ha dedicado al servicio, al altruismo. Además de buzo también es técnico en Urgencias Médicas y ya le ha tocado reanimar a algún paciente por un paro respiratorio.

José, el hermano, padece una hernia discal de cuando trabajaba en la obra levantando botes de cemento y cascajo. Pero aquí sigue, apoyando en lo que puede. Los buzos han sido requeridos en otros estados como Durango, Zacatecas, Chihuahua o Veracruz.

En la región, dice Jesús, la cultura de rescate está relegada a un plan secundario porque no deja dinero o los que inyectan el dinero lo dejan como pantalla para presumir que existe un grupo de rescate. “La gran mayoría de los equipos en México no viven bien, viven a medias y es por amor al servicio”, cuenta José.

 

 

No están en la costa ni en el puerto:  De La Laguna para todo México

Los Buzos Castañeda han sido requeridos en otros estados del país como Durango, Zacatecas, Chihuahua o Veracruz.

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Muchas veces hemos dicho hasta aquí, pero la misma gente nos busca. Si podemos y tenemos con qué, adelante”

Los buzos cargan con equipo que arrastra 10 años de uso. Los tanques de buceo, en teoría, tienen 10 años de vida útil. Alguna vez les llegaron a pagar 2 mil 900 pesos quincenales, pero sólo cuando corría agua en los canales. En Gómez Palacio les dieron 20 camisetas, 20 gorras, herramienta y un juego de cuerdas.

Tienen chalecos, un regulador, cuerdas, tanque usados. Los Buzos Castañeda se han hecho de cosas, han comprado en la segunda, han conseguido con familiares. “Nos han tumbado mucho la moral, de seguir apoyando. Pero hemos seguido por la misma necesidad de la gente que pierde familiares, gente humilde”, dice Jesús.

A los Buzos Castañeda les gustaría tener equipo de radiocomunicación para enlazarse entre la persona que se sumerge y quien está en la superficie. Pero cuesta 3 mil 500 dólares y nadie los quiere apoyar. “Muchas veces hemos dicho hasta aquí, pero la misma gente nos busca. Si podemos y tenemos con qué, adelante”, dice Jesús.

 

DATOS

36 años lleva Buzos Castañeda de trabajar formalmente como rescatistas.

900 cuerpos han sacado de canales y ríos de La Laguna.

150 autos han encontrado y sacado mediante grúas.

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