Un futbol industrial y generoso
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Posibilidades aún tienen todos, pero cuando menos un lote de 12 equipos se perfilan para buscar un lugar en la Liguilla. El torneo mexicano, generoso por naturaleza, siempre tiene las puertas abiertas para lo imprevisible y a cinco fechas del final, hoy nadie puede autodescartarse.
Hay quienes dicen que los torneos cortos son más atractivos, pero en mi opinión son un engaño. En todo caso, la supuesta “atracción” la dispara la adrenalina de la Liguilla, un certamen reducido que no necesariamente es coherente con la tendencia que marcan las 17 fechas ordinarias.
A diferencia de los campeonatos largos donde el campeón es el más efectivo del calendario, los “cortos” son más mediocres en ese sentido. El desgaste por sumar más puntos muchas veces es inútil y el mejor puede terminar siendo el menos malo.
En consecuencia, quien llegue al título no siempre será una referencia para medir el nivel de la liga. Hay logros casuales que a las semanas pasan desapercibidos porque no dejan huella. Hace poco, un doblete del León de Matosas ha sido una de las pocas excepciones, pero lo común es la alternancia, la intermitencia y la rotación de candidatos.
Aquí es cuando el torneo emite esa falsa sensación de ser “competitivo y equilibrado” porque todos pueden arribar a la meta. Sin embargo, una cosa es la paridad que obedece a una medianía futbolística y otra, totalmente diferente, es tener 10 equipos altamente competentes que extiendan su dinastía a largo plazo.
El actual y acotado formato de competencia mexicano, importado en los 90 desde Argentina y que aquí para efectos televisivos y comerciales se le ha anexado una Liguilla, es injusto. La subjetividad del calificativo en este caso no tiene cabida.
Un torneo que premia el momento de un equipo, y no tanto la regularidad que ha tenido durante la campaña, no se puede considerar completo y creíble. Santos, el último campeón, es un ejemplo. Un cuadro vacío que se enrrachó, se consagró y hoy está otra vez en su estado original: limitado y hundido.
Por lo tanto los torneos cortos fomentan la irregularidad y reducen la visión institucional. Como los objetivos son inmediatos, los esfuerzos se focalizan en 5 ó 6 meses. “Clasificando salvamos el año”, suelen decir los directivos. Un propósito demasiado barato y conformista.
Consolidar un proyecto en cuestión de meses es obviamente imposible. Los torneos cortos se manejan por resultados. Nada se planea y todo se improvisa. Se contratan equipos completos, se inserta una diversidad ilimitada de estilos, se hace un puré de patrones de juego y se pierde el sentido de pertenencia.
Se pulveriza la paciencia, desfilan entrenadores y se atenta contra la materia prima del club: los juveniles. No hay tiempo ni se asumen riesgos para promocionar la cantera.
Con todo este enjambre de deformaciones que originan los torneos cortos, ¿qué se puede esperar del campeonato actual? El requisito principal es ganar la fecha que sigue para trazar lo que viene.
Se podría decir que León vs Pumas, el sábado, es una buena oportunidad para que ambos puedan debatir sus pretensiones y enfilarse hacia un cierre más alivianado. Sin embargo, ninguno de los dos son garantías.
Quién sabe cómo será el nuevo reacomodo posicional al final de la jornada. En un certamen como el mexicano la única certeza que existe es que no es confiable ni simétrico. Es un futbol industrial, comercial y mecanizado que se deja impulsar por el humor del momento.