‘Lo más importante al escribir es tener toda la información; lo demás es pan comido’: recordando a Felipe Rodríguez
Del carácter de Felipe me quedo con su sonrisa fácil y su humor finísimo, su estilo sencillo para dar consejos en pocas palabras y sin tantos rodeos, como hacen los buenos maestros del periodismo
El primer recuerdo que me viene cuando pienso en Felipe Rodríguez es el del hombre alto, fortachón, de láctea tez, con un recortado bigote negro, llegando a las oficinas del cartorcenario Espacio 4.
Casi siempre era al caer la tarde cuando su saludo resonaba con un eco impresionante en los pasillos del periódico. Felipe era parte insustituible de la plantilla de reporteros, editorialistas y editores de Espacio 4, el periódico del que jamás me cansaré de decir que fue mi escuela, la universidad que me adentró en las calles.
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Cuando llegaba Felipe, entraba en su oficina, se dejaba caer pesadamente sobre su silla de alto respaldo, frente a su escritorio. Lo demás era escucharlo teclear con dedos poderosos en su ordenador y mi impresión de ver cómo sus poderosos dedos tecleaban a la velocidad de sus pensamientos.
Al contemplar mi estupor, Felipe me decía: “Peña, lo importante a la hora de escribir una nota, un reportaje, una crónica, un editorial, es tener toda la información posible del tema y el dominio de la misma; lo demás es pan comido”.
La verdad es que nunca pude aprender a escribir a la velocidad desatada de la mente de Felipe. Y tengo la esperanza de alguna vez hacerlo, pero quién sabe. Al cabo del tiempo me encontraría con él a lo largo de esta carretera sinuosa que es el periodismo, en la redacción de mi segunda casa, Vanguardia. Y volví a ver al mismo Felipe que había conocido en mis años mozos de reportero. Fue un gusto grande, una sorpresa agradable.
Por supuesto, no se me olvida el día que me acompañó en los funerales de mi padre, a la muerte de mi padre en la víspera de otra Navidad.
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Del carácter de Felipe me quedo con su sonrisa fácil y su humor finísimo, su estilo sencillo para dar consejos en pocas palabras y sin tantos rodeos, como hacen los buenos maestros del periodismo. Siempre cordial, sin poses, sin egolatrías. Como el profe buena onda que regaña suavecito.
Va de aquí un recuerdo para mi amigo y uno de mis mejores mentores, Felipe Rodríguez M.
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