Síndrome de resignación y fenómeno migratorio
COMPARTIR
TEMAS
¿Recuerdan el cuento de Blancanieves? Ese en el que una chica cayó en un sueño profundo después de morder una manzana envenenada.
Hace días, en mi tiempo de ocio, vi en Netflix un documental que, aunque al principio no lo parece, cuenta una historia similar a ésta. Sin embargo, aquí no hay bruja malvada o príncipe encantador, más bien todo ocurre en el contexto del fenómeno migratorio.
Me explico. El filme “La Vida Me Supera”, dirigido por John Haptas y Kristin Samuelson, narra las historias de niñas y niños de distintas nacionalidades que llegaron a Suecia junto con sus familias en búsqueda de refugio.
Quienes protagonizan la pieza probaron la manzana de la violencia en sus países y tuvieron que huir de manera forzada. Fueron testigos de abusos de autoridades, violaciones a mujeres y la muerte de varios de sus seres queridos. En algunos casos el departamento de migración se encargaba de repasar, frente a ellos, el porqué de su solicitud de asilo.
Por todo lo anterior, niños y niñas cayeron en un letargo como el de Blancanieves. Y no uno simbólico. Sus cuerpos simplemente dejaron de responder. Se quedaron ahí, en cama, sin movimiento.
La ciencia lo ha llamado “Síndrome de Resignación o el Encanto de Blancanieves”. Aquellos que lo padecen comienzan a aislarse del mundo y presentar síntomas depresivos hasta dejar de comer, hablar y abrir los ojos. Ocurre mientras niños y niñas comienzan a adaptarse a un nuevo idioma, clima, formas de hacer amigos, etc. La combinación de los traumas vividos en su país de origen y la incertidumbre del futuro puede tener como consecuencia un estado catatónico, se pudiera decir, por decisión.
Según referencias científicas, los primeros casos se manifestaron a principios de 2003, y para 2005 más de 400 niños y niñas habían sido diagnosticados con esta condición. Es una especie de coma.
Las personas que sufren este síndrome transitan por una huelga ante el dolor por meses o incluso años. Sus signos vitales son estables. Su pulso, su presión y su ritmo cardiaco no tienen alteraciones, sin embargo, es necesario alimentarlos por sonda, usar pañales y salir a pasear en silla de ruedas.
¿Existe cura para el síndrome de resignación? De acuerdo con los casos documentados, sí: la esperanza.
Cuando los niños y niñas escuchan a sus padres o a las autoridades migratorias asegurar que cuentan con una residencia permanente en el nuevo país, lejos de la violencia, los síntomas se aminoran. Poco a poco recuperan el habla, comen por sí solos y vuelven a caminar. La zozobra se va y ellos y ellas vuelven a conectarse con el mundo, con la vida.
Quedé asombrada y muy conmovida al conocer de este fenómeno. Y también vinieron muchas preguntas a mi mente, pues en mi ciudad (Saltillo, Coahuila) hay un gran tráfico de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos.
El mismo día que vi el documental, el 31 de julio de 2019, policías del Estado asesinaron a Marco Tulio, un migrante hondureño que viajaba acompañado de su hija de 7 años. En medio de un supuesto operativo le dispararon a él y a su grupo. La niña presenció todo.
Luego tuve la oportunidad de conocerla, con sus ojos de miel y su cabello rubio. No se parecía directamente a Blancanieves, pero sí daba un aire a princesa de un cuento de hadas.
Es cierto que estamos a miles de kilómetros de Suecia, pero la violencia es tanta que al conocer el síndrome de resignación y la historia de la hija de Marco Tulio no pude evitar sentir que era a mí a quien la vida la supera. Y temí sinceramente que esto mismo pudiera ocurrirle a la pequeña.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce la migración como derecho para todas las personas. Nadie merece ser asesinado mientras encuentra su lugar en el mundo. Espero que a la hija de Marco Tulio la esperanza le acompañe siempre, y que no le permita caer en el sueño profundo que provoca la violencia en la migración.
La autora es directora de Atención Inmediata de la Comisión Ejecutiva Estatal de Atención a Víctimas del Estado de Coahuila
elialfaroq@gmail.com @ellaeselizabeth
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH