El ‘93 coahuilense’: una historia de coraje y resistencia civil que cambió Coahuila
La historia política no suele ser la favorita del público. A menudo se percibe como lejana o simplemente aburrida. Pero lo que ocurrió en Coahuila en 1893 está lejos de ser un episodio más en el devenir político.
Fue un momento de tensión, valor y desafío. Un capítulo en el que ciudadanos comunes, sobre todo mujeres, se enfrentaron al poder con dignidad. Este relato no pretende ser una lección de historia encerrada en fechas y nombres. Es, más bien, una invitación a revivir un episodio crucial que mostró de qué estaba hecho el carácter coahuilense.
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Coahuila vivía tiempos difíciles. Evaristo Madero dejó la gubernatura el 1 de mayo de 1884; la razón principal fue que no se aprobó su proyecto de poner en renta las tierras de propiedad estatal, cuyo propósito era crear un fondo para sostener la educación pública gratuita.

Tras su renuncia desfiló una serie de gobernadores: Francisco de Paula Ramos, del 1 de mayo al 29 de agosto; Praxedis de la Peña García, del 29 de agosto al 20 de noviembre; y luego Telésforo Fuentes, del 20 de noviembre a los primeros días de diciembre de 1884.
LAS ELECCIONES DEL 84
En las elecciones para gobernador de ese año, la contienda fue muy reñida. Participaron cinco candidatos, pero solo dos contaban con el apoyo de grupos poderosos: Cayetano Ramos Falcón, respaldado por el seis veces gobernador Victoriano Cepeda y Antonio García Carrillo, apoyado de forma velada por el gobernador interino Praxedis de la Peña.
Ambos candidatos reclamaron el triunfo, lo que generó un conflicto político que llevó a la intervención federal. Para controlar la situación, Porfirio Díaz instauró el estado de sitio el 10 de diciembre de 1884 y designó como gobernador provisional al general Julio H. Cervantes, jefe militar de la zona.
El general Julio María Cervantes asumió la gubernatura el 15 de diciembre de 1884. Su gestión, aunque corta, trajo importantes mejoras: impulsó obras públicas, apoyó la educación primaria y secundaria, modernizó los laboratorios y el observatorio astronómico del Ateneo Fuente con equipo importado de Europa.
Además inauguró el alumbrado público en la Plaza de Armas y en el centro de esta instaló una fuente de agua adornada con esculturas de niños, hoy en día se conserva en la Alameda Zaragoza.
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Políticamente, logró mantener el orden en un momento de tensión y fortaleció la presencia militar en la región.
Aunque recibió críticas, naturales en la época, la historia le reconoce su voluntad y capacidad para gobernar en circunstancias difíciles. Su mandato terminó el 15 de febrero de 1886.
En aquel tiempo tres grupos locales luchaban por el poder. El primer grupo era el de José María Garza Galán, que tenía el respaldo del influyente Manuel Romero Rubio, suegro del presidente Díaz. El segundo grupo era el de Evaristo Madero, formado por empresarios coahuilenses. El tercero lo lideraba Miguel Cárdenas, quien tenía el apoyo directo de Bernardo Reyes. Porfirio Díaz decidió imponer como gobernador a José María Garza Galán.
EL GOBIERNO DE GARZA GALÁN
Desde el principio, Garza Galán usó su puesto como gobernador para enriquecerse. Apenas llevaba un año en el cargo cuando comenzaron las quejas, sobre todo de los comerciantes del norte del estado. Se le acusaba de estar metido en el contrabando.
Cierta ocasión, el jefe de aduanas revisó unos vagones de ferrocarril que, en teoría, llevaban documentos oficiales, pero estaban llenos de mercancías finas compradas en San Antonio, Texas.
Como si eso no bastara, se descubrió que tenía minas en Sierra Mojada y participaba en empresas de deslinde de tierras. El exgobernador Evaristo Madero probó que el dinero recaudado por impuestos mineros había ido directamente al bolsillo de Garza Galán.
