¡Sigue tocando! deja de pensar en el virus
COMPARTIR
TEMAS
Despeja la niebla mental con la belleza de la música
En estos días de aislamiento muchas personas ocupan demasiado tiempo pensando en el COVID- 19 y sus consecuencias, por ello propongo despejar la niebla mental inducida por este virus mediante la belleza de la música que, dicho sea de paso, produce infinidad beneficios tangibles en la salud.
En este contexto, quien lee estas líneas posiblemente recuerde el tema musical de la afamada y conmovedora película “La Lista de Schindler” compuesta por John Williams e interpretada por Itzhak Perlman, un sobreviviente de la polio, y uno de los más virtuosos violinistas de nuestra época. (https://www.youtube.com/watch?v=ZLCCnIKQyFI)(https://www.youtube.com/watch?v=WPsAR9Sx-JQ).
INDOMABLE ESPÍRITU
En el siguiente video se muestra la grandeza de Perlman (https://www.youtube.com/watch?v=z83aiQz8RrU), pero también se distinguen cuatro momentos que hablan del tamaño de este notable: la manera en que camina por el escenario, su humor, su indiscutible juventud y la imposibilidad de agradecer de pie la gran ovación que los espectadores (estos si de pie) le brindaron al concluir su ejecución.
Perlman, ante la aclamación del público, camina lenta, dolorosamente, moviendo sus piernas semicircularmente para aventajarse hacia adelante, poniendo primero un esfuerzo y luego otro, cargando su propio cuerpo, hasta llegar a un pequeño templete. Estando ahí se hace de fuerzas para subir primero una pierna y luego, balanceándose hacia adelante, la otra, para alcanzar la nueva altura.
Estando en posición se sienta, coloca cuidadosamente las muletas sobre el piso, entonces solicita su violín Stradivarius, bromea con los músicos, saca un pañuelo, lo acomoda en su cuello, posa el violín en la barbilla y empieza a tocar majestuosamente, como ninguno otro a su edad lo ha hecho, pues Perlman, con su interpretación, sencillamente abre la puerta del paraíso.
En este concierto, aparte de su indiscutible dominio técnico, uno puede admirar de Perlman su inmenso espíritu colmado de autenticidad y pasión. Alegría, encanto y humildad.
Quien desee escucharlo de inmediato descubrirá una vocación consumada en su persona: Una razón de ser transformada en sublime música, una misión de vida realizándose a través de un cuerpo aparentemente frágil y discapacitado, el de un jovencísimo hombre (en agosto cumple setenta y cinco años) que en cada nota, en cada concierto que continúa haciendo se consuma.
INQUEBRANTABLE
Perlman, nació en Tel Aviv y es judío, a los cuatro años contrajo poliomielitis que lo paralizó, pero esta enfermedad no lo detuvo para hacerse un virtuoso del violín, lo que le permitió, a sus 10 años, ofrecer su primer concierto público.
Estuvo en el Show de Ed Sullivan, lo que le dio reconocimiento internacional. Perlman estudió en la afamada escuela Juilliard y, desde sus inicios como violinista, ha recibido innumerables reconocimientos entre ellos cuatro premios Emmy, pero lo que lo hace una persona excepcional es su permanente lucha por la igualdad de derechos de las personas con discapacidad.
JAMÁS DESISTIR
En palabras de José Ortega y Gasset: “cada hombre, entre sus varios seres posibles, encuentra siempre uno que es su auténtico ser. Y la voz que le llama a ese auténtico ser es lo que llamamos vocación”.
Pienso que Perlman encontró su vocación y lo más notable: Ha permanecido fiel a ella a través de los años.
Una de las lecciones que Perlman brinda, especialmente a la juventud, es que tengan el valor de encontrar su vocación de vida, que nunca intenten ignorarla o amordazarla, sino al contrario, que tengan las agallas de escucharla y seguirla, cueste lo que cueste, de lo contrario corren el gravísimo riesgo de renunciar a la autenticidad de su existencia.
