Nombres y figuras del comercio que ya son leyendas de éxito en Saltillo

COMPARTIR
La semana pasada, en este mismo espacio, compartimos historias de personas que llegaron a Saltillo desde distintos pueblos de Nuevo León. Hombres que con esfuerzo, visión y determinación, transformaron sus sueños en realidades y lograron consolidar empresas que hoy forman parte del tejido económico y social de nuestra ciudad.
Estos hombres tienen un hilo conductor: la perseverancia, la innovación y el amor por lo que hacen. Desde funerarias hasta chorizos, pasando por fábricas de metal y restaurantes icónicos, estos hombres y sus familias llegaron a Saltillo con el deseo de construir algo grande... y lo lograron.
TE PUEDE INTERESAR: ¡Impactante accidente en el ‘Candelillazo’! Dos RZR envueltos en llamas durante el evento en Candela
La historia de Enrique Martínez es la de un hombre cuya visión y disciplina lo llevaron a transformar por completo el sector funerario en Saltillo. En General Zuazua, Nuevo León nació en 1920, hijo de una familia campesina que enfrentaba las duras condiciones de la época.

La economía del país tras la Revolución Mexicana había dejado cicatrices profundas. En este entorno de grandes carencias, la vida de Enrique Martínez estuvo marcada por el sacrificio, la perseverancia y un espíritu inquebrantable.
Desde muy joven, la necesidad lo obligó a abandonar la escuela para contribuir al sustento familiar. Sus comienzos fueron como pastor de cabras en su pueblo natal, las largas jornadas expuesto a las inclemencias de tiempo, y a veces lo poco productivo del pastoreo, lo motivaron a buscar trabajo en uno de los panteones locales como limpiador de tumbas y llevar agua para las flores, empezó a recibir buenas propinas por su trabajo, más tarde pidió a unos conocidos que lo recomendaran con el dueño de una funeraria y del famoso cementerio El Carmen de Monterrey.
Muy firme se dirigió al futuro patrón: “usted póngame a hacer cualquier cosa y verá que yo le respondo”, aquella actitud mostrada ante el empresario funerario se convirtió en un motor que lo impulsó a aprender de todo.
Su capacidad de observación y mentalidad innovadora lo hicieron destacar dentro de la empresa en la que trabajaba, confiándole la instalación de sucursales en Ciudad Victoria y posteriormente, en Saltillo. Fue aquí donde tomó la decisión de independizarse y fundar su funeraria en 1947.
TE PUEDE INTERESAR: Piedras Negras celebrará la Feria del Norte con grandes artistas y actividades del 15 al 25 de mayo
Desde el inicio, su ética laboral y disciplina en la administración de recursos marcaron la diferencia. Con esfuerzo y austeridad cimentó su negocio funerario, apostando siempre por la atención personalizada y un trato cálido, valores que lo distinguieron de la competencia.
Su dedicación pronto dio frutos, consolidando su empresa como la más importante del ramo. En pocos años, su éxito llevó a la desaparición de dos grandes funerarias de la ciudad: Funerales del Socorro y Funerales Saltillo, pertenecientes una de ellas, a la familia Moya.
En 1953, Enrique Martínez dio un paso más en su proceso de modernización, construyendo un edificio en la esquina de Hidalgo y Aldama, donde estableció su residencia en la planta alta. Adicto al trabajo, a cualquier hora del día o la noche se le podía ver en su negocio, asegurándose de que cada detalle fuera atendido con el profesionalismo que lo caracterizaba. Su experiencia y buen manejo con los números hizo que lo llamaran para trabajar como tesorero municipal, con los alcaldes Carlos de la Peña Sánchez (1949 a 1951) y Carlos Valdés Villarreal (1952-1954).
El secreto de su éxito radicaba en su estricta administración financiera: cada peso era reinvertido con inteligencia, evitando lujos innecesarios y apostando por el crecimiento sostenido. Su capacidad de ahorro y visión empresarial lo llevaron a diversificar sus inversiones, incursionando en sectores como el inmobiliario, automotriz y ganadero.
A pesar de su notable éxito, Enrique Martínez nunca olvidó sus raíces. Disfrutaba pasar largas jornadas en su rancho, atendiendo personalmente su ganado, recordando con nostalgia su infancia en los agrestes campos de Zuazua. Su compromiso con su comunidad trascendió el ámbito empresarial; abrió un taller de uniformes en su pueblo natal, no con fines de lucro, sino con el propósito de ofrecer empleo digno a las mujeres de la región. Murió a los sesenta años por una afección cardiaca.
Poseedor de un gran sentido del humor. Cuando se estableció en Saltillo, algún amigo cercano, con picardía, le comentó: Bueno, tú ya llegaste a Saltillo con fortuna. Tu esposa era de buena posición, pero demostrando su aguda inteligencia y su característico sentido del humor, respondió: ¡No, hombre, ¡qué va! Si me la traje envuelta en la sábana de planchar. Otra frase característica que solía decir sin rodeos: “No le deseo la muerte a nadie... pero tampoco quiero que mi negocio quiebre”,
LA HERENCIA DEL AHORRO
Si algo dejó Enrique Martínez como legado, más allá de su exitoso imperio empresarial, fue su inquebrantable disciplina en la administración de recursos. Su hijo, quien más tarde se convertiría en gobernador de Coahuila, heredó no solo el nombre y sus dos apellidos, sino también el espíritu ahorrador y la rigurosa capacidad de administración de su padre.
TE PUEDE INTERESAR: Incendio fuera de control en la Sierra de Arteaga; las llamas amenazan con expandirse por los fuertes vientos
Un colaborador cercano lo describió con precisión: “Enrique chico es una versión corregida y aumentada de su padre”. Y vaya que lo demostró. Durante su mandato como gobernador, con un ojo digno de contador de feria y una lupa más grande que la de Sherlock Holmes, se encargó personalmente de revisar los fondos revolventes de cada director de administración en las dependencias y organismos de gobierno.
Su obsesión por la disciplina financiera no era un mito; era una realidad que, aunque causaba suspiros y dolores de cabeza en algunos, dejó un saldo incuestionable: al final de su gestión, Coahuila tenía finanzas saneadas, dinero en las cuentas y deuda cero, un certificado que acreditaba a Coahuila que no tenía ninguna deuda pendiente con un banco. Un logro que, en el mundo de la política, es raro encontrar hoy en día.
Hace más de un siglo en el corazón de Saltillo, nació una empresa que conquistó el gusto y la confianza de los consumidores: la Empacadora Alanís.

Su historia es un testimonio de cómo la pasión por la calidad y la innovación pueden transformar una modesta iniciativa familiar en un referente de la industria alimentaria.
En 1920, los hermanos Benjamín, Francisco y Fidelio Alanís, originarios de El Cercado, Nuevo León, fundaron “Alanís Hermanos” con el firme propósito de elaborar productos cárnicos de calidad excepcional.La especialidad de la casa, el chorizo, se convirtió rápidamente en un éxito gracias a una fórmula especial que combinaba ingredientes selectos y un meticuloso proceso de elaboración.
No tardó en surgir el nombre que sellaría su prestigio: Chorizo Selecto, un producto que pronto ganó el favor de los saltillenses y que abrió camino para la expansión de la empresa.
Con el tiempo, la compañía diversificó su producción, incorporando nuevos embutidos y productos cárnicos. En 1939 adoptó el nombre que hoy en día la distingue: Empacadora Alanís, S.A. Este cambio reflejó no solo su crecimiento, sino también su evolución hacia una industria más moderna y con una visión a futuro.
La empresa no solo se dedicó a la producción local, sino que amplió su red de distribución a estados como Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Yucatán y Tabasco. Con la demanda en aumento, se implementaron tecnologías avanzadas en el manejo y procesamiento de la carne, garantizando higiene y calidad en cada etapa de producción.
Entre los productos más emblemáticos se encuentran la carne seca, o como decimos por aquí machacado, ¡¡no machaca eh!!, que se ha convertido en un producto icónico por su sabor y practicidad, conquistando mercados nacionales.