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Coahuila cayó en una etapa de autoritarismo. Garza Galán gobernó con mano dura, persiguió opositores e impuso altos impuestos a la industria, lo que provocó que proyectos importantes, como la instalación de una cervecería en Saltillo, iniciativa del español José Negrete; no se concreta y acabara por establecerse en Monterrey.
CLIMA POLÍTICO ADVERSO
El 18 de marzo de 1886, José María Garza Galán emitió el Decreto 26, que autorizaba al Ejército a destituir ayuntamientos y nombrar otros de forma provisional. Aunque la medida se justificaba como temporal hasta realizar elecciones, en la práctica sirvió para remover autoridades municipales contrarias al gobierno estatal.
Con este decreto, Garza Galán colocó a personas de su confianza en cargos locales, lo que fue visto como un abuso de poder y una forma de consolidar su control político. Esta acción generó críticas por limitar la autonomía municipal y utilizar al Ejército como instrumento de presión interna durante su mandato de 1886 a 1893.
El académico David Adán Vázquez Valenzuela, de la Universidad Autónoma de Coahuila, en su trabajo “En medio de espacios cambiantes: movilidad política y geográfica de un activista en el norte de México y el suroeste estadounidense, 1865-1932”, apunta lo siguiente: “En febrero de ese año, 1893, la legislatura estatal aprobó una reforma a la constitución local que le permitía al gobernador José María Garza Galán reelegirse ‘indefinidamente’.
‘EL 93 COAHUILENSE’
La maniobra provocó que varios ciudadanos, cansados de los abusos de poder, se movilizaran para detener la ampliación del mandato. Liderada por Julio M. Cervantes, exgobernador de Coahuila, una delegación se trasladó para entrevistarse con Porfirio Díaz, entre los miembros de la delegación se encontraban: Alfredo Rodríguez, Antero Pérez de Yarto, Román Rodríguez, Vicente Fuentes, Melchor Cadena, Mario González Santos y otros más.
En concreto pidieron a Porfirio Díaz la destitución de Garza Galán. Diaz ignoró las solicitudes. De regreso a la ciudad, los integrantes de la comisión fueron encarcelados por órdenes de Garza Galán.
Las arbitrariedades cometidas por el necio gobernante, hicieron que un numeroso grupo de mujeres saltillenses jugaran un papel crucial en esta lucha, al brindar apoyo moral y material a los combatientes. Ellas organizaron protestas contra la reelección y buscaron la liberación de los presos. La rebelión fue sofocada en pocos días y Garza Galán continuó en el poder.

LA PRENSA OPOSITORA
A raíz de las inconformidades surgieron periódicos de combate que jugaron un papel importante: El Pueblo Coahuilense, El Pendón Coahuilense y El 93.
El primero era redactado por Heliodoro Euroza y Sixto Tlapanaco, dos periodistas originarios de Puebla, probablemente llamados y financiados por el general Julio Cervantes. Como colaboradores estuvieron Alfredo Ramos y Mariano Zertuche.
Mientras que el Pendón estuvo bajo la responsabilidad de los saltillenses Melchor C. Cadena, Manuel Garza Aldape y Antero Pérez de Yarto.
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}El tercer periódico, El Noventa y Tres, estuvo a cargo de Víctor W. Becerril como redactor y Enrique Gervino como director. Estos periódicos no cesaron de publicar artículos críticos y versos satíricos que exponían los abusos del gobernador Garza Galán. Constantemente los periódicos opositores eran decomisados y quemados antes de llegar a los lectores, aun así, lograron despertar una conciencia ciudadana y acrecentar la animadversión contra el tirano Gobernador.
LA RESISTENCIA ARMADA Y A LA POSTRE LA CAÍDA
La oposición no se limitó a arengas ni escritos. En Cuatro Ciénegas, Jesús Carranza Neira y sus hijos, incluido Venustiano, se alzaron en armas y en Piedras Negras lo hizo el coronel Francisco Z. Treviño. La situación en Coahuila se volvió crítica.