Atrás del éxito de Perlman hay una enorme enseñanza: hay que persistir, seguir, siempre proseguir hacia la conquista de los sueños que se manifiestan al descubrir la vocación, la misión que cada persona tiene, por lo que jamás hay que desistir en este propósito, pues la vocación - al ser un llamado de Dios- encierra todas las posibilidades para llegar a ser “un” virtuoso de su propia existencia.
HACE 25 AÑOS…
Hay una interesantísima anécdota de Perlman, narrada por Jack Riemer en el “Houston Chronicle”, que aconteció el 18 de noviembre de 1995, la cual en estos tiempos nos viene como anillo al dedo:
Itzhak Perlman, el violinista, subió al escenario para dar un concierto en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center de Nueva York.
Justo cuando terminó los primeros compases, una de las cuerdas de su violín se rompió. Se pudo escuchar el estallido como de una bala en todo el teatro. No había duda de lo que significaba ese sonido. No había duda de lo que tenía que hacer.
Las personas presentes pensaron: Tenemos entendido que tendría que recoger las muletas, salir del escenario ya sea para encontrar otro violín o bien otra cuerda. Pero Perlman no lo hizo. En lugar de eso, esperó un momento, cerró los ojos y luego pidió al director que iniciará de nuevo. La orquesta comenzó, Perlman tocó desde el punto en el cual se había quedado. Lo hizo con tanta pasión, poder y pureza como nunca antes lo había hecho.
Por supuesto, cualquiera sabe que es imposible tocar una obra sinfónica con un violín con solo tres cuerdas. Lo sé yo, tú también lo sabes, pero esa noche, Itzhak Perlman se rehusó a saberlo.
Uno podría verlo modulando, cambiando, recomponiendo la partitura en su cabeza. En un momento, parecía que obtenía, con las escasas cuerdas, nuevos sonidos, jamás antes evocados.
Cuando concluyó, hubo un silencio impresionante en la sala. Entonces la gente rompiendo en una gran ovación se puso de pie, fue una extraordinaria explosión de aplausos provenientes de todos los rincones del teatro. Todos parados, gritando y aclamando, haciendo todo lo posible para mostrar lo mucho que habían apreciado lo que él había hecho.
Perlman sonrió, se secó el sudor de la frente, levantó su arco para silenciar al auditorio y luego dijo, no de forma presumida, sino tranquilo, pensativo en tono reverente: Saben, algunas veces la tarea del artista es averiguar cuanta música podemos crear con aquello que nos queda”. ¡Sencillamente sorprendente!
UN MISTERIO…
Esta anécdota me enchina el cuerpo, me contagia. ¡Qué gran verdad!: hay que hacer, hay que crear con lo que tenemos, con las cartas que la vida nos ha dado y, por ello, lo fundamental no reside en lo que se tiene, sino en lo que se hace con lo que se posee.
Perlman, acostumbrado a crear belleza con cuatro cuerdas, de pronto quedó sin una de ellas, pero no desistió, no se quejó, no lloró, no se angustió, solo cerró sus ojos, tal vez para reestructurar su mente y visualizar las tres cuerdas de su Stradivarius y lo que tendría que hacer con ellas para crear música, tal vez para hacer posible su obligación de descubrir cuánta música podía hacer con el recurso restante.
La vida es un misterio, el potencial humano, para crear en circunstancias adversas, también lo es, debido a que las personas en el fondo del alma, sabemos que “a la vida solo le resta el espacio de una grieta para renacer”.
TRES CUERDAS
Sabemos que para una persona, consumándose en una vocación de vida totalmente definida, no hay barrera alguna que lo detenga, porque para ella lo escaso suele ser mucho, porque con lo poco que le queda le basta y sobra, porque sabe que la imaginación, la pasión y el amor por lo que emprende puede transformar en posible lo que parece imposible; porque ante la adversidad, ante lo inesperado o, ante el desencanto, se enfoca en la esperanza de lo que subsiste. Precisamente, en esas tres cuerdas restantes de su propio violín y con ello hace nuevos caminos maravillando a propios y extraños.
En estos días aciagos hay que seguir el invaluable consejo de Perlman “deja de pensar en la cuerda rota y concéntrate en las otras tres”… No te quejes, supera la adversidad y sigue tocando.