SEMANARIO: Los `pocitos' de la suerte

Semanario
/ 20 abril 2008

    Han sido acusadas de asociación delictuosa, evasión fiscal, lavado de dinero y violación a la Ley General de Juegos y Sorteos. Han sido perseguidas y detenidas por la Unidad Especializada Contra la Delincuencia Organizada (UEDO), la Agencia Federal de Investigación y la PGR, instancias encargadas de narcotraficantes y secuestradores: Ellas sólo juegan lotería.

    Transcurre la noche de un fin de semana cálido en uno de los "pocitos" que existen desde hace años en Saltillo, sitios donde se juega la tradicional lotería mexicana. Toman su nombre de la jugada en la que con tres o cuatro figuras se forma un solo cuadro o "pocito". Cientos de personas reunidas en un gran salón en el centro de la ciudad tientan, llaman y abrazan a la suerte.

    Aunque se pueden ver familias enteras jugando en colaboración, como equipos, la mayoría de los asistentes son mujeres maduras. De adrenalina dicen ellas que se trata. Y la adrenalina no es una oferta común en sus vidas.

    Esa noche, una mujer a la que llamaremos Andrea, acudió por primera vez a uno de estos lugares, donde conoció a Yolanda, una mujer enérgica con casi veinte años de experiencia en loterías, quien recordó que hace tres años llegó a un "pocito" a mitad de una jugada, y casi detrás de ella ingresó al lugar un contingente de la AFI armado con metralletas: "Había como 70 señoras. Nos cargaron a todas. Se asustaron, gritaron, las aventaron, a las que se ponían picudas las golpearon".

    Yolanda narró para Andrea el momento cuando el registro de nombres comenzó y la mayoría de las mujeres respondía el primero que se le ocurría, hasta que una de ellas se presentó como Lorena Herrera. Los agentes exigieron credenciales de elector: no bastó. "Nos llevaron a la federal, nos tuvieron ahí en un separo. Y luego nos empezaron a pasar de una por una. A mí me preguntaron si era La Marciana, una jugada que había, una grande", recuerda Yolanda.

    Las mujeres fueron fichadas, las acusaron de ser "aficionadas a juegos de azar"; luego de unas horas las liberaron, tras la advertencia de que la próxima vez que fueran sorprendidas serían encarceladas, por "reincidencia".

    Yolanda y las demás mujeres siguieron jugando, a escondidas: siempre clandestinas. De hecho, salvo la introducción de algunas tecnologías, poco ha cambiado el juego: "De cuando yo empecé a jugar hace 20 años a ahorita, es lo mismo. En Saltillo son las mismas jugadoras con las que jugué hace 20 años.

    Inclusive los organizadores fueron jugadores y ahora son dueños de pocitos, porque es un negocio muy bueno".

    Y es que el negocio no es poca cosa. En los "pocitos" modestos corren 10 jugadas por hora, reuniendo por jugada unos 300 pesos, lo que se traduce a 3 mil pesos por hora, cifras que en los establecimientos más grandes se disparan.

    La casa se queda generalmente con el 10% de cada jugada, ahí el negocio.

    Un banderín, en cuya estrella de madera se lee "Ganador", es el transitorio trofeo que sirve para identificar al afortunado, y mientras le pagan corre otra jugada. Una asistente acude hasta su mesa cámara en mano para que el público pueda verificar, vía circuito cerrado, que en efecto ha ganado.

    De esta manera se evitan las "chapuzas", como expresa Yolanda : "Hay gente que ya se sabe las tablas de memoria, las tercias y las dobles, ya saben en dónde están y cambian rápido la tabla y ponen los pozos. Yo las he visto. O te arreglas con la que lee los pozos, nomás le señalas la que no vino y le das sus 50 pesos".

    Y para reforzar la transparencia, de las paredes vestidas sólo con una oración al general Villa, cuelgan cuatro monitores que reproducen las imágenes de las fichas que el anfitrión extrae de varios botes de plástico, para "cantarlas" desde el fondo del salón. Algunas prefieren escucharlo. Otras le ganan al tiempo fracciones de segundo, revisando de reojo el monitor y comenzando a marcar figuras antes de que sean "cantadas". Allí permanecen hasta las siguientes, a pesar de lo cual, de cuando en cuando alguien pregunta: "¿Qué vino?"