Porfirio Díaz, preocupado, envió al general Bernardo Reyes a negociar con los grupos. Tras choques armados en el Puerto del Carmen y San Buenaventura, poco después el general Reyes informó por telégrafo al presidente Diaz: “El movimiento no es contra su gobierno, sino contra ese tirano que desprestigia a Coahuila. Si lo retira, la paz volverá”.
En septiembre Garza Galán fue obligado a renunciar. José María Múzquiz fue nombrado gobernador provisional, y renunció poco después por la alta injerencia de Bernardo Reyes en los asuntos de Coahuila.
Se designó así como Gobernador al favorito del general Bernardo Reyes: Miguel Cárdenas, quien gobernó de 1897 a 1909, era diferente, pero también se reeligió varias veces.
Cárdenas, impulsó importantes obras: construyó el bello edificio de la Escuela Normal, impulsó el desarrollo industrial y comercial y apoyó el crecimiento ferroviario. A pesar de estos avances, la oposición política siguió reprimida.
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El movimiento El 93 coahuilense dejó una enseñanza profunda: la lucha por la justicia y la democracia puede tardar en dar frutos, pero nunca es en vano. La semilla que se plantó en 1893 florecería años después, cuando Coahuila se convirtiera en cuna del movimiento constitucionalista que cambiaría para siempre la historia de México.
EL VALOR DE LAS MUJERES EN LA RESISTENCIA CIVIL
Después de la renuncia del tirano, muchas mujeres acudieron a la penitenciaría con ramos de flores para recibir a los liberados. La multitud creció hasta convertirse en una verdadera manifestación popular.
Los detenidos fueron recibidos con júbilo, figuras como Teodoro Carrillo, Alfredo Villarreal y Gumesindo Castilla, marcharon por la calle de Castelar hasta los Portales de la Independencia y frente al Palacio de Gobierno.
Hace un par de semanas recibí un correo electrónico de la doctora Sara Galindo, a propósito de un relato en el que mencionaba a varios empresarios nacidos en Nuevo León que habían contribuido al desarrollo de esta ciudad. En su mensaje, me hizo una observación: “Siempre son los mismos personajes... ¿y las mujeres?”. “La historia en general no les ha hecho justicia a las mujeres, cuyos logros han sido ignorados por siglos y creo que es hora de cambiar esa tendencia y darles su lugar”. Doctora Galindo, tiene usted razón.
Por eso, con respeto y gratitud, escribo estas líneas como un homenaje. Porque en 1893, cuando Coahuila se estremecía bajo el peso del autoritarismo, fueron muchas las mujeres que dieron la cara, que sostuvieron la esperanza, que abrieron sus casas, que escribieron proclamas, que repartieron periódicos, panfletos clandestinos y que, con una firmeza silenciosa, también escribieron la historia.
Nombres como Manuela Lozano, Librada Cárdenas de Bermúdez, Guadalupe García V. de Volpe, Herminia Peña, Dolores García de Prado, Antonia Valdés V. de Zertuche, Refugio Cuéllar de Santa Cruz y Juana V. de Verdier, dieron muestra de valor.
También son ejemplo Francisca L. de O ‘Sullivan, Petra Alcalá V. de Villarreal, Refugio Narro V. de Acuña, Agustina del Bosque V. de Pereyra, María Rodríguez, Josefa Gómez V. de Rodríguez e Isabel García V. de Rodríguez.
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Así como, Elisa Peña, Carolina Rodríguez, Dolores Bosque de López, Manuela Valdés de Lobo, Celia Lobo, Adela Villarreal de López, Marcelina Dávila, Julia Barragán de León, María de Jesús R. de Cuéllar y Rosaura Dávila de Valdés
Completan esta lista Adela Martínez de Saucedo, Librada Ramos, Dolores Rics, Juana María Loredo de Dávila, Adela Dávila de Woessner y Delfina Villarreal de Garza.
Hoy sus nombres nos miran desde la historia, como protagonistas de un momento decisivo. Mujeres que no pidieron reconocimiento, pero lo merecen con creces. Este relato va por ellas.
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