¿Organilleros en Saltillo? Agustín lleva 10 años preservando la tradición

Saltillo
/ 6 mayo 2025
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El viaje de Agustín lo ha llevado por todo el país, desde Tabasco hasta Coahuila, sin mapas ni rutas fijas, guiado solo por el corazón y las circunstancias

Cada vez que gira la manivela, no solo se mueven los engranajes de un viejo organillo: se pone en marcha la memoria sonora de un país. Una marcha lenta, arrastrada por la brisa y por los pies cansados de Agustín Arturo Cárdenas Morales, organillero itinerante que lleva más de una década haciéndole cosquillas al olvido.

Viene del Estado de México, pero dice que ha caminado por casi toda la República. No lleva mapas ni rutas fijas: lo guía el corazón, el clima, y a veces, la necesidad. Lo acompañan Jesús Cárdenas y José María Maroto, dos almas más que se sumaron a este arte que sobrevive más por terquedad que por interés.

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$!Agustín Cárdenas, viajero de la tradición, haciendo una pausa en su andar para recordar su vida como organillero.

El organillo que cargan no es cualquier objeto: tiene 115 años de historia, de polvo y melodía, de calles andadas. No es un instrumento, es un testimonio. “Las canciones están marcadas en el rollo”, explica Agustín, mientras señala con devoción la cinta perforada que le dicta al aparato qué cantar. “No se le pueden cambiar. Ya vienen ahí, como si fueran cicatrices”.

En sus entrañas viven Amor Eterno, Las Mañanitas, Los Mandados, Caminos de Michoacán. No son sólo canciones: son oraciones laicas que se escuchan frente a catedrales, en plazas, mercados, funerales. Amigo, esa melodía entrañable, es la que Agustín dedica al Papa cada vez que se para frente a una iglesia. Dice que así lo siente más cerca.

El sonido del organillo —áspero, metálico, encantador— no siempre encuentra oídos dispuestos. “Rara vez la gente se acerca a platicar. Casi no nos preguntan. Sólo los periodistas, de vez en cuando”, confiesa con voz baja. No lo dice con reproche. Lo dice con esa resignación dulce de quien ha hecho de la calle su escenario y su hogar.

$!Agustín, acompañado de sus amigos, comparte con los transeúntes una melodía entrañable.

La historia de Agustín no empezó con la tradición, sino con la urgencia. “Mi madre tenía cáncer. Entré al organillo por necesidad, para sostener la casa. Pero después me quedé... porque esto es bonito. Es cultura”. Sus palabras, humildes y directas, rompen el molde del testimonio simple: hay poesía en su pobreza, hay dignidad en su oficio.

No es común encontrar organilleros jóvenes. Y menos, organilleros nuevos. Agustín no lo heredó: lo eligió. O quizá, como a los juglares antiguos, el arte lo eligió a él.

Ha recorrido Tabasco, Yucatán, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Monterrey, Coahuila... Pero su relación con Saltillo es ambigua. “Es el lugar que más visito, pero hace tiempo tuvimos un problema con unos músicos. Desde entonces, me da pena volver. No porque la gente sea mala: al contrario, los locatarios siempre se han portado bien. Pero siento que les fallé”.

$!Agustín Cárdenas, organillero itinerante, tocando su viejo organillo en el centro de Saltillo.

Habla de Saltillo como se habla de un viejo amigo al que uno quiere volver a ver, pero no sabe cómo pedirle perdón. Habla con el alma, como quien guarda respeto por cada piedra del camino.

Antes de marcharse, deja un mensaje para quien lo quiera oír: “Que nos dejen trabajar. No venimos a molestar. Esto es cultura, es tradición. Si pueden cooperar, qué bueno. Si no, también está bien. Solo queremos que acepten otras formas de vivir, de sonar, de existir”.

Porque hay oficios que no necesitan reinventarse para ser valiosos. Porque hay melodías que, aunque suenen a otra época, siguen hablándonos en presente. Porque mientras alguien gire esa manivela, en México no se dejará de cantar.

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