    Ignorando la forma de organización de las figuras dentro de las cartas, Andrea se instaló en una mesa con el material necesario para armarlas.

    Transcurrieron unos cuantos minutos antes de que la inexperiencia la delatara y varias personas intentaran orientarla, como doña Francisca, una jugadora de aproximadamente 50 años que apareció sonriente, preguntando: "¿Es su primera vez?".

    Andrea admitió su novatez, de inmediato doña Francisca se entregó a la tarea de explicarle las reglas del juego. Las que tenían lugar en ese momento, porque hay decenas.

    Una vez constatado qué hacer con las cartas y sus "pocitos" de tres figuras, no es sencillo. Resulta comprensible que ahí haya quienes las venden: un juego de 6 por 40 pesos. Pero doña Francisca ofreció unas como regalo y deseó suerte.

    Andrea nota en los bolsos de las mujeres, los "equipos" completos de juego: tablas para intercambiar, de diversos tipos, monedas y fichas -para diferenciar los cuadros de los "pozos"-, plumas, amuletos y paletas con un imán rectangular sujeto a una cuchilla, forrado con cinta de aislar, que utilizan para recoger las monedas de las cartas cuando concluye la jugada, como una herramienta más para imprimir velocidad al juego.


    Donde el tiempo transcurre lento
    Silvia, amiga de Yolanda, un ama de casa que ronda los 40 y lleva diez años jugando, hace notar que el "buenas" es casi un grito de batalla al que cada quien le imprime su estilo. Algunas, como la abuelita que gritó su victoria en ese momento, acompañan el triunfo con saltitos y aplausos.

    Cuenta Silvia que doña Paty, su vecina y compañera de juego, pidió antes de morir que la enterraran con sus tablas de lotería. Andrea comenzó a comprender por qué hay personas a quienes les cuesta desprenderse de ellas. La "descarga" eléctrica que produce la anticipación del momento de ganar o perder es probadamente adictiva. Algo tiene que ver con la felicidad.

    Y el tiempo corre con ligereza en el "pocito", parece suspendido entre el humo del café y los cigarrillos; eso sí, nada de alcohol. Lo común, dicen Silvia y Yolanda, es pasar entre tres y cinco horas de la tarde en la jugada; pero, comentan, hay quienes se quedan hasta las cinco de la mañana.

    Una mujer joven y robusta recomendó a Andrea practicar en otra parte, en un "pocito" más pequeño. Dice que así se aprende, luego a las grandes ligas. Y finalmente las "giras" para jugadores, pues de Parras, Saltillo, Monclova y otros municipios, salen camiones repletos hacia el "Cántaro", uno de los pocitos más grandes de Monterrey.

    También es común la organización de estos "viajes" a Dallas o Las Vegas -que sigue siendo el "Disneylandia" de los jugadores locales-, con el objetivo de pasar una o varias noches en juegos masivos. No se hospedan, no duermen. Beben café y juegan, juegan y beben café. Y así en jornadas maratónicas.

    Para Silvia, esto del juego es una terapia: "A raíz de que mi mami murió yo quedé muy mal, entonces me enseñaron a jugar y ahí se me fue pasando el tiempo bien rico. Es una terapia para mí. Y el día que no voy me siento cómo nerviosa. Cuando voy ando bien tranquila".

    Entonces admite, tras la mirada inquisidora de su amiga Yolanda, que es una terapia cara; agrega: "Yo antes tenía dinero para jugar, jugaba unos 500 pesos diarios. Pero ahorita estoy en una situación que no puedo jugar tanto. Si fuera una adicción a mí me valdría gorro y vendería hasta los calzones. ¿No crees? Prefiero primero surtir mi refrigerador".

