‘El Demonio’ de Monclova habla; mató a su novia de 11 años

Monclova
/ 27 agosto 2016

El 21 de abril, Javier, de 13 años, asesinó a Diana con 30 puñaladas

Yo quería agua, pero ella me dijo que me fuera con Naomi. (...) Como dos horas antes yo me había metido dos tabletas de Clonazepam, inhalado resistol. Me había tomado tragos y un churrote”

MONCLOVA.- Diana era una niña de 11 años y en la escuela le decían “Pepe Nariz” porque tenía la nariz muy grande. Un día, ella le contó a Javier O., su novio, que la molestaban mucho por eso.

Javier, de 13 años, comenzó a esperar a quienes la buleaban afuera de la escuela para golpearlos y amenazarlos. Él no estudiaba. Lo habían expulsado de dos escuelas.

Esperaba a Diana todos los días a la salida del plantel Manuel Acuña y la acompañaba a su casa caminando. Ambos vivían en la colonia Guerrero. Así comenzó su “relación”. Ella se sentía de algún modo protegida. Cursaba quinto año de primaria y decía que Javier era su mejor amigo.

Los alumnos supieron que a Javier le apodaban “El Demonio” y que le gustaba golpear y quemar animales. También corrió el rumor de que consumía alcohol y drogas. A Diana la dejaron de molestar. Todos sabían que era la novia de “El Demonio”. Diana no consumía ni alcohol, ni drogas, pero supo que Javier sí lo hacía, “y por miedo decidió tronar con él, aunque a ella le gustaba que la defendiera, le cantara canciones y le regalara chocolates”, cuenta Paloma, hermana de Diana.

“Luego, Javier se hizo novio de otra niña, y Diana de otro niño. Pero él no dejaba de buscarla”, continúa la hermana. 

“Diana supo, a través de Face, que la nueva novia de Javier se llamaba Naomi, y ya no quiso verlo y parece que eso a Javier no le gustó y por eso hizo lo que hizo con mi hermana (...)”, dice Paloma, de 19 años y madre de dos niños.

No sé como salió el otro cuchillo, pero ya traía dos, y le di en el cuello, bien feo, como 30 cuchillazos”

JAVIER LA SORPRENDIÓ

Aquella tarde del jueves 21 de abril, Diana entró a su casa a la una de la tarde como solía hacerlo todos los días al regreso de la escuela. Hacía aproximadamente dos meses que no veía a Javier. No colocó candado en la puerta, pues ni ella ni su madre lo acostumbraban.

Puso en la estufa una sopa de lentejas que su hermana Paloma le había preparado la noche anterior y comió mientras esperaba a que su madre regresara de trabajar, aproximadamente a las seis de la tarde. Tomó un vaso de leche; llevaba puesto un pantalón de mezclilla, una camisa roja y un par de zapatos negros. “Ella llegaba de la escuela y se acostaba a dormir, casi siempre la encontraba dormida y tapada con una sábana hasta la cabeza”, cuenta Blanca.

Después nadie, salvo el propio Javier, puede narrar qué hizo Diana aquel día cuando él abrió la puerta blanca de la casa marcada con el número 1017 sin llamar a la puerta. “Aventé la puerta. Entré a la casa. Ella me gritó que me fuera. Que no quería verme, que me fuera con mi novia Naomi.

“Mientras yo tomaba agua, ella me amenazó con un cuchillo; me quiso poner uno, pero está bien mensa, estaba bien mensa, lo estiré y se cayó, se pegó en la nuca y me subí arriba de ella. No sé como salió el otro cuchillo, pero ya traía dos, y le di en el cuello, bien feo, como 30 cuchillazos. Me acuerdo que había chorros de sangre, había en el piso como un litro, se había desangrado toda, de volada. Cuando vi toda la sangre corrí, pero vi mi pantalón lleno de sangre, me quité la sangre como pude, me fui a mi casa, enterré la ropa, porque sabía que si me veían iban a decir por qué traía eso.

“Yo quería agua, pero ella me dijo que me fuera con Naomi, y eso me enojó. Ella se encelaba. Como dos horas antes yo me había metido dos tabletas de Clonazepam (pastas), inhalado resistol. Me había tomado tragos de alcohol (caguamas), y un churrote (marihuana) que conseguía con mis camaradas. 

