Barroterán, pueblo donde no hay de otra más que trabajar en la mina
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De volver a la mina no se habla en casa, no hay posibilidad, pero asegura que están "impuestos al peligro y muchos se mochan un dedo y siguen trabajando".
Coahuila de Zaragoza.- Rosalío Ayala fue minero desde los 16 años. Tragó polvo de carbón hasta marzo pasado, cuando una piedra se desprendió de una pared y aplastó su pierna, que sólo quedó sostenida por un trozo de carne a la altura del tobillo.
Una mala y tardía atención médica acabó por determinar que su extremidad le sería amputada.
Hoy espera una prótesis para montar una bicicleta y así recobrar movilidad.
De volver a la mina no se habla en casa, no hay posibilidad, pero asegura que están "impuestos al peligro y muchos se mochan un dedo y siguen trabajando".
Destaca que si no se hubiese accidentado seguiría en la mina, pues es la única forma de vivir que conoce.
Barroterán es pueblo de mineros.
Aquí nacen y mueren con los pulmones llenos de polvo de carbón. Su herencia está bajo tierra y ahí van todos los días por ocho horas a buscarla.
En la zona, al menos 20 pueblos más existen por y para extraer carbón. Son comunidades míseras, con vidas del mismo talante.
Las malas noticias llegan cuando uno de ellos muere incinerado, ahogado o golpeado por rocas. También están
las historias de los que sobreviven y queda lisiados, con
piernas quebradas, brazos torcidos, músculos desgarrados,. Es una constante entre los
que llegan a contar sus tragedias.
En casa, con sus tres hijos y cuatro hijas, Ismael Fuentes, se sienta en una desvencijada mecedora de metal con 40 grados a la sombra y la posibilidad de lluvia convierten en insoportable la estancia en cualquier interior.
"A veces hay más calor en los pozos, pero sin espacio ni luz. así estábamos la semana pasada, cuando me salí del pozo."
La batería de su lámpara se agotó y salió para cambiarla, "al salir a la superficie caminé unos pasos y tronó el pozo". Fue el único de nueve trabajadores que sobrevivió.
Lo cuenta con tranquilidad, pero reconoce que pensó que ya no vería a su familia.
Esta vez tuvo la suerte de salir ileso, suerte que no tuvo José Luis De la Rosa, a quien un desprendimiento de rocas le partió dos discos de la columna y hoy está en silla de ruedas.
Recibe una pensión de mil 900 pesos mensuales para pagar todos los gastos de su madre, quien lo cuida y un hermano menor, además de comprar sus pañales, medicamentos, pasajes para ir al médico y el alimento de sus gallos de pelea, pasatiempo que en ocasiones le genera una entrada extra.
A una semana del último accidente grave en la región carbonífera donde murieron seis mineros en la unidad Mimosa, El camarón, José Robles, un joven minero de 22 años carga con las huellas de la explosión.
Dos metros entre él y sus compañeros hizo que la explosión de la bolsa de gas lo lanzara hacia afuera y lograra sobrevivir.
Desde ese momento no recobra el sueño, le da miedo pensar que llegue la noche, pues el recuerdo de los "tronidos" que generó el gas y las rocas golpeándolo se lo impiden. Moretes y ralladuras en todo el cuerpo siguen frescas.
"Dije hasta aquí llegué, comencé a resignarme, pero en ese momento alcancé el cable de uno de los carros que sacan el carbón de la mina y me jalé hacia afuera, así logré liberarme porque ya tenía tierra hasta el pecho".
Para Cristina Auerbach, de la organización Familia Pasta de Conchos, en la región carbonífera "todo está estructurado para que la falta de seguridad, de educación, de médicos es para que los mineros vayan a morir... Y como no es considerado delito grave, se paga una multa de 180 mil pesos y ya está, eso cuesta un minero, 180 mil pesos, te sale más barato que poner seguridad".
Y sí que lo saben. Ismael Fuentes resume su vida y la vida de los mineros en la región carbonífera sin más salida, " hay que regresar porque qué hace uno.
Aquí no hay de otra más que trabajar en la mina para vivir. Volver a lo mismo".