Jugar ‘como niña’: en Saltillo taclean, golpean, batean y derriban estereotipos
En el marco del Día Internacional de la Niña, ocho menores practican deportes tradicionalmente masculinos, mostrando que la pasión y la fuerza no tienen género
Desde pequeñas, a las niñas se les enseña que deben ser delicadas y cuidadosas, a evitar los golpes y la rudeza. Durante siglos, estas ideas se han traducido en exclusiones en la historia del deporte, donde las mujeres fueron apartadas de competencias y entrenamientos bajo la creencia de que no eran aptas para actividades físicas exigentes.
Aunque hoy existen avances en materia de igualdad de género, los estereotipos aún marcan límites, pues muchas siguen escuchando que ciertos deportes “son solo para hombres”. Pero en Saltillo hay niñas que están rompiendo con esas barreras.
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En el marco del Día Internacional de la Niña (11 de octubre), VANGUARDIA conversó con ocho niñas que practican disciplinas consideradas tradicionalmente masculinas como el boxeo, el jiu jitsu, el fútbol americano y el béisbol, abriendo paso para que más niñas se sumen a espacios donde antes no estaban incluidas.
“PELEA COMO NIÑA”
Alejandra de Valle, de 7 años, entrena jiu jitsu con un kimono blanco y rosa que combina con los moñitos que lleva en el pelo. Empezó desde los cuatro años, cuando su papá, Alejandro de Valle, daba clases y ella, desde fuera del tatami, imitaba los movimientos. Un día él la invitó a entrar, y desde entonces no lo ha dejado.
Su papá dice que siempre tuvo la intención de que ella practicara jiu jitsu, pero cuando fuera más grande, sin imaginar que a los cuatro años ya estaría lista.
Es una de las pocas niñas en su clase, pero eso no le molesta. A veces le toca entrenar o competir con niños más grandes, y cuando eso pasa, se esfuerza más. Le gusta ganar, y cuando lo logra, se siente bien. Lo que más le gusta de este deporte es subir al podio victoriosa a sumar una medalla más a su colección.
Su meta, dice, es llegar a cinta morada; hoy es cinta gris. A otras niñas que quieren intentarlo, les dice que no tengan miedo. “Este deporte es muy bueno para ser fuerte.”
Su papá considera que siempre ha sido de las más pequeñas pero también de las más aguerridas, sorprendiendo a quienes la ven competir. Una niña peleando contra niños y ganándoles rompe con lo esperado y demuestra que el contacto no entiende de géneros ni de límites.
A sus 10 años, Nali Suárez también entrena jiu jitsu. Empezó por curiosidad, como un hobby, y terminó encontrando algo que la apasiona. Ella no solo es la única mujer de su grupo, es también la única niña, pues hace unos meses fue transferida a un grupo donde entrena con jóvenes y adultos. Aunque al inicio le dio miedo, ahora se siente segura, fuerte e incluida.
Sabe que a veces los compañeros tienen más cuidado con ella, pero eso no le molesta. Le dijeron alguna vez que el jiu jitsu no era para niñas, pero no lo tomó en serio. “No estamos en el siglo XVI”, dijo.
Lo que más le emociona es poder vencer a hombres mayores que ella. Tiene claro que el género no determina nada. “Importa tu valor y tu amabilidad con los demás”, piensa.
Su mamá, Imelda, reconoce que al principio tuvo dudas pero se sorprendió cuando en tres semanas la cambiaron de nivel. Hay días en los que no le va muy bien en el entrenamiento, pero en lugar de desanimarse lo toma como un reto.
“No me la vuelven a hacer”, le dice Nali a sus papás.
Para Imelda, lo más importante es dejar que su hija explore lo que le interesa y darle espacio para crecer, sin limitarla por prejuicios. Ha recibido críticas, personas que le dicen que eso no es para niñas o que es peligroso, pero no se detiene.
Aitana Estrada, con apenas 5 años, ya entrena box. Le gusta el deporte, y más cuando puede usar sus vendas y guantes rosas. Su papá la enseñó, porque también boxea, y desde hace un año entrena con más niñas.
Dice que se siente muy feliz entrenando, especialmente cuando gana. Recuerda con emoción una vez que venció a una amiga de su prima. A veces invita a sus amigas de la escuela y vecinitas a entrenar con ella.
