Romanita buscó a su hijo hasta el último aliento

Torreón
/ 30 agosto 2017

La voz de esta mujer calló en abril pasado, pero su ejemplo sigue

TORREÓN, COAH.- Romanita Ortiz nunca se cansó. A sus 70 años buscó hasta el último paso a su hijo Pedro Ramírez Ortiz y a su nieto Armando Salas Ramírez, desaparecidos el 12 de mayo de 2008 en Torreón. 

En este 30 de agosto, Día Internacional del Desaparecido, no se escuchará la voz de Romanita gritar porque le regresen con vida a su familia. El 26 de abril, Romanita falleció, luego de 9 años de largas caminatas, de protestas espartanas, de viajes a municipios y parajes lejanos, de búsquedas a lado de corporaciones policiacas, de caminar en ranchos, ejidos y colonias en las que sospechaba podía hallar información; nueve años de pararse frente a funcionarios de gobierno para exigirles trajeran de vuelta a su hijo y a su nieto. 

Tenía 70 años pero nunca se detuvo. Sólo la salud la derrotó. Desde hace dos años, Romanita empezó a decaer, cuenta su hija Carmen, madre de Armando y hermana de Pedro. El 21 de marzo de 2015, viajaron a Monclova y Saltillo para realizar unos careos con personas detenidas, sospechosas de la desaparición de su hijo y su nieto. Pero las personas no quisieron dar información.

Pedro y Armando se dedicaban a supervisar y arreglar maquinitas de video juegos y la última llamada que hicieron fue del Palacio Federal en Torreón, donde estaban detenidos por unos inspectores. Años después, esos inspectores fueron detenidos por secuestro. Existía una denuncia contra ellos por la presunta desaparición. 

“No los hicimos hablar, no quisieron decir nada. Mi mamá se vino para abajo de la impotencia, de no lograr nada”, recuerda Carmen.

Para Carmen dichos inspectores conocían del paradero de su hijo y hermano. Luego le vinieron dos infartos a Romanita. Pero ella quiso seguir. 

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EL RASTRO EN TEXAS
Después investigaron una homonimia en Texas, es decir, una persona que estaba en una prisión de aquel estado de la Unión americana, tenía los mismos datos que su hermano. La familia envió documentos, investigaron, mandaron cartas pero nunca lograron nada. Nunca respondieron. “De ahí vi que mi mamá se vino abajo”, relata Carmen. Era diciembre de 2016. 

Romanita empezó a enfermarse. Tenía la esperanza de que fuera se hijo pero no fue así. 

Los últimos dos meses antes de morir, Romanita aseguraba que su hijo y su nieto estaban vivos. “Cuando se agravó había momentos que decaía y como que hablaba con gente. Decía que miraba a Pedro y Armando vivos, que los miraba en una noria, sucios, trabajando a la fuerza”, relata Carmen. “Vas a participar en un milagro de Dios” le decía Romanita a su hija. 

Carmen, 52 años, empezó con dermatitis, tienes los pies dañados, se descompensó de la presión. Y ahora no tiene a su compañera de búsqueda. 

NOS ENFERMAMOS
María Elena Salazar, madre de Hugo González, desaparecido el 20 de julio de 2009, y miembro de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (FUUNDEC), menciona que hay más compañeras que se están enfermando en la búsqueda de sus hijos sin lo más importante: encontrarlos.

“Es preocupante. Nos vamos a morir y no los vamos a encontrar”, lamenta María Elena. “nos queda ese dolor, esa incertidumbre, porque cada que amanece es un día más para buscar, para seguir luchando. No me quiero ir sin que mis hijos sepan de su hermano, de su tío”.

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Abigaíl Mendoza, psicóloga de la Unidad de Atención a Víctimas de la Procuraduría General de Justicia, refiere que las familias, madres principalmente, llegan desesperadas, molestas; pero también arrastran enfermedades como hipertensión, diabetes, enfermedades degenerativas, estrés, problemas de insomnio y depresión, principalmente.

“Son buscadores, lo que los mantiene de pie es buscar. A veces deben hacer un alto para darse cuenta que se están enfermando, que ya no tienen trabajo, ya no tienen familia, ni amigos porque se dedican a la búsqueda”, explica.

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