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‘Todo explotó en mi cabeza’

“Todo me explotó en mi cabeza, llegué bien locote. No sé por qué llegué a esa casa, odio el día en que llegué ahí. Ahora estoy aquí encerrado, y a mí me gustaban las drogas, me gustaba el cotorreo, yo era libre, andaba en la calle, me decían ‘El Demonio’”, narra Javier desde el Centro de Salud Mental.

“Yo digo que con el primer fierro que le di en su casa ella no dijo nada (el joven se refiere a la primera de las 30 puñaladas). Yo no podía creer cuando el juez me dijo que estaba libre, porque yo sabía lo que había hecho. Creo que necesito ayuda psicológica porque a veces pienso mucho y me desespero y me pongo triste (...) y quiero otro permiso para salir otra vez afuera a una alberca y a comer pescado frito (Javier ha podido salir con su madre en dos ocasiones, custodiado fuera del Centro de Salud Mental). “Ya me desesperé de estar aquí. Me harté, me quiero ir, me dan ataques de desesperación. Ya sé, yo tengo que cambiar mi vocabulario porque no me ha traído nada bueno (…) ¡Y quiero calcetines y unos bóxers!”.

Javier, quien cumplió 14 años el 11 de mayo pasado y está en el área de Paidosiquiatría de ese centro de salud, dice: “Voy a hacer una fiesta aquí, ahora que estoy seguro de que no iré a la cárcel. Yo saliendo voy a ir a una iglesia y quiero estudiar y trabajar y dejar las drogas; quiero ayudar a otros niños con lo que sé, con lo malo que me ha pasado allá en la calle. Todas las noches me pongo a orar, no sólo por mí, sino por toda mi familia, por todo lo que hice mal”, cuenta un poco antes de despedirnos.

“¡Ah, y necesito un partido de futbol allá afuera. Por cierto, ¿dónde quedaron mis tenis, mamá? Necesito mis tenis”, reclama esta vez.
Mientras tanto, en el Centro de Salud Mental algunos padres han manifestado su inconformidad ante el hecho de que sus hijos convivan con quien llaman “un asesino”.

Javier O. toma un promedio de cinco pastillas diarias para el control de los impulsos en este Centro de Salud Mental. “Pienso por qué no me duele, como si fuera normal para mí; no sentí nada cuando la vi ahí, sólo dije: ‘Ya la cagué’, y me fui, pensé que me iban a meter al bote”, agrega el joven.  

Mientras relata, Javier va entregándole a Alicia, su madre, los dibujos que le ha hecho durante los últimos días y también le canta una canción que le acaba de componer. Su madre escucha y le toma la mano.

 

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En el momento del asesinato Javier tenía 13 años, y la Constitución establece que el internamiento se utilizará sólo como medida extrema y por el tiempo más breve que proceda. Podrá aplicarse únicamente a los adolescentes mayores de 14 años”
Yo no podía creer cuando el juez me dijo que estaba libre, porque yo sabía lo que había hecho”

NO PUEDE IR AL TUTELAR DE MENORES

Javier fue referido al Centro de Salud Mental por petición de su madre, por un acuerdo entre autoridades de Monclova, Coahuila, y por orden de un juez especializado en el sistema de justicia para adolescentes.

Javier no puede entrar a un tutelar de menores por la edad que tenía al cometer el homicidio.

“En el momento del asesinato Javier tenía 13 años, y la Constitución establece –en su artículo 18– que el internamiento se utilizará sólo como medida extrema y por el tiempo más breve que proceda. Podrá aplicarse únicamente a los adolescentes mayores de 14 años, por la comisión o participación en un hecho que la ley señale como delito”, dice José Luis Valdez, de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) en el estado de Coahuila, quien da asesoría jurídica a la señora Blanca Delia Estrada Muñoz, madre de Diana.

“Le he explicado a la señora Blanca Delia que podemos solicitar la reparación del daño que, en el estado de Coahuila, en los casos de homicidio debe andar por los 420 mil pesos, considerando los gastos funerarios. Pero si la familia (del homicida) no pudiera pagarlos, nos topamos con otro obstáculo, pues una persona tampoco puede ser privada de su libertad por deudas de carácter cívico”, explica. 

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