Son en total 7,233 los integrantes de la Caravana Migrante

Nacional
/ 21 octubre 2018

Entre gritos de “¡vamos caminando todos juntos!” y “¡sí se puede!”, desafiaron las advertencias del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien les dijo esta semana que volvieran a sus países

Ciudad Hidalgo, Chiapas.— Las cifras sobre el número de migrantes que integran la Caravana Hondureña que avanza hacia Tapachula esta mañana es incierta. La más reciente la ha ofrecido el albergue Casa Migrante Saltillo que detalló que se trata en total de 7 mil 233 personas: mil 70 niños, mil 307 niñas, 2 mil 234 mujeres y 2 mil 622 hombres.

Hace unas horas, la agencia AP reportó que caminaban más de 5 mil personas; mientras fuentes de Protección Civil dijeron a EFE, que se trata de más de 3 mil los migrantes que recorren los casi 40 kilómetros que hay entre Ciudad Hidalgo y Tapachula, la segunda ciudad más importante del estado mexicano de Chiapas, donde han anunciado que pasarán la noche.

Hartos de los intentos de México de procesarlos, los migrantes burlaron a las autoridades al cruzar el río Suchiate. Partieron de Ciudad Hidalgo a primera luz, de a 10 en fondo, hacia su próxima parada: la ciudad de Tapachula.

No estaba claro de inmediato de dónde provenían los viajeros que se sumaron durante la noche.

Una fuerza de más de 600 policías estatales y federales ha instalado un retén a unos cinco kilómetros de llegar a Tapachula aparentemente con la intención de frenar el éxodo masivo de la caravana migrante.

Durante una caravana a mediados de año, muchos migrantes que vivían y trabajaban en la frontera entre Guatemala y México decidieron sumarse porque era más seguro viajar en grandes números.

Pese a los esfuerzos mexicanos para frenarlos, unos 2 mil migrantes centroamericanos cruzaron a nado o en balsa el río Suchiate, reformaron su caravana y dijeron que proseguirían viaje hacia Estados Unidos.

Los migrantes, que dijeron que habían abandonado sus intentos de entrar legalmente a México porque el proceso de solicitud de asilo político es demasiado lento, se congregaron el sábado en un parque de la fronteriza Ciudad Hidalgo. Allí votaron con las manos alzadas en favor de continuar colectivamente hacia el norte y entonces marcharon hacia el puente sobre el río Suchiate y llamaron a los que seguían allí a que se les sumasen.

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Entre gritos de “¡Vamos caminando todos juntos!” y “¡Sí se puede!”, desafiaron las advertencias del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien les dijo esta semana que volvieran a sus países.

Trump ha convertido a la caravana y la seguridad fronteriza en general en un tema de campaña a poco más de dos semanas de las elecciones legislativas en Estados Unidos.

La decisión del grupo puso fin a una jornada en la que, nuevamente, las autoridades mexicanas se rehusaron a permitir el ingreso en masa de los migrantes en el puente, pero comenzaron a aceptar a pequeños grupos para su proceso de asilo y otorgaron algunos permisos de visita por 45 días.

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CRUZAR EL SUCHIATE

Literalmente se lanzaron por la vida. Desde el puente que separa a las naciones de México con Guatemala, migrantes que componen el éxodo centroamericano se lanzaron al río Suchiate, frontera natural entre ambas naciones. Y a golpe de nado llegaron a México.

El miedo a la caída desde nueve metros de altura fue menor al miedo a ser deportados a sus países de origen, a volver a enfrentar la violencia de las pandillas, la pobreza, la falta de futuro.

Esos fueron los más osados. Otros hicieron cálculos, regresaron por el puente en dirección a Guatemala, bajaron hasta la rivera y nadaron medio kilómetro más que quienes se aventaron desde arriba del puente. También llegaron a territorio mexicano.

Quienes tenían la ventaja de contar con cinco quetzales –moneda guatemalteca equivalente a unos 12 pesos mexicanos-, pagaron el cruce a los balseros. En grupos, subieron a bordo de las balsas fabricadas con cámaras de llanta de tractor sobre las que se ponen tablones.

El agua de ese río les renovó la esperanza, y sirvió para quitarles el sudor ocasionado por las 24 horas que pasaron sobre el puente, donde el gobierno mexicano les cerró la puerta, literalmente sobre las narices.

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LA ESPERA EN EL PUENTE

El secretismo impera en la frontera mexicana. A la una de la tarde de ayer, México abrió las puertas del puente, que une Ciudad Hidalgo con la ciudad fronteriza de Tecún Umán (Guatemala). Allí más de 4 mil hondureños esperaban desde hace más de 48 horas a que el gobierno accediera a dejarlos pasar después de una semana de viaje.

Fue inútil. A la una de la tarde, sólo un grupo de unas 300 personas, entre mujeres, niños y hombres enfermos, pasaron legalmente el 20 de octubre al interior de la oficina migratoria. De estos, unas sesenta personas salieron inadvertidos en bus, mientras la policía federal desplegaba vallas y una señora desconocida jugaba a captar la atención de los medios al agradecer la ayuda de una parroquia católica.

