El efecto de los Pizarro
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Los dos Pizarro son buenos futbolistas. Rodolfo, el de Rayados, es un jugador determinante por su claridad conceptual sobre el juego. Guido, el de Tigres, cumple con el ABC del puesto: un contención de corte clásico que marca y auxilia.
Rodolfo llega a un equipo que, de entrada, le ofrece ciertas ventajas. Alonso lo conoce desde Pachuca y sabe dónde le puede rendir más en un parado que supone tendrá más futbol-asociación que verticalidad.
Para ese estilo de juego, Pizarro está a tono. Tiene visión, toque, penetración y gol. Pide siempre el balón, un síntoma de que le importa mucho la generación del juego. Sin embargo, tiene que tener aliados.
Alonso tendrá que acomodar las piezas en su lugar para que se coordine la maquinaria. No por ofrecerle todo el confort a Pizarro se descuidarán otros perfiles. El DT tiene que conectar a Rodolfo y no desconectar al resto y ello le llevará, cuando menos, algún tiempo.
Pizarro aterriza en Rayados en un momento de cierto escepticismo. La gente se ha empachado de refuerzos luminosos en los últimos torneos, pero que, por distintas circunstancias, no le han entregado al club lo que viene buscando desde hace ocho años: el campeonato de Liga.
Esta situación obliga a la gente a mirar todo de reojo. El aficionado palomea los refuerzos, quizás más por tradición que por proyección.
Monterrey ha acostumbrado a sus hinchas a traerles figuras de clase A y por lo mismo ya no provocan una desmedida excitación. Como todo se ha naturalizado, lo único que al final del día moverá el amperímetro será un título. Un jugador, por más crack que sea, ya no enchufa tanto.
En Tigres, el efecto es diferente. El club volvió sobre sus pasos y le cumplió el sueño a Guido y a sus aficionados. El volante quería regresar y la gente lo quiere volver a ver en el Universitario.
Quizás aquí juegue mucho la nostalgia. Pizarro se fue a Sevilla en un momento donde se había ganado un cariño extraordinario de la tribuna. Guido dimensionó esa idolatría hace menos de un año en la multitudinaria despedida que le hizo la porra en el aeropuerto.
El contención, que futbolísticamente cumplió y que supo identificarse con el ADN del club, forzó su operativo retorno a un lugar donde se siente cobijado.
Tigres, con todo y conociendo que su precio de reventa ya no será el mismo dentro de un par de años, decidió comprarlo otra vez. Económicamente quizás no haya sido negocio, pero sentimentalmente sí.
Pizarro tendrá que desafiar los malos augurios que disparan las “segundas vueltas” y Ferretti tendrá que decidir si lo incluye por encima de Carioca o lo acomoda a su lado.
De todos modos, en un equipo donde se prioriza la “jerarquización”, no es muy difícil especular quién se quedará con el puesto de volante central. Al final de cuenta, esta Pizarro, a diferencia del de Rayados, llega ganando.