“Si les da miedo, yo les enseño”, dice a las niñas de la región, invitándolas a entrenar con ella.
Su mamá, Cecilia, recuerda que al principio también pensó que el box era “más de hombres”, pero al ver a sus hijas entrenar, cambió de opinión. Cree que, además del ejercicio, es una forma de enseñarles a defenderse.
La familia de Aitana quisiera un día verla arriba del ring. Para ella, dividir deportes por género es un error. “Eso lo marcamos nosotros. La realidad es que las mujeres también deben tener libertad para elegir.” Asegura que hay boxeadoras que ya han demostrado que se puede, y su hija podría ser una de ellas.
“JUEGA COMO NIÑA”
Para Maya Domínguez, de 10 años, el fútbol americano es una forma de demostrar que las niñas también pueden golpear, correr y jugar. Desde los tres años comenzó a interesarse por el deporte, viendo a su hermano mayor competir. Mientras otras niñas pensaban en porristas, ella pedía uniforme y hombreras.
Juega como guardia ofensiva, una posición donde debe proteger al mariscal de campo, y aunque a veces siente nervios al estar rodeada casi por completo de niños, en cuanto entra al campo se le pasa. Sus entrenadores la tratan como a cualquier otro jugador, y sus papás y hermanos la acompañan con orgullo a cada partido.
Maya cree que sería genial que más niñas se animaran a jugar y les diría que no tengan miedo. Para quienes aún creen que el americano no es para ellas, ella dice que “las niñas pueden jugar lo mismo que los hombres”.
Los papás de Maya, Isela Méndez y Gabriel Domínguez, recuerdan cómo al principio les costaba verla en el campo, sobre todo cuando los rivales eran grandes o corpulentos, pero también entendieron que, más allá del miedo, lo importante era apoyarla. Ahora la ven llegar sola, colocarse el uniforme y asumir su lugar como una más del equipo.
Hanna Rodríguez también tiene 10 años y encontró en el fútbol americano algo que le gusta más que la guitarra: tumbar. Lleva tres años jugando como ala cerrada, una posición que combina bloqueos y atrapadas.
Hanna dice que disfruta cuando puede derribar a sus rivales y demostrar que su fuerza no depende del género. Aunque nació con un problema cardíaco, sus padres decidieron no ponerle límites.
Sus papás, Jazmín Leija y Arturo Rodríguez, recuerdan que, aunque al principio les daba miedo, sabían que la decisión de vivir con alegría era de su hija. Actualmente, el deporte no solo la hace feliz, también ha contribuido a su salud.
Hanna está convencida de que el mundo cambiaría si más niñas se atrevieran a jugar americano. Le diría a quienes dudan que las mujeres pueden hacer lo que quieran, que son libres. Y a otras niñas, que se animen, porque todo es posible con esfuerzo.
Isabela Escalante tiene 9 años y comenzó a jugar americano porque su papá y su hermano lo practicaban. Al principio se sintió extraña al ver que era la única niña, pero cuando otra niña se unió al equipo se hicieron amigas y el ambiente cambió.
Lo que más le gusta es el contacto físico del juego, entender que hay técnica en tumbar, en colocar bien el cuerpo. Juega como tackle ofensivo y su entrenador le dice que es una “super girl”.
Recuerda con emoción una jugada que atrapó en su primer entrenamiento; no se lo creía y casi llora de la felicidad. En los entrenamientos y partidos, los niños del equipo la han tratado siempre como a una más. A otras niñas les diría que intenten sus sueños, que sean valientes. Ella es feliz sabiendo que tiene el apoyo de sus papás.
Su mamá, Monserrat Morales, dijo que al inicio dudaba por miedo a los golpes, pero ahora está orgullosa de su hija y le reconoce que ha tenido el valor de hacer cosas que muchas veces otros no se atreven por miedo.
“Isabela, estoy muy contenta y muy orgullosa de ti porque no cualquier niña se atreve a hacer lo que tú haces”, le dice a su niña.
Sus papás, Jazmín Leija y Arturo Rodríguez, recuerdan que, aunque al principio les daba miedo, sabían que la decisión de vivir con alegría era de su hija. Actualmente, el deporte no solo la hace feliz, también ha contribuido a su salud.
