Saltillo: Entre hules, cartones y carencias, ellos sueñan con una vida mejor
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a Honduras con apenas lo necesario; aquí han encontrado las bases
para hacer crecer su mayor anhelo: una vida sin tantos sobresaltos
Unos hules, unos cartones, unos pedazos de triplay encimados, esa es la casa, el hogar, de Santos Hernández, Rosa Gómez y sus tres hijos, Johana, Emerson y Rubí.
Ellos son una familia de hondureños que hace dos años salió de su país en busca de una mejor patria y encontró hogar en el filo de un barranco de la colonia Nueva Esperanza, al oriente de Saltillo.
Antes vivían en una casa de alquiler, por el rumbo de Arboledas, un sector aledaño, pero Santos es albañil y lo que sacaba no dio para pagar la renta, unos mil 500 pesos mensuales, y la familia tuvo que salir a buscar otro techo.
HACERSE DE UN PATRIMONIO
Santos compró en abonos, no sin sacrificio, un pellejo de tierra al borde de un arroyo pletórico de maleza, a un señor de por acá que, dice, le vendió barato.
Y entonces compró, no sin sacrificio, unos pedazos de madera, consiguió unos plásticos raídos y unos cachos de cartón y armó una choza, su casa, dos cuartos con techo y paredes de hule, cartón y tabla.
Dos piezas con suelo de tierra que hacen las veces de recámara, sala, cocina, comedor, de todo.
“No, pos taba más pelón y ora ya lo arreglé está mejor. Ái estamos echándole ganas”, dice Santos.
Y aquí se quedaron viviendo con sus cuatro perros criollos que velan por la noche y su gato, un gato güero que juguetea por los muebles del jacal.
VÍCTIMAS DE LOS MARAS
Años atrás Santos y su familia habían salido huyendo de la pobreza y la violencia en Honduras, aquel país centroamericano tan golpeado.
Allá vivían también en una casa que no era suya, por la que pagaban renta.
El trabajo escaseaba para Santos y aunque Rosa, su doña, es bien luchadora y puso en los puntos de taxi un puestito de baleadas, Que son como tortillas de harina, con carne, típicas de Honduras, ocurrió lo que ocurre en aquel país:
Los mareros, los pandilleros del barrio 13 y los del 18, amenazaron con cobrarles cuota y Santos, Rosa y sus niños, prefirieron, como tantos y tantos, dejar su tierra.
“El problema es que cuando uno no le da dinero a esa gente, lo matan, no se pueda trabajar allá ni con negocios ni con nada”, platica Santos.
MIEMBROS DE LA OLA MIGRANTE
La travesía fue en bus desde Honduras, pasando por Guatemala, hasta Tapachula, Chiapas, una travesía larga de horas y horas en bus.
Después la familia la emprendió, en bus, hacia el sueño de muchos, desplazados por la miseria, que se llama Estados Unidos, en busca del sueño americano.
Esta familia es parte de la ola migrante hondureña, que huye de la violencia del crimen organizado, de la miseria económica y de la indiferencia de un gobierno liderado por un presidente acusado de tener vínculos con el narcotráfico.
LA NATURALEZA LOS ATACA
La situación se agravó el otoño pasado, por los dos huracanes que azotaron las zonas pobres de Honduras uno tras otro, que impactaron a más de cuatro millones en todo el país —casi la mitad de la población— y arrasaron barrios enteros.
Meses después de los huracanes, las casas siguen bajo el agua. En donde antes había puentes ahora hay enormes agujeros.