TE PUEDE INTERESAR: Evacuan negocios tras fuerte incendio cerca del Mercado de Abastos de Saltillo
Los fundadores de la empresa dejaron una huella imborrable en la industria cárnica. Con el tiempo, sus hijos Ricardo, Óscar y Francisco Alanís tomaron las riendas del negocio, asegurando la continuidad de los valores que hicieron de la empacadora un éxito. Hoy en día la tercera generación de los Alanís está frente al negocio.
CINSA Y SU CRECIMIENTO
En el Saltillo de 1928, entre calles polvorientas y un México en transformación, un hombre visionario, Isidro López Zertuche, con sus hermanos Carlos y Ricardo, sus padres originarios de Cerralvo, Nuevo León, fundó una pequeña fábrica de artículos de metal.
En un modesto taller, con un solo empleado y cinco operarios, comenzaron a moldear un sueño. Fabricaban productos rudimentarios como tubos, cascos para estufas y tinas de lámina galvanizada, sin imaginar la magnitud que alcanzaría su empresa.
El crecimiento fue rápido. Para 1930 la compañía amplió su producción con artículos de lámina, aluminio y hojalata. Dos años después la fundición se convirtió en parte esencial del negocio, dando vida a molinos para nixtamal y planchas de hierro gris. En 1932, la empresa adoptó el nombre de Compañía Industrial del Norte, S.A (CINSA), consolidando su estructura y preparándose para un futuro próspero.

Hacia 1936, el aluminio se convirtió en el material estrella, y el esmalte, inicialmente importado de Estados Unidos, pronto fue producido en México. La calidad y la innovación llevaron a CINSA a un crecimiento sostenido, lo que permitió adquirir Molinos del Fénix en 1947, una empresa clave en la producción de harinas de trigo.
La década de 1960 marcó una transformación decisiva. En 1960 la empresa integró a Porcelana Mecánica, S.A., y en 1963, nació Cinsa Industrial, S.A. Finalmente, en 1967, el grupo adoptó el nombre que hoy es sinónimo de desarrollo industrial: Grupo Industrial Saltillo, S.A.
TE PUEDE INTERESAR: ¿La has visto? Joven desaparece un día después de su cumpleaños en Ramos Arizpe
El legado de Isidro López y sus hermanos trascendió generaciones.Lo que comenzó como un taller modesto se convirtió en un conglomerado de empresas dedicadas a la fundición, la cerámica, la metalmecánica y la producción de artículos para el hogar. Empresas como Cimecsa, Moto Islo, Vitromex y Fundidora del Norte son testimonio de una visión que, con esfuerzo y dedicación, cambió el panorama industrial del país.
PARA CHUPARSE LOS DEDOS
Braulio Cárdenas Cantú nació en 1932 en Ciénega de Flores, Nuevo León. Sus padres, Braulio Cárdenas Cárdenas y Juliana Cantú Villarreal, le inculcaron valores de esfuerzo y perseverancia. Su padre era obrero y viajaba a Estados Unidos por temporadas, mientras que su madre se dedicaba al hogar. Desde joven, mostró determinación y una gran visión emprendedora.

Braulio Cárdenas se convirtió en un referente gastronómico al fundar “El Principal”, un restaurante en Saltillo que se hizo famoso por su comida regional, especialmente el cabrito. Su dedicación a la excelencia culinaria y su enfoque en la preservación de la tradición lo convirtieron en un pilar de la gastronomía local.
Además de su legado en la cocina, se destacó por su labor comunitaria. Fue miembro del Club Rotarios, fundador del Patronato de Bomberos, presidente de la Canirac y líder del Comité de las Ciudades Hermanas, promoviendo el desarrollo económico y social de Saltillo.
Si la historia le apasiona y desea descubrir más sobre el pasado, lo invitamos a formar parte de Relatos y Retratos del Saltillo Antiguo. Únase a nuestra comunidad WhatsApp: 844 299 1234 saltillo1900@gmail.com