Hanna está convencida de que el mundo cambiaría si más niñas se atrevieran a jugar americano. Le diría a quienes dudan que las mujeres pueden hacer lo que quieran, que son libres. Y a otras niñas, que se animen, porque todo es posible con esfuerzo.
Isabela Escalante tiene 9 años y comenzó a jugar americano porque su papá y su hermano lo practicaban. Al principio se sintió extraña al ver que era la única niña, pero cuando otra niña se unió al equipo se hicieron amigas y el ambiente cambió.
Lo que más le gusta es el contacto físico del juego, entender que hay técnica en tumbar, en colocar bien el cuerpo. Juega como tackle ofensivo y su entrenador le dice que es una “super girl”.
Recuerda con emoción una jugada que atrapó en su primer entrenamiento; no se lo creía y casi llora de la felicidad. En los entrenamientos y partidos, los niños del equipo la han tratado siempre como a una más. A otras niñas les diría que intenten sus sueños, que sean valientes. Ella es feliz sabiendo que tiene el apoyo de sus papás.
Su mamá, Monserrat Morales, dijo que al inicio dudaba por miedo a los golpes, pero ahora está orgullosa de su hija y le reconoce que ha tenido el valor de hacer cosas que muchas veces otros no se atreven por miedo.
“Isabela, estoy muy contenta y muy orgullosa de ti porque no cualquier niña se atreve a hacer lo que tú haces”, le dice a su niña.
Mackenzy Alejandro tiene 10 años y lleva seis jugando fútbol americano. Ingresó gracias a Elisa, la coordinadora del equipo Pumas, en el que juega desde entonces y que confió en ella cuando nadie más lo hizo.
Los padres de Mackenzy, Thelma Rodríguez y Juan Daniel Alejandro, recuerdan cuando ella tenía 4 años y lloraba porque quería jugar al igual que su hermano menor. Fue entonces cuando Elisa fue quien les dijo: “Déjenla, si esto es para ella, ella lo sabrá”. Y así fue.
Su mamá, que antes no entendía el deporte ni lo creía apto para niñas, ahora se siente muy orgullosa. Reconoce que su hija es ejemplo para otras niñas que la ven jugar y se animan a probar. Su papá se emociona al verla en el campo, compitiendo de igual a igual y, en ocasiones, destacando más que otros linieros.
En su equipo juega como guardia ofensiva, dice que le gusta la adrenalina, especialmente en los partidos cerrados. Recuerda cuando un coach de una categoría mayor le dijo que quería entrenarla cuando llegara a ese nivel; eso le dio confianza y ganas de seguir.
Sus amigos sienten curiosidad por verla jugar y sus papás dicen estar muy orgullosos. Lo que más quiere es que más niñas se animen, que sepan que hay muchos deportes que pueden practicar, que no son solo para los niños. A las niñas que no las dejan jugar les diría que no se rindan y a sus papás, que no las limiten, porque tal vez están frenando una pasión real.
Sus papás dicen que Mackenzy les ha demostrado que en estos tiempos ya nada es exclusivamente para varones.
Loretta Treviño Cadena, de 9 años, encontró en el béisbol un espacio propio, influenciada por su hermano y sus primos. Juega como segunda base y en algunas ocasiones jugar contra niños varones la pone nerviosa, especialmente porque lanzan más fuerte, pero también eso la impulsa a esforzarse más.
Su mamá, Dinorah Cadena, recuerda que la decisión de Loretta los tomó por sorpresa, pues estaban acostumbrados a verla con muñecas y pinturas, y de pronto les pidió un guante y una batera. Fue un cambio de 360 grados, pero uno que los ha llenado de orgullo. Han visto cómo su hija se ha vuelto valiente, cómo aguanta los golpes, se levanta y sigue.
A Loretta le gusta cachar elevados, porque aún es un reto. Su entrenador es su abuelo, lo que le da seguridad y confianza. Loretta admira a su hermano y sueña con ver a más mujeres jugando béisbol, incluso en un gran estadio como el de los Saraperos.
Su mamá dice que Loretta les ha enseñado a ser papás más maduros, a no limitar a sus hijas por miedo, y a confiar en que ellas saben lo que quieren. Como familia, ahora celebran cada jugada, cada entrenamiento y cada paso que Loretta da en un deporte que parecía ajeno, pero que ahora también les pertenece.
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