    Actualmente destina a la lotería de 100 a 200 pesos diarios. Es decir: de 2 a 4 salarios mínimos. No todos poseen tal control: "Hay mucha gente que llega vendiendo los anillos y las esclavas", dice Silvia. Cuando no queda mucho por vender, agrega, hay quienes acuden con lo que les queda en la alacena, esperando hacer trueques de tablas por cajas de cereal, legumbres enlatadas o cualquier otra cosa que la voluntad del administrador del "pocito" reciba.

    "Yo, por ejemplo - interviene Yolanda- separaba $500, me los llevaba diarios. Y sí, muchas veces gané rico, pero al último que hice cuentas fue una grosería lo que perdí y dije: ¿Qué chingados estoy haciendo?".

    Yolanda y Silvia admiten que el balance general en términos económicos es siempre negativo: "El dinero perdido no lo vas a recuperar jamás. La cruda moral es muy gacha. Cuando tienes nada más 500 pesos y los pierdes y tienes que pagar una deuda, dices: `Si no hubiera ido saldría de esa deuda'", agrega Yolanda.

    Atrapando la suerte
    Andrea nota su mesa vacía en comparación con las demás: "Muchas traen ranas, unas llevan unos monos con los pelos parados, llevan al buda, velas, algunas cuando dicen: `La campana', sacan una campana y la suenan. Para celebrar, si te llevas bien con las que están al lado, les das una moneda para darles suerte", explica Silvia.

    Y no son ésas las únicas precauciones necesarias para atrapar la suerte: "Yo, tablas, monedas y cigarros no doy", dice Yolanda.

    "Todo mundo te quiere batear cigarros. Yo soy enemiga de eso". Y no es que sea tacaña, sino que advierte en las peticiones la intención de "robarle" la suerte, no permite el intento. Algunas, explica Yolanda: "Si ven que estás ganando van y te piden tablas para pasarles la suerte, supuestamente".

    Otras lo intentan de un modo menos honesto, pidiendo una moneda o un cigarrillo a la ganadora. Otras los roban a la mínima distracción.

    Silvia, por su parte, lleva cuarzos "cargados" para atraer la suerte. A través de los años, ha constatado que casi todas las jugadoras utilizan ritos o amuletos similares. Algunas, ahonda, para acabar con las malas rachas, "barren" las tablas con limón y chile, o con spray "del indio". Hay quienes compran perfumes de la suerte en aerosol, hasta quienes los hacen en su cocina y entonces se vuelven más pócimas que perfumes, a menudo con ajo o chile.

    Cartones vs computadoras
    Andrea cuestiona a sus guías de juego sobre su afición a estos sitios y no a los "legales": "A mí las máquinas no me gustan. Me divierto más aquí", dice Silvia con firmeza: "Acá tienes que estar activa, quitando y poniendo, allí nomás estás aplastando un botoncito".

    Entre la mayoría, la lotería sigue siendo la reina de los juegos, hay a quienes la constante descarga de adrenalina emanada del resultado de apretar botoncitos varias veces por minuto les seduce. De ahí que muchas jugadoras intercalen ahora los casinos con los "pocitos".

    Yolanda les encuentra muchas ventajas: "Nada que ver el casino, es muy elegantioso, ahí nadie te molesta, nadie grita, ni pide tiempo. Acá es tu juego y tú te metes sólo al juego".

    "No hay que convivir con nadie. Es otro tipo de gente". Pero la opción, reconoce Yolanda, es sólo para quienes tienen más solvencia económica: "Porque al Caliente no vas con 300 pesos, es ridículo, ¿cuánto te duran ahí?", cuestiona.

    A pocas de ellas les asustan las posibles redadas, las rejas: "Las loterías no dejan de ser juegos de azar, no es justo. Si ya es legal el casino ¿Por qué la lotería no?", pregunta Silvia con molestia.
    A diferencia de sus nuevas amigas, Andrea no está dispuesta a correr el riesgo. Sólo acude una noche más, al cabo de la cual ha perdido 400 pesos y no ha ganado una sola vez.
    "Me divertí", asegura. Y eso le basta.

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