Vendaval petrolero tumbó al director de Pemex

Dinero
/ 8 febrero 2016

Su sustituto será José Antonio González, hasta la fecha director del Instituto Mexicano del Seguro Social

Madrid.- Lozoya era uno de los hombres de confianza de Videgaray. Tras el anuncio de rescate de la compañía su situación se volvió insostenible. La petrolera estatal acumula pérdidas por más 20.000 millones y vencimientos de deuda a corto plazo por 11.000 millones

La crisis de Pemex se cobró su primera víctima política. El director general de la petrolera estatal, Emilio Lozoya, no pudo soportar más el vendaval y presentó su dimisión. La caída de Lozoya, pese a sus fuertes anclajes en la cúpula gubernamental, se daba por descontada. Su gestión no sólo había dejado al mastodonte mexicano estrangulado por los vencimientos de la deuda, sino que había reducido la aportación de Pemex a las arcas públicas. Ante este deterioro, el Gobierno tuvo que anunciar hace dos semanas un plan de rescate y despidos masivos. Fue la puntilla para un hombre que llegó a la dirección de Pemex precedido con el aura de financiero imbatible y que acabó sentado sobre las mayores pérdidas de la historia de la compañía.

Emilio Lozoya, de 41 años, ha sido hasta su dimisión uno de los chicos de oro del Gobierno de Peña Nieto. Hijo de un secretario de Energía con Carlos Salinas de Gortari y nieto de un general y gobernador priísta, Lozoya estudió en el ITAM, el vivero de los altos cargos del área económica. Tras un fulgurante paso por organismos públicos (Banco de México, BID y FMI) y con un máster en Harvard, fundó su propio fondo de inversión en Nueva York y entró en el consejo de grandes empresas, como la constructora OHL. Desde México, se le veía como un valor en alza. Era joven, tenía una brillante carrera en el sector privado, y se le consideraba fiel hasta la médula al PRI.

Tras la victoria de Peña Nieto en 2012, fue llamado por el todopoderoso secretario de Hacienda, Luis Videgaray, otro egresado del ITAM. Se le ofreció uno de los puestos más delicados del mandato y una encomienda titánica: modernizar el dinosaurio petrolero, de 150.000 empleados y 100.000 jubilados, y dar lustre a la reforma energética, la más importante apuesta de Peña Nieto.

Lozoya parecía hecho a los nuevos tiempos. La reforma ponía fin a 76 años de monopolio estatal y abría las puertas al capital privado. También otorgaba a la compañía más autonomía de gestión y la posibilidad de buscar alianzas estratégicas para paliar sus pavorosas insuficiencias, sobre todo, en el terreno tecnológico. Todo parecía listo para el despegue. Había un líder, unas nuevas reglas de juego y un mercado hambriento de capital. Pero un factor imprevisto puso en congelador las esperanzas. El desplome del precio del petróleo.

La crisis desarboló las buenas intenciones. En año y medio, el barril cayó un 70%. El declive tuvo un efecto en cadena. El capital extranjero perdió apetito, la producción se estancó, las pérdidas alcanzaron máximos históricos (20.000 millones de dólares en sólo nueve meses) y los vencimientos de la deuda a corto plazo (11.700 millones) incendiaron las bodegas de la nave. 

Y lo que es peor, Pemex pasó de representar del 30% al 20% de los ingresos estatales en un solo año. El deterioro superó los límites. Hace dos semanas, Videgaray anunció un durísimo plan de salvamento. El ajuste, aparte de implicar recortes masivos y el despido de 10.000 empleados, supuso un claro golpe a la gestión de Lozoya.

Las voces en su contra se multiplicaron. La Comisión de Energía de la Cámara de Diputados le pidió comparecer este jueves y en breve iban a conocerse los resultados de 2015, presumiblemente catastróficos. Ante este horizonte, Lozoya presentó ayer su dimisión. En sustitución, el Gobierno ha elegido a José Antonio González Anaya, hasta la fecha director del Instituto Mexicano del Seguro Social, y, como es habitual, egresado por el ITAM.

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