Don Enrique García, a sus 70 años, se despide de los Voladores de Papantla en la Feria de Saltillo
Don Enrique forma parte del grupo de los Voladores de Papantla y este será su último año dedicado a esa tradición que viene desde hace cientos de años y que nació en la cultura tolteca
Don Enrique García, de 70 años de edad, forma parte del grupo de los Voladores de Papantla, que día tras día se presentan en los terrenos de la Feria Saltillo 2024. Lleva 45 años subiendo al palo –hecho con árbol de ocote, pino u otra especie– hasta llegar a los 20 metros de altura, desde donde se lanza al vacío solamente agarrado a una gruesa soga, al son del tambor y de la flauta.
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Este será su último año dedicado a esa actividad, una tradición que viene desde hace cientos de años y que nació en la cultura tolteca, incluso mucho tiempo atrás, antes de la llegada de los españoles, asegura.
Lo que sabe es que en algún momento los toltecas adoraban al Dios Sol y la profecía rezaba que, al cumplir los primeros 52 años de su reinado celestial, al día siguiente ya no aparecería nunca más el sol en el horizonte y con ello desaparecería la vida, pues su luz es todo, lo que llenó de temor y angustia a los pobladores.
“Hace muchísimos años, cuando gobernaba el Dios Sol, se decía que a los 52 años iba a desaparecer, ya no iba a aclarar y la gente se espantaba. Así estaba escrito, que ya no iba a salir el sol, es lo que puedo explicar”, comenta Don Enrique.
UN AGRADECIMIENTO AL SOL
No obstante, ese día siguiente, que tanta tribulación y angustia provocó, vieron con gran alegría que el Sol volvió a renacer desde el mismo punto de siempre. Entonces, los hombres más valientes y fuertes buscaron la manera de expresar su agradecimiento; así, idearon alzarse lo más cercano al Sol.
Se les ocurrió “plantar” un palo muy alto y resistente para elevarse hacia el cielo. Lo escalarían, llegarían a la punta y desde ahí, mediante el lenguaje de la danza y la música del pequeño tambor y de la flauta, que es como el verbo que transmite el mensaje, agradecerían al Dios Sol por su benevolencia y por conservarles la vida, algo que no podían expresar en palabras.
En aquellos años, los hombres se adornaban el cuerpo con plumas de diferentes aves, como águilas, quetzales, guacamayas y patos, para simular contar con alas y emular el vuelo de los pájaros en su intento por llegar a la deidad. Esa vestimenta o plumaje aún se utiliza en algunos lugares del sur del país.
Actualmente, en la indumentaria, en vez de plumas de aves, prevalecen la camisa de manta blanca de manga larga, el pantalón rojo que recuerda a los danzantes muertos y, en la parte de abajo, lleva flecos amarillos que remiten al color del sol, botas o botines negros, el penacho con listones con los colores del arcoíris rematado con un espejo que representa al astro. Un huipil rojo cruza el pecho y representa la sangre de Cristo y las flores de la primavera, refiere.
Tras unos breves minutos de iniciado el ritual, mientras uno, llamado el caporal, danza en lo alto del palo, al tiempo que toca los instrumentos musicales sin sujeción alguna, cuatro hombres más se lanzan al vacío sujetos a una cuerda mientras van descendiendo en giros y la cuerda se desenrolla, con la cabeza hacia abajo y las manos abiertas. A unos metros de tocar el suelo, se enderezan y logran caer de pie.
Los cuatro hombres, dice Don Enrique, originario de la región de Papantla, Veracruz, representan los cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. También representan los elementos: aire, tierra, fuego y agua.
Don Enrique recordó que, en Papantla, un tío y unos primos lo invitaron a integrarse a este ritual y espectáculo único. Así, le enseñaron a escalar el “palo volador” que mide 20 metros de altura y que bajo tierra es enterrado 2.5 metros más. Para asegurar que no se mueva, “apelmazan” la tierra alrededor y colocan algo de concreto. Hace cientos de años, el mecate lo elaboraban con henequén y ahora es una soga.
SU HIJO Y NIETOS SIGUIERON SUS PASOS
Para subir al “palo volador” y luego dejarse caer se necesita mucho valor y mucha fe, dice. “A mí nunca me dio miedo”, asegura, al poner fin a la entrevista para dar inicio al ritual bajo la noche.
Le llena de orgullo que uno de sus hijos siguió sus pasos y, aunque ya se retiró, dos de sus nietos también son Voladores de Papantla, con otro grupo y actualmente se presentan en Chetumal.
En el 2009, esta ceremonia fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
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