El adiós a una mascota: ‘quieres gritar, pero no puedes’; de crematorios, lutos y ausencias que pocos pueden entender

Tu mascota acaba de morir. No quieres estar con nadie... Pero alguien lo sugiere: un ritual puede ayudarte a enfrentar el duelo.

Coahuila
/ 26 enero 2023
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La noche en que Rabito se fue

No paras de llorar. Te duele la cabeza. Tus manos tiemblan. Quieres gritar pero no puedes. En tu pecho algo se mueve: ¿se te va salir el corazón o está por detenerse?, ¿de dónde viene este vacío revoloteando en estruendo?, ¿no hubiera sido mejor que tú estuvieras en su lugar? No alcanza el lenguaje ni la vida para decir cómo se siente enfrentar la muerte de una mascota. Nadie nos dice que su partida también causa un duelo. Uno no dimensiona que duele tanto.

Nadie tampoco le dijo a Sofía Padilla que entre el 22 y 23 de abril de 2022 tendría que despedirse para siempre de Rabito, su pastor alemán de 6 años. No vería más sus patas enormes y traviesas explorar el mundo ni rascar la puerta. No lo escucharía ladrar con trueno de voz perruna que a veces parecía llamarla por su nombre. Y aunque por algunos meses más seguiría encontrando sus pelaje negro sólido en la ropa, eso eventualmente dejaría de ocurrir. Simplemente ya no. Nada. Porque la muerte, al principio, parece detenerlo todo.

Ocurrió durante una tormenta eléctrica. De esas que siempre lo hacían temblar, de esas que a pesar sus potentes 30 kilos, de figura pavorosa de perro feroz, de su cara de enojado con todo, lo convertían en un cachorrito indefenso. De esas que desde una semana antes lo tenían nervioso por las noches cuando los truenos y destellos se soltaban en el cielo, como cuando el lunes 18 y el domingo 24 cumulonimbus se tragaron la quietud y normalidad de la ciudad.

Ocurrió días después de que los estruendos del cielo lo asustaran haciendo que brincara de aquí hacia allá y por todos lados. Por eso se atoró en una cerca que medía aproximadamente un metro y medio. Comenzó a caminar arrastrando las patas traseras. Luego empezó a chuequear.

Ocurrió después de pasar por varias clínicas que no le vieron nada mal. Que si una enfermedad que se curaba con medicinas ligeras. Que si algo que se le iba a pasar como si nada. Que si tenía varios nervios aplastados por los discos de la columna. Que si le tenían que hacer una operación extra rara y cara que solo podría hacerse en Ciudad de México. Que si cualquier cosa, menos la torsión gástrica que finalmente le detectaron.

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Ocurrió mientras Rabito estaba encerrado en una jaula. Lo habían llevado a la veterinaria para su tratamiento. Ya estaba cansado. Más gordo en menos de una semana. No se podía parar.

Ocurrió después de que la mamá de Sofía, sin avisarle, llevará al perro a una veterinaria el viernes 22 a las cinco de la tarde. Una veterinaria que cerraba dos horas después, que no tomó en cuenta toda la documentación existente respecto a que este padecimiento puede tomar la vida de los perros en cosa de pocas horas.

“Esa noche llovió. No sobrevivió”, dice la mujer por teléfono.

Pero nadie se dio cuenta hasta el siguiente día. Por la mañana, después de las nueve, recibió la llamada de su madre y se lo dijo de la única forma en que se dicen estas cosas: entre silencios y sollozos y ese extraño vacío revoloteando en estruendo.

Sofía tomó carretera. Era de mañana. Todos los recuerdos se le atravesaron. Que Rabito odiaba salir a la calle. Que amaba los largos abrazos. Que odiaba los juguetes. Que amaba el pasto. Que odiaba los ruidos fuertes. Que amaba comer. Irónico. Aquello que amaba y odiaba, fue lo mismo que apagó su luz. Y así, de repente, como si hubiera atravesado dos ciudades “en un segundo”, llegó a ver el cuerpo de su perro.

Los médicos le dijeron que no había nada más que hacer. El cuerpo de Rabito estaba inflado por la acumulación de gas a causa de la torsión.

Así, alejada de sí misma, sin haberse despedido de su compañero peludo, después de continuar entre pausas de llorar y montones y querer llorar pero no poder, Sofía buscó opciones para decirle adiós al canino pelirrojo.

Pero el internet también traiciona.

Las redes sociales están llenas de fotografías con lomitos traviesos. Con michis haciendo curiosidades. Algunos con ropa, viajando, con personalidad. También hay mascotas menos convencionales, pero igual de importantes. Los mensajes dejan ver que para algunos, los animales son parte de la familia. Otros apenas una linda compañía. Pero lo que nadie explica es ¿qué pasa cuando esa alegría la consume el dolor?

