La utilidad de los edificios del Centro Histórico de Saltillo (a partir de la casa de Victoria 470)
Reflexiones del historiador Carlos Recio con motivo de la destrucción en curso de la parte posterior de la casa localizada en la calle Victoria 470
Los centros urbanos son producto de un esfuerzo de muchas generaciones. En su traza y sus edificios están inscrita sus historias, sus avatares, las vidas de los habitantes, sus anhelos y logros. En los pueblos europeos, los antiguos burgos medievales se convirtieron, al paso de los siglos, en los centros de las ciudades. En esos espacios urbanos tradicionales está inscrito el carácter y en algunos casos la vocación original de las poblaciones.
A partir de ahí, las ciudades fueron creciendo y desarrollándose. Un ejemplo es Paris, donde las actuales arrondissements (distritos) numerados consecutivamente, parten de la pequeña isla en que se encuentra la Catedral de Notre Dame sobre el río Sena, el kilómetro cero de la capital de Francia.
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En Saltillo la vocación agrícola de sus orígenes quedó manifiesta en la inclinación de sus calles de sur a norte. Nuestra ciudad nunca fue una población rica, como ciertas localidades mineras. No obstante, su espíritu orientado a la agricultura, al comercio y al tránsito marcó durante siglos su carácter, como posteriormente lo hicieron sus escuelas y sus industrias.
A partir de la década de 1950, principalmente, la ciudad ha sido objeto de una gran cantidad de destrucciones en lo que ahora se conoce como Centro Histórico. En esos años, la corriente funcionalista arribó con las ideas de la economía en materiales y la sencillez de formas: un nuevo perfil se instaló en la ciudad. A partir de entonces han desaparecido sólidas casonas virreinales de adobe y sillar, viviendas porfirianas, monumentos arquitectónicos neoclásicos, chalets estilo europeo. Los materiales históricos, como el adobe, el sillar, y el ladrillo fueron reemplazados por materiales modernos como el block de concreto.
En algunas ciudades del mundo los centros históricos han conservado su carácter durante siglos debido a la conciencia (o la insistencia) de los habitantes (Ávila y Segovia, en España; Lyon, en Francia, por ejemplo). En cambio, en otros lados, el centro fue destruido en mayor o menor medida, como ocurrió en Seúl, Corea del Sur y, aquí más cerca, en Monterrey. En Seúl al darse cuenta de que la destrucción de la inmensa mayoría de casas tradicionales de madera y granito, había sido un grave error, las autoridades decidieron desarmar unas cuantas casas que se habían salvado de la piqueta y volverlas a armar en el más bello parque de la ciudad, donde hoy en conjunto, simulan la antigua estructura de los típicos barrios del viejo Seúl, como un intento de recuperar la identidad perdida. En Monterrey, décadas después de haber destruido decenas o cientos de manzanas con el fin de construir la Macroplaza, las calles que formaban el extremo oriental del centro constituyen ahora un emblemático y animado sitio: el Barrio Antiguo.
En Saltillo se ha perdido con impunidad una importante cantidad de edificios de valor histórico o arquitectónico desde hace más de 50 años. Hace poco más de tres décadas se intentó detener la vorágine destructiva con la creación de la Junta de Protección y Conservación del Centro Histórico, pero no ha sido posible. En estos días que ocurre la destrucción de la parte posterior (situación que presupone más cambios) de una de las pocas viviendas que existen en la calle de Victoria, vuelve a ponerse como tema de discusión el conservar o no los edificios antiguos (o, como en este caso, más o menos viejos) de valor histórico o arquitectónico.
Para comprender esta situación propongo pensar en la metáfora de considerar a la estructura de la ciudad como un árbol. A partir de esa idea, el crecimiento de la mancha urbana a lo largo del tiempo puede compararse con los diversos anillos existentes al interior del árbol, así como sus hojas y ramas. La edad de un árbol puede calcularse a partir del desarrollo de los círculos concéntricos que forman su tronco principal. Cada uno de esos círculos forma parte de la historia, las vicisitudes y, en fin, la esencia del ejemplar vegetal. Destruir el centro de un árbol puede amenazar su subsistencia. De igual manera destruir el centro de una ciudad puede acarrear problemas en su esencia, en su identidad, en su carácter, en la manera de reafirmar a la población como heredera de una tradición determinada. El crecimiento de una población es importante, eso está claro, pero para crecer existen otros espacios, no el centro.
De la misma manera que un árbol genera nuevas ramas, sin destruir su tronco principal, la parte antigua de una ciudad, su centro o casco histórico, es esencial de la ciudad para comprender los valores de su trayectoria y para mantener el respeto por su historia. Destruir el centro, significa amenazar la memoria más fundamental. Atentar contra ella equivale a sufrir amnesia o padecer Alzheimer, es decir, vivir sin una identidad propia.
La ciudad es como un árbol, no hay que impedir que crezca, que se extienda, pero el centro histórico es irrenunciable, de la misma manera que lo es la parte interna y profunda de su tronco del árbol. Lejos de ser destruido debe ser revitalizada. Protegerlo es parte sustancial del bien ser y el bienestar de sus habitantes y los visitantes.
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