Historias de bondad en Saltillo que logran enternecer el corazón
Aunque a veces no seamos testigos de ello, todos los días ocurren actos de bondad que enternecerían el corazón de cualquiera
Aunque a veces no seamos testigos de ello, todos los días ocurren actos de bondad que enternecieron el corazón de cualquiera.
Antes de que existieran las redes sociales y se virilizaran las buenas acciones, cientos de anécdotas se acumularon en el andar del Centro Histórico que llevaron un rayo de luz y esperanza a quienes más lo necesitaban.
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Así lo narran algunos saltillenses que compartieron breves historias donde presenciaron actos de bondad, imitaciones de Robin Hood e incluso fueron los protagonistas de acciones de bondad que dejaron una huella en las personas que ayudaron, pero también una muestra en sus corazones de que la humanidad todavía existe.
Una de ellas fue Eloísa, quien se encontraba comprando un par de detalles en una tienda de cadena americana donde venden juguetes a bajos precios y fue testigo de un acto de bondad.
Una señora con dos niñas de la mano pagaría dos muñecas en caja, la señora de pants y playera guanga, sin maquillaje ni bolso veía en la sonrisa de sus hijas la ilusión de recibir una muñeca para Navidad.
Pero sacando el dinero de su bolsillo, también mostraba pena y frustración ante lo que podría representar invertir el sueldo de un día en juguetes. La cajera pasó los empaques de las muñecas por el verificador pero en seguida oprimió algo en el teclado.
El monitor sólo marcaba el precio de una muñeca, y la madre vio con pena a la cajera, pero ésta le sonrío, y guardó rápido ambas muñecas en la bolsa. La señora le devolvió la sonrisa y salió apresurada de la tienda diciéndole a la cajera ¡que Dios te bendiga!
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Eloísa vio la reacción de cada una de esas mujeres y la incomprensión de las niñas de lo que ocurría, pero en cuanto ambas voltearon a verla, actuó como si no hubiera visto nada, buscando chocolates en los aparadores de la caja.
“Yo sólo recuerdo cómo se le iluminaron los ojos a la madre, que parecía ser trabajadora de una fábrica y cómo hablaron con la mirada ella y la cajera, me hice la que no vi nada, pero hasta a mí me dieron ganas de llorar por lo feliz que se fueron las niñas con su muñeca”, comentó la saltillense.
Quizá esa madre de familia, podría dar una cena además de un juguete a sus hijas y aunque es cuestionable que la cajera haya evitado cobrar una muñeca, tampoco sabemos si ella lo pagó después, fui testigo de un acto así, y estoy segura de que hay muchos más que no se publican en redes sociales.
Don Toño, dueño de un local de tacos de barbacoa en el Mercado Juárez regala cada día una orden de tacos a algún necesitado, desde indigentes, migrantes y trabajadores hambrientos, sin que nadie más que aquel beneficiado lo reconozca.
Incluso, él mismo refiere otros actos de bondad, y no los suyos. “Hay clientes que ven que llega una familia con dos o tres niños y no falta el niño que pide otro taco, la mamá le da uno de los de ella y el cliente pide otro para le niño o la mamá, y él lo paga”, comenta Don Toño, además de los clientes generosos que pichan una coca, agrega.
El “señor de las frutas” de la esquina de Lerdo y Allende que ofrece asiento a los desesperados dela fila del banco, fruta a las embarazadas y ayuda para cruzar la calle a los adultos mayores.
Claudia, una saltillense por adopción, relató que un día en un estacionamiento de una tienda comercial al sur de la ciudad, encontró a un niño llorando, estaba perdido y no sabía donde estaba su abuela con quien fue al mandado.
Antes de irse al cine, aún cuando corría el tiempo para que comenzara la película que vería, buscó la voz de quien lloraba y era un niño desesperado, que le pidió ayuda para encontrar a su abuela.
“Le pregunté su nombre y el de su abuela, le ayudé a gritar el nombre de su abuela pero también busqué a un policía, cuando llegó el niño no quería irse con él y me tomó tan fuerte de la mano que prefería quedarme ahí hasta que estuviera bien”, comentó Claudia.
Llegó su abuela, también llorando porque pensó que no lo encontraría, que se lo habían robado, se abrazaron, relató, se encontraron y el policía entregó al pequeño, sólo vi cuando el niño la abrazó y al marcharse volteó a verme asentando la cabeza hacia abajo sin poder decir gracias.
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“Pero yo sentía cómo el pequeño me daba las gracias con la mirada, y me sentí bien de darle acompañamiento, de no dejarlo solo porque no se sentía seguro ni con el policía, la abuela tampoco me dio las gracias porque estaba movida por el llanto, sólo agradecía a Dios”, dijo.
“Quizá es verdad eso de que en algún momento el otro puede ser Dios o estar guiado por la buena voluntad de hacer el bien”, agregó.
Alejandra, por ejemplo, considera que dentro de las acciones que más le han llenado el corazón fue al ver a su sobrino de 4 años darle un par de monedas a un niño que pedía dinero sin que ningún adulto se lo pidiera.
Veníamos de comprar unas papitas del Centro y el cambio de la moneda que le di a mi sobrino lo guardó en el pantalón, pasamos por la calle Ocampo y había un señor tocando el acordeón y un niño pidiendo cooperación.
“Mi sobrino de tan sólo 4 años sacó con su pequeña manita el dinero de su bolsillo y se lo dio al niño que también rondaba los 5 años, además le ofreció papitas, creo que desde ese día me he vuelto más amable, él sin darse cuenta me recordó que podemos ser más compartidos”, comentó Alejandra.
Otra persona que compartió una anécdota fue Leticia. Contó que cuando era pequeña aprendió de su mamá a ser caritativa pero no sólo eso, sino muchos más valores al recibir a una mujer desconocida en su casa.
“Había una señora que le decían María la Loca, porque insultaba y apedreaba a la gente que pasaba por su casa en la colonia, entraba en crisis, y todo el mundo le tenía miedo, nunca supe los motivos de sus trastornos o si tenía familia”, comentó Leticia, originaria de Castaños, Coahuila.
El caso es que a veces iba y tocaba en las casas pidiendo despensa, y mamá siempre le separaba comida, jabones y otros productos, y me hacía salir con ella a darle las cosas, y pues yo fui perdiéndole el miedo, contó la castañense.
Cuando crecí pues ya se las daba yo, mamá me enseñó a ver a la mujer que necesitaba ayuda más allá de su agresividad porque mucha gente no le abría, y decían “ahí viene María la loca” y la evadían o se escondían, recuerda Leticia.
“De hecho te asustaban diciendo que te iba a llevar, mamá no, pero desconozco qué fue de ella, creo que se llamaba María de la Paz”, concluyó Leticia, convencida de que a su corta edad, comenzó a ver en las personas su esencia humana y sus necesidades, siempre como el origen de que se conviertan en personas violentas, a quienes en lugar de repudiarlas había que ayudar.
Actualmente Leticia se desempeña como colaboradora de una fundación que ayuda a mujeres víctimas de violencia y es activista por los derechos de las mujeres.