Un camino para que los perritos vayan al cielo

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Como golpe, al final de esa búsqueda, encontró Pets in Heaven, una empresa especializada en servicios funerarios para mascotas. Nunca lo había pensado... un crematorio.

Es un lugar rodeado de bodegas y un par de terrenos baldíos. Se ubica en Villas El Nogalar en Ramos Arizpe, Coahuila. Los propiedad es de los hermanos Rivera, Rafael y Liliana.

Al entrar, llama la atención un sillón con una almohada que dice Home (hogar en inglés). En donde debería ir la ‘o’ hay una casita que asemeja los hogares de los perros.

Alrededor, hay repisas con urnas de cristal y urnas de madera y urnas de cerámica y urnas de acero inoxidable y urnas biodegradables y urnas que también son relicarios. Y urnas por aquí y urnas por allá y urnas por todas partes.

A veces se nos olvida. O quizá no queremos verlo. Pero la muerte está siempre aquí. En todos lados. En todas partes. Y también duele. Y es natural. Y no podemos escapar de eso.

En medio de todo eso, Pets in Heaven toma el dolor de la gente y trata de convertirlo en algo digno. Y por supuesto, hay que decir, también es un negocio.

La idea surgió tras el sufrimiento de los hermanos Rivera, quienes no querían que nadie más sufriera como ellos.

Para eso hay que recordar a Carlota. Una enorme San Bernardo de cinco años, a la que, al igual que Rabito, también se le torció el estómago. Resulta ser un síndrome conocido como dilatación-vólvulo gástrico con mortalidad de entre el 5 y 15 por ciento de los casos.

Luego vino Maya, de tres años. Una Akita (la misma raza que Hachiko, el perro japonés con una de las historias más tristes para lomitos) a quien le diagnosticaron endometriosis. Es una enfermedad propensa en aquellas perras que no tuvieron crías a quienes se les forman quistes en el útero y se pueden infectar con relativa facilidad.

Aunque buscaron ayuda después de cada muerte, los hermanos encontraron el confort que necesitaban para despedirlas. Un lugar así no existía. “Nunca lo encontramos”, señala Rafael.

Así, Pets in Heaven es una respuesta ante ese trauma. Es el alivio que ellos no encontraron. Un crematorio con enfoque tanatológico. Rafael estudia al respecto. Su hermana y su cuñada son psicólogas y le han dotado de un sentido único a este proyecto.

El lugar fue fundado en noviembre de 2021. Y aunque al inicio no fue tan popular, ahora cada mes reciben aproximadamente 80 familias. 80 familias que perdieron a uno de sus integrantes. 80 familias que quieren honrar la vida de sus mascotas. 80 familias que quieren llorar sin críticas y reproches la muerte de los suyos. Aunque no sean de la misma especie.

Hasta pronto Rabito de mi corazón

$!En la foto vemos el set funerario que Pets in Heaven le preparó

El cuerpo de Rabito, sostenido en los brazos de Sofía, entró al crematorio. Es cierto lo que dicen. Parecía estar dormido. Soñando. Quizá corriendo en el pasto. O comiendo. O lleno de los abrazos de su dueña.

Aquella imagen mental de Sofía se rompió al entrar a ‘La Sala del Último Adiós’. Los recibe un muro verde lleno de plantas. Al centro, una mesa de cristal. Sobre ella, dos floreros que acompañan un pequeño cuadro donde está escrito el nombre y fecha de fallecimiento de la mascota.

No se parece a un velorio. Pero sí es íntimo, cercano, perfecto para que dos mejores amigos se dicen: ¡Hasta pronto!

Pets In Heaven cuenta con tres paquetes: Cremación Individual, cremación comunitaria y cremación presencial. En el caso de Rabito, Sofía recibió un altar con un par de huellas marcadas en yeso, una plaquita de madera, un mechón de pelo, un relicario con unos tres gramos de cenizas y un obituario virtual que se publica cada jueves en Facebook.

“Entendí que yo no soy la única que está pasando por este proceso, hay otra gente que también perdió a su mejor amigo”, agrega Sofía.

En este crematorio el proceso inicia desde la recolección del cuerpo, ya sea en una veterinaria o en casa.

Aunque el transporte no es precisamente una carroza fúnebre, se sigue el mismo protocolo. Dos personas levantan el cuerpo y lo colocan en una bolsa biodegradable. Lo toman como si estuviera dormido. Lentamente suben el cierre. Lo carga con delicadeza hasta el auto. El regreso a casa también va incluido en un lapso no mayor a 24 horas.