De los demás, los estoicos del puente sobre el río Suchiate, la mayoría cruzó ilegalmente en balsas sobre neumáticos a México y la minoría, aunque fueron centenares, regresó a Honduras en autobuses gratuitos desde Tecún Umán.

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Para ese momento, el puente llevaba 23 horas cerrado desde que el día anterior se desató una batalla campal entre los policías antimotines y los migrantes de la caravana más mediática de la historia reciente de Centroamérica. Ese día, unas doscientas personas, entre mujeres, niños y algunos hombres detenidos por enfrentarse a los agentes, fueron subidos a autobuses para ser trasladados a algún lugar. Un destino que no trascendió entre los más interesados.

Con esta determinación a cuestas vencieron la estrategia de desgaste que intentó aplicar el gobierno mexicano, al exigirles que, si querían entrar a este país, debían pasar por el filtro migratorio, solicitar una visa, o pedir asilo humanitario; ambas opciones tenían una remota posibilidad de que les respondieran con una acción positiva.

¿Y LOS QUE SUBIERON A LOS CAMIONES?

Hace más de treinta horas que en la caravana nadie sabe nada de las primeras personas que subieron a autobuses. De todos los pasajeros de los últimos dos días, no hay información pública sobre quiénes son ni cómo están. Son más de 380 personas registradas para obtener el estatus de refugiado temporal en México, según la agencia de la ONU para refugiados (Acnur).

En estos días, Acnur ya visitó la estación migratoria Siglo XXI y la extensión del edificio en una nave de un parque ecológico de Tapachula. Pero no ha dado declaraciones. También y tampoco la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Al menos dos oenegés han solicitado acceder para ver a los hondureños y el no fue la respuesta a corto plazo.

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El misterio con que México trata los casos, entre los que no todos son solicitantes de refugio porque también hay detenidos por enfrentarse a los antimotines, crispó el aguante de miles de hondureños. “Realmente no se sabe quiénes están en la estación y quiénes en los refugios”, afirma Marcela Alonso, de la Red Jesuita Por Migrantes en México.

La desinformación es tan grande que el pánico definió ayer el aguante de la gente. En el puente, la petición de los líderes de la caravana fue que no hubiera autobuses, para así acelerar el paso de los migrantes a pie. Bajo un sol infame de mañana y un hedor de basura acumulada por una noche larga, los portavoces insistían a los diplomáticos mexicanos que no hubiera trampas. El trasfondo era el miedo generalizado a que si se subían a un bus, iban a ser deportados a Honduras. Y ni las oenegés pueden certificar que no suceda.

Una flaca y triste mamá mexicana de 18 años observó la entrada del bus del día 20 en la estación migratoria Siglo XXI. No se llama Leslie García, pero pidió anonimato. Ahí, abrazada a su bebé de ocho meses, daba vueltas en el pequeño parque que rodea al edificio, en el que fuera sólo había un matrimonio de Ghana y el vigilante del edificio. Su novio, que fue trasladado en el primer bus, estaba detenido en la estación. Hacía 26 horas que no le veía. Y subiendo. Los policías del centro de detención, contaba, le insistieron en que seguro había sido deportado.

Mientras daba el pecho de pie, Leslie García lloraba ayer para contar su espera. Hace seis meses que había dejado Ciudad de México, de donde es oriunda, para ir con su pareja a presentar a su hija a su abuela, en San Pedro Sula, la ciudad más violenta de Honduras. Al ver la caravana por la televisión, decidieron regresar así a México. Se posicionaron frente a la valla mexicana y ambos pasaron.

Ella subió a un bus y él, a otro. Por su nacionalidad, no podía entrar al centro de detención y por eso rondaba ayer como alma en pena fuera de la estación migratoria. “No me dejan verlo, ni hablar con él, ni saber cómo está”, decía esta joven mamá, cuya angustia era que su bebé, de pelo alborotado, era muy apegado a su padre, por lo que al menos quería que pudieran despedirse. Una situación incierta en la que la Secretaría de Gobernación (Segob) de México desafía a su propio mandato sobre estaciones migratorias. Entre los derechos de los detenidos está poder comunicarse, llamar y recibir visitas de familiares.

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En el puente, que ya está casi vacío, la gente pasó días de mucha incertidumbre. Los miles de hondureños que decidieron pagar para cruzar en balsa por el río Suchiate ante la vista gordísima de la policía, quieren continuar ahora el largo camino a Estados Unidos, que durará al menos cuarenta días.

Pocos saben que para pedir el refugio temporal de 45 días en México, que sirve para al menos cruzar legalmente, no tiene que probar nada. Cualquier persona que huye de su país puede solicitar refugio. Y miles de hondureños huyen de realidades con niveles extremos de violencia. Las dudas de proceso migratorio quedan en segundo plano. Lo urgente es llegar.

Sentada en el suelo del parque del centro de detención, Leslie García espera a ver como pagarse un hostal por segunda noche. Porque no le queda dinero, porque no sabe qué pasó con su novio, con el que llevaba tres años. “Nosotros quisimos pasar por las buenas”, dice esta niña de voz ronca, “pero no nos dejaron”.

-Con información de Sonia Perez D. y Mark Stevenson, de AP; y de Elsa Cabria, de ElDiario.es

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