Del ritual al ruido: La calle Victoria, de Saltillo, cambió la conversación por estrépito y descuido
Mil setenta pasos necesité para recorrer de punta a punta la calle Victoria, sin apuro, sin trancos largos, sin rodeos o sinuosidades; casi la misma cantidad que necesitaba Tita Gutiérrez Cabello, a finales de los años 60, para hacer la ruta.
A Tita, en su diario recorrido rumbo a la primaria Anexa a la Normal, le pareció siempre “sencillo pero entrañable” pasar por la calle Victoria y recuerda claramente cómo observaba, fascinada, a los muchachos que transitaban por ahí.
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“Eran estudiantes del Ateneo, de Agricultura, de otras escuelas. Para mis ojos infantiles se veían tan grandes, tan guapos, tan elegantes. Yo apenas era una niña con mochila, calcetas blancas y zapatos escolares”.
Su sueño, dice, era ser como las muchachas que cruzaban la calle con medias de seda y tacones finos, bien peinadas, seguras de sí mismas. “Imaginaba el día en que también yo caminaría así por Victoria, convertida en mujer”.
En aquellos tiempos, la calle era más que una vía de paso, era escenario de romances adolescentes. Ahí se daban miradas, silencios, señales. A ese juego se le llamaba “victorear” y si la química se daba, seguía un paseo por la Alameda Zaragoza.
Ariel Gutiérrez Cabello, escritor experto en la historia de Saltillo, no olvida su época de estudiante de Secundaria en los años setentas. Ni lo común que era ver pasear, sobre todo en la esquina de Victoria y Xicoténcatl, a las alumnas de la Normal y a los estudiantes de la Narro, que justo en ese lugar bajaban del camión que los traía de la universidad.
A María Concepción Recio, escuchar este verbo la remite a su adolescencia y juventud y a una forma particular de diversión y entretenimiento.
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La articulista recuerda la nevería Nakashima, famosa por sus helados Tres Marías y el Banana Split, que con sus hermanos mayores compartía en verano, además de los “Almacenes García”, a donde iba con su madre a comprar blusas para el uniforme o vestidos para el calor, y cuya visita se volvía especial gracias a un viejo auto rojo estacionado afuera que ofrecía hamburguesas y hot dogs.
Del paseo por la calle Victoria, el doctor Carlos Recio menciona el cambio de la caminata al recorrido en auto. Cuenta que igual se conducía lento hasta llegar a Purcell, que luego se rodeaba la Alameda para tomar la calle Aldama hasta llegar a Allende, para enseguida tomar Victoria y repetir el trayecto una y otra vez.
El Saltillo de aquellos años, con la cuarta parte de la población que tiene ahora, era muy diferente.
PASA DE SUSTANTIVO A VERBO
La práctica de recorrer la calle Victoria se acuñó en un verbo, “victorear”, que a decir del historiador Carlos Recio, inició en los años sesenta del siglo pasado y se hizo popular en la década de los setenta.
Como es bien sabido, no hay nada que inicie de pronto, y la particular afición de caminar por Victoria, sin prisa, la mayoría de las veces en compañía de amigos, se fue gestando tres o cuatro décadas antes.
Cuenta la académica Esperanza Dávila que ya desde los años 20, los jóvenes se reunían en plazas como la de Armas o San Francisco, caminando en círculos mientras las madres los observaban desde las bancas. Lo común era que los hombres caminaran en un sentido y las mujeres en otro.
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Esa costumbre derivó en “dar la vuelta” por Victoria, especialmente los domingos al salir de misa en San Esteban. Luego, de manera natural, el término “dar la vuelta” cambió a “victorear”, una práctica que no era de familias, sino más bien un paseo de amigos, desde la calle Allende a la calle Purcell, de ida y vuelta.
Los jóvenes platicaban y caminaban, ocasionalmente se detenían para saludar a algún conocido o para ver las fotos que en Acuña y Victoria, en el Estudio Fotográfico Sánchez se colocaban en el escaparate, y reconocerse en ellas.
Hubo lugares icónicos como “La Guacamaya”, un restaurante en el que grupos de estudiantes pasaban la tarde y que con los años cambió al nombre de “Tena”, una fuente de sodas que eventualmente desapareció. Hoy ese lugar lo ocupa la farmacia de Purcell y Victoria.
De personajes singulares, tres de los entrevistados coinciden en recordar a uno llamado Casablanca, que vestía todo de blanco, inclusive con una gorra, de barba y con bastón. Muy reservado y silencioso, se la pasaba en la esquina de Victoria y Xicoténcatl.
Los otros personajes de cierta fama se movían en el otro extremo, por la Plaza de Armas y la calle Hidalgo, uno el economista non, Adrián Rodríguez y el otro Pepe Catedrales, que se merecen una entrega aparte.
PERO NADA ES PARA SIEMPRE
Sin embargo los años pasaron. Saltillo creció y la calle Victoria cambió. Vinieron los comercios, las oficinas, los autos, el bullicio, los vendedores ambulantes, las tiendas chinas. Y con todo eso, también llegó el olvido de aquellas pequeñas escenas cotidianas.
Ya no se puede mirar ni ser mirado. Se perdió el tiempo de lo simple, para Tita Cabello hoy, más de cinco décadas después de sus recorridos infantiles, sólo queda el recuerdo de una niña que veía la calle Victoria como un sueño, un espejo del futuro.
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Carlos Recio le da incluso fecha de defunción a la práctica, la primera mitad de la década de los 80, y también razones, el que aparecieran lugares de esparcimiento alejados del centro.
Para la generación que le dio forma a la particular práctica que motivó este artículo, recorrer la calle Victoria en los años que corren, es visitar a un amigo que no se reconoce.
Para Carlos Recio, la calle Victoria ha perdido su característica esencial. Ahora todo es rápido, como la comida que ahí se vende, además de que echa algo en falta, la amabilidad que dan los árboles y esta carencia le dibuja un rostro hostil a la vía.
Hoy en esta calle en la que había edificios de cuidada arquitectura, en esta calle del hotel Arizpe Sainz, célebre por hospedar a figuras como Pedro Infante y el pintor Edward Hopper, en esta calle que vio nacer a Fernando Soler y por la que pasaron personajes notables como Vito Alessio Robles y Julio Torri, se viven realidades muy distintas.
La calle Victoria ha ganado y ha perdido, dice María Concepción Recio. Ha perdido el sentido del paseo y ha ganado con ciertos tramos peatonales. “Uno de ellos, aunque pequeño, permite escuchar la música de quienes tocan ahí, regalando algo de serenidad en esta zona que por las noches se vuelve caótica”.
Coincide Ariel Gutiérrez en lo ganado y critica lo perdido, que es lo apacible que la calle fue y que ya no será, por los fines de semana de antros ruidosos y los mofles y escapes abiertos de las motocicletas y automóviles que la recorren.
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Mil setenta pasos hacen falta para recorrer la calle Victoria de punta a punta en un domingo por la mañana con poca gente, y lo apacible y despejado revelan una calle en la que un negocio le sigue a otro y anuncios de que en los espacios vacíos habrá uno más.
Ver las fachadas de locales con lonas a medio colgar, con paredes grafiteadas, con banquetas llenas de chicles negros pisados miles de veces y sobre la banqueta carritos que ese mismo domingo, ya en la tarde, ofrecerán la comida, cuyos restos los trabajadores de limpieza deberán recoger para mantener limpio el espacio, nos hacen añorar los años en que caminar la calle daba lustre y se hacía con respeto.
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