La industria discográfica: ¿crisis o momento crucial?

Dinero
/ 29 septiembre 2015

Un vistazo a la situación de la industria disquera y su fragmentación ante las nuevas tecnologías, que trasladan el poder de las grandes compañías a las manos de los artistas, intérpretes y consumidores de música.

Ciudad de México.- Las compañías grabadoras de discos tienen serias razones para estar preocupadas. El lucrativo negocio que antes hacían se les está acabando y la música se está moviendo hacia territorios que ya no están bajo su total control. La llegada de las tecnologías digitales y de internet ha puesto de cabeza su mundo. Y a pesar de todos sus esfuerzos por detener el cambio, están viendo llegar el final de una era gloriosa.

Lejos han quedado los años en los que nadie podía copiar o descargar la música. La época de oro fue la de los discos de acetato y vinilo, pues era imposible duplicarlos, y si alguien quería escuchar una grabación no le quedaba más remedio que comprar los productos hechos y distribuidos en exclusiva por las disqueras.

Luego vino el casete. En los años setenta y ochenta el formato compacto de esta "cajita" alcanzó enorme popularidad y penetración, sobre todo porque la música se hizo portátil con el walkman y demás grabadoras de bolsillo. Pero aquí se dio un salto revolucionario: el casete era regrabable. La gente no sólo podía obtener las grabaciones de los artistas en el nuevo formato sino que además podía copiar en él lo que quisiera. Es entonces cuando comenzó el problema de la piratería y de las copias ilegales. A pesar de todo, el negocio disquero seguía siendo enorme. Pero cuando llegó el disco compacto (CD) se comenzó a desfondar el tamal.

La tecnología digital logró convertir la música en códigos de información almacenable en circuitos electrónicos. Este avance se reflejó en el nacimiento de aparatos que contienen y reproducen la música sin partes movibles, como el iPod, los teléfonos celulares y demás sistemas dotados de algoritmos de compresión. Este fue un paso sorprendente, pues la música ya no estaba guardada en forma de vibraciones físicas o electromagnéticas sino que se reducía a simples datos matemáticos binarios. Así, la transferencia de la música se hizo tan sencilla como la de textos o de datos contables.

Sin embargo, este formidable avance trajo también su dosis de aspectos negativos: la piratería y las descargas ilegales están entre ellos. El problema surge porque la información digital contenida en un CD es tan completa como la del "master" original de la grabación. Por ello, al comprar un disco, la piratería tuvo en sus manos -sin mayores trámites- lo que antes era exclusivo de las compañías grabadoras, las que hacían las inversiones, corrían los riesgos y eran responsables de pagar las regalías correspondientes a los compositores, músicos, intérpretes y demás participantes en la producción, distribución y venta de los productos. La gran pesadilla del negocio disquero se hizo realidad: los masters se pusieron a la venta al ridículo precio de un disco compacto; la tecnología para duplicarlos de forma barata salió al mercado, y los sistemas para distribuirlos por todo el mundo se instalaron en todas las computadoras. Así las cosas, las compañías disqueras han ido perdiendoel control de un mercado que, desde los años de Elvis Presley, se había mantenido casi sin cambios.

Aquí conviene recordar que, ante cambios profundos, quienes logran sobrevivir no son los más fuertes ni los más inteligentes sino los que mejor se adaptan. Por ello, la industria del disco está explorando distintas formas de adaptación en el mundo digital. Han surgido las tiendas virtuales como iTunes, y otras que venden "descargas" de canciones sueltas o discos completos a precios razonablemente aceptables. Sin embargo, como nunca antes en la historia de la música grabada, el usuario ha ido ganando terreno.

El acceso a la música se ha liberado de limitaciones ancestrales: la imposibilidad de conseguir un determinado track sin tener que comprar el álbum completo; la imposibilidad de obtener la música de un artista poco conocido fuera del territorio donde se distribuye, y la imposibilidad de encontrar una grabación descatalogada. Hasta la llegada de la internet los consumidores de la música habían tenido que sacrificar muchas de sus necesidades reales sólo para que las compañías de discos les dieran lo que fuera. Ahora, los consumidores tienen el poder que les han dado las redes digitales, y ya no están dispuestos a sacrificarse. Ya no quieren gastar su dinero forzados por aquellas limitaciones.

Algunos consumidores seguramente seguirán comprando CD u otros productos de medio físico, especialmente quienes que no tienen computadoras eficientes, iPods, o conexiones rápidas a la internet, o incluso aquellos que buscan la mejor calidad de sonido. Pero, una vez que vaya siendo más fácil y barato conseguir grabaciones de alta calidad vía internet, toda la gente va a abandonar los medios físicos. La comodidad y el bajo costo se van a imponer: el agua corre por donde más se le facilita.

Conviene recordar que internet es sólo una primera ola de desarrollo y que ya se está viendo empequeñecida por la explosión de los servicios inalámbricos. Pronto quedaremos sorprendidos por la velocidad en la diseminación de contenidos a través de la broadband o banda ancha. Hasta hoy, la industria del disco ha intentado tapar algunas de las fugas en las represas que detienen los ríos de contenido, pero cuando la presa se derrumbe, vendrá un tsunami incontenible. Por eso, en vez de construir mejores represas, a la industria de la grabación le conviene excavar amplios canales para facilitar el flujo de contenido de forma ordenada. Para ello tendrán que reemplazar los esquemas de protección de contenido -que ya son ineficientes- con fórmulas efectivas de control para compartir los contenidos, y deberán aplicarse en el diseño de nuevas estrategias de súper distribución.

La industria discográfica, los artistas y el público consumidor deben enfocarse ahora en cómo adaptarse al nuevo entorno y para ello será necesario revisar áreas fundamentales como: un nuevo modelo de precios al consumidor; una nueva estructura de relación entre los artistas ylas disqueras; la revaloración de los derechos editoriales como fuente crucial de los ingresos; la comprensión de que la radio ya no es el medio exclusivo por el que los consumidores descubren nueva música entre otros de igual peso.

Por su parte, los artistas están descubriendo que no es necesario vender 100 mil copias de su disco para tener éxito económico. Es la compañía de discos la que tiene que vender esos miles de discos para recuperar así sus cuantiosos gastos, pero el artista, como negociante de la música, no está obligado a hacerlo. El mercado de la música ha dejado de ser un monolito. Se ha fragmentado en una amplia diversidad de nichos. Cuando un artista logra diferenciarse de los demás y llega a definir su propio nicho, debe encontrar las formas más eficientes para conectar con la gente que se interesa por su estilo y propuesta, y venderles directamente a ellos. Quienes lo están haciendo como negocio propio han descubierto que pueden ganar más dinero vendiendo menos copias, pero quedándose con la mayoría de las ganancias.

Como usted puede darse cuenta, las compañías de discos tienen razones para estar preocupadas. Este tema tiene otros ángulos interesantes y de ellos le comentaré en próximos artículos. Los que somos nada más consumidores podemos estar tranquilos, pues la música no está en riesgo; es el negocio del disco el que -por ahora- está sudando la gota gorda.

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