“No, no es un duelo sencillo, no es un duelo ridículo, no es un duelo romantizado, es un dolor profundo”. Estas palabras son pronunciadas por Sofi Aguilar, una tanatóloga que en su oficina alberga una enorme colección de figuras de ‘La Catrina’.

A pesar de que la muerte de una mascota es una de las experiencias más dolorosas, tristes y estresantes por las que el ser humano puede pasar, el duelo todavía no es aceptado y respetado por la sociedad de la misma manera.

A la oficina de Sofi Aguilar llega gente avergonzada por llorar la muerte de sus mascotas, con culpa por ‘gastar en una cremación para su perrita’ o desorientada por no encontrar comprensión en su círculo cercano. Falta respeto, repite una y otra vez la tanatóloga.

Las historias de duelo son distintas, pero en la mayoría, la cremación para los deudos es el inicio de un proceso. El arranque de un maratón que inicia en el dolor y la negación cuya meta es la aceptación de la pérdida.

¿El duelo por una mascota es un gesto de amor o un acto egoísta?

Al crematorio de Pets in Heaven se entra por una puerta de acero. El horno se encuentra en un espacio parecido al de una fábrica. Un gigante de dos toneladas hecho de acero, ladrillos refractarios, concreto y fibra cerámica. Materiales perfectos para aislar y almacenar el calor. A simple vista parece un horno para pizza, pero no, en lugar de masa y queso, en el horno hay dos siluetas estampadas en vinil negro. Un perro y un gato con un halo -como el de los ángeles-. Aquí los cuerpos se convierten en cenizas.

“Hay mucha desconfianza y preocupación”, dice Rafael Rivera. Asegura que la gente duda sobre si lo que reciben son realmente restos de sus mascotas. Creen que se les dan cenizas de otros animales o incluso el carbón que queda después de una carne asada. Pero eso no ocurre, asegura Rafael.

En varias culturas la ceniza simboliza el camino de la purificación a través del fuego. Los griegos creían que al quemar el cuerpo se sanaba el alma y se desprendía de su forma terrenal. Así el barquero de la muerte, Caronte, cruzaría sus almas por la laguna Estigia. En la cosmovisión mexica, se guardaban las cenizas para que Mictlantecuhtli, dios del infierno, los resucitara.

Pensar algo así es poético y hasta consolador. Pero estar frente al horno en donde más de 80 mascotas son incineradas al mes, despierta muchas dudas ¿esto es por las mascotas o por nosotros?, ¿es un gesto de amor o un acto egoísta?

Dos horas y media. Casi mil grados. Eso toma convertir a un perro de 30 kilos en cenizas. Pelo. Sangre. Huesos. Todo queda incinerado. Dolor. Enfermedad. Tristeza. Cualquier cosa orgánica desaparece. Pero lo más importante no solo se queda, sino que crece: el recuerdo, la esencia, el amor.

“Los animales tienen periodos de luto, pero estos servicios son más para las personas. No tiene que ver con la humanización, si no con el vínculo afectivo”, dice la doctora Yunuen Barrera. “Sin embargo, cuando el proceso de duelo no se cierra, se corre el riesgo de generar problemas en el futuro con otra mascota”.

En el caso específico de los perros, dice la etóloga clínica, hace 10 mil años, ambas especies han evolucionado en conjunto, y son las únicas que se han convertido en compañeros y amigos.

El antropólogo Brian Hare, escritor de Hipótesis sobre la domesticación, explica en su libro que los perros pasaron de ser lobos grises a animales con habilidades sociales con los que interactuamos igual que lo hacemos con otras personas.

Los que aman a los perros lo saben: una mascota no es ‘solo una mascota’.

Rabito fue un claro ejemplo. Protegía a su compañera humana día y noche. No mordía a otros perros, incluso aunque lo molestaran. Disfrutaba de los premios vegetarianos en forma de cepillo de dientes de Petco. Desconfiaba de la gente, menos de su humana.

Rabito está ahora en una urna de madera color caoba. Tallada con flores. Decorada con una placa grabada con su nombre. Descansa en su lugar favorito: su casa. Esa en donde tantas veces él y Sofía pasaron el rato. En donde soñaba que perseguía aves. Donde movía la cola cada vez que salían a jugar con él. Ahí donde fue feliz. Y quizá, ahora, después de una pequeña pesadilla, él se encuentra jugando en una amplia pradera con pasto verde, esperando ver nuevamente a Sofía para correr hasta ella y llenarse de ladridos y abrazos.

¿Qué harías tú si pasaras por lo mismo? ¿Considerarías cremar a tu mascota y tener sus cenizas para recordarla por siempre? ¿de qué otra forma le dirías adiós?

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