Hablemos sin máscaras

Deportes
/ 19 marzo 2016

Parece que fue ayer. El viernes 20 de marzo de 2015 se esparcía como reguero de pólvora la noticia de la muerte de Pedro Aguayo Ramírez, mejor conocido como Perro Aguayo Jr. o El Hijo del Perro Aguayo

Lo primero que vino a mí fue una gran tristeza y lo segundo fue pensar en sus padres. Dicen que no hay peor dolor que la muerte de un hijo, pues lo natural es que los hijos sepultemos a los padres. 

Pensé en mi papá y muchas cosas se vinieron de golpe a mi cabeza. En la lucha libre es verdad que tenemos grandes rivalidades, también es verdad que hay treguas en las que por temporadas terminamos compartiendo la misma esquina con el que antes fue nuestro peor enemigo, profesionalmente hablando. 

Y es el caso de El Santo con Pedro Aguayo Damián, quien debutó en 1970, 28 años después de que lo hizo El Enmascarado de Plata. 

Como sucede en otros deportes, los jóvenes con talento y que lo demuestran logran estar al tú por tú con los grandes. Y llegó el día en que a este joven luchador se le dio la oportunidad de alternar entre ellos y, por supuesto, con el más grande de todos los tiempos: El Santo. 

El 3 de octubre de 1975, con todo el vigor que lo caracterizaba y la fuerza de un joven de 29 años de edad, se enfrentó máscara contra cabellera ante un luchador de 58; mi padre sabía que tenía mucho que perder. 

Para El Can de Nochistlán, como también se le conocía, podría ser el salto definitivo al estrellato y era una oportunidad que no iba a dejar pasar. 

Le había costado mucho sacrificio llegar a ese momento después de haber nacido en el seno de una familia humilde, haber trabajado como panadero y pasar por muchos esfuerzos y sin sabores, tal como lo vivió muchos años atrás mi padre, quien laboró en una fábrica de medias como costurero. 

Cabe destacar que el nombre de El Perro le fue puesto en forma despectiva por el polémico y duro catador de talentos, el ex luchador Ray Plata. 

Ante los gritos de “¡Santo, Santo, Santo!”, pero también de “¡Perro, Perro, Perro!”, finalmente llegó el día en que por primera vez perdió su preciada cabellera a manos de El Santo. 

Parece que fue ayer cuando me encontraba sentado entre los más de 16 mil aficionados que abarrotaron la Arena México. 

Después pasaron los años, debuté y El Perro Aguayo fue una de las tantas rivalidades que me heredó mi padre; luego él, por el cariño de la gente que se lo pedía, terminó en la esquina de los técnicos y vivimos muchas cosas juntos en las largas giras que hacíamos por la República mexicana, en Estados Unidos y Japón. Al final terminamos siendo compadres, ya que me pidió que fuera padrino de primera comunión de su único cachorrito. La rivalidad arriba del ring siempre existió. 

El 20 marzo del año pasado fue el último día que lo vi, cuando supe de la muerte de Pedrito. 
Al no encontrar un vuelo a Guadalajara, ni por un momento lo dudé y me fui por carretera para acompañar a mi rival, compañero y amigo. 

Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras. 

Facebook:   HijodelSanto.Oficial 
rsanto.grafico@elhijodelsanto.com.mx 
Twitter: @ElHijodelSanto

COMENTARIOS

TEMAS
Selección de los editores