Muammar Gaddafi, "carnicero" acorralado

Internacional
/ 22 septiembre 2015

Ni el petróleo ni las balas han bastado al fundador del "Estado de las masas", que hoy, ante el riesgo de perderlo todo, amenaza con más sangre

Trípoli.- El régimen de Muammar Gaddafi en Libia se derrumba. Pero él no está dispuesto a ceder. "Moriré aquí como un mártir", ha dicho. "Gaddafi es historia, resistencia, libertad, gloria, revolución", alega.

Pero para los miles de opositores que exigen su caída, y a quienes ha respondido con balas y bombas, amenazándolos con la muerte por "no amarlo", Gaddafi es algo muy distinto: "carnicero", "dictador", "paranoico", "asesino", "terrorista", un Nerón capaz de quemar su Roma antes que rendirse. La represión de los últimos días, que ha dejado cientos, si no es que miles de muertos, los avala.

Los libios están dispuestos a morir con tal de liberarse de un gobierno que data de hace casi 42 años, uno que Gaddafi creó "a su medida" después de haber encabezado, en septiembre de 1969, con apenas 27 años, el golpe que derrocó al rey Idris.

Libia, que entre 1911 y 1951 fue una colonia italiana y que a lo largo de su historia sufrió invasiones de vándalos, bizantinos, árabes y turcos, aplaudió aquella maniobra y convirtió a Gaddafi en el "líder de la revolución". Hasta hoy, ése es su cargo.

Sin embargo, los planes de Gaddafi iban mucho más allá. Fanático de las ideas de Gamal Abdul Nasser, uno de los líderes de la revolución egipcia que derrocó a la monarquía, Gaddafi estaba decidido a convertir a Libia -una nación mayoritariamente musulmana- en la "tercera vía", un país que no fuera capitalista, ni socialista.

Así empezó la "Revolución Cultural". Tomando como base el libro rojo de Mao Tse Tung, Gaddafi escribió El Libro Verde, publicado en 1975. En él delineó su idea de lo que sería el Estado libio: uno que le otorgara todo el poder al pueblo, regido por un sistema socialista muy al estilo de Gaddafi. Cinco años antes, cuando expulsó a las bases extranjeras y nacionalizó empresas petroleras, ya había dado indicios al mundo de cuál era su postura.

El "Hijo de Sirte", nacido en 1942, anunció en 1977 el nacimiento de un nuevo país: Jamahiriya (Estado de las Masas) Arabe Libia Popular y Socialista. Se instauró entonces el Congreso del Pueblo y los comités revolucionarios, de los que saldrían los "escuadrones de ataque", o de la muerte, utilizados por Gaddafi para reprimir violentamente a la oposición, contra la cual también ha lanzado, según testimonios, a mercenarios extranjeros.

Cumplido ese sueño, Gaddafi empezó a centrar sus esfuerzos en crear una federación árabe con Egipto y Siria. El fracaso fue rotundo -aunque después, Libia estaría detrás de la creación de la Unión Africana-. Además de su intervención en Chad (1978-1987), Gaddafi ha intentado llevar su revolución a países como Sierra Leona, Liberia, Marruecos e incluso Irán.

Cambios y cambios

Gaddafi estaba decidido a acabar con las amenazas, empezando por el ejército, en donde eliminó los cargos superiores al de coronel, que él ostenta junto con una serie de medallas que, aunque nadie sabe de dónde salieron, luce cada vez que puede.

La Libia de Gaddafi tampoco tiene partidos políticos, bajo el argumento de que los únicos líderes que necesita el país son los de la revolución.

Pero sí hay una oposición, si bien dispersa. Existen unos 20 grupos disidentes afuera de Libia. El más importante y conocido es el Frente Nacional de Salvación Libia (LNSF, por sus siglas en inglés), que reclama el fin de la dictadura Gaddafi y que estuvo detrás de un fallido golpe contra él en 1984. También está la Coalición del 17 de febrero, cuyos líderes son de los organizadores de las actuales protestas. Otros grupos son conocidos por sus métodos violentos, como Al Burkan (Volcán), acusado de organizar asesinatos de funcionarios libios. Sin embargo, las agrupaciones no podrían ser más disímiles, con ideologías que van de baathistas a liberales, monarquistas e islámicos radicales.

Al interior de Libia, la principal oposición son hoy por hoy los jóvenes (una tercera parte de la población).

Divide y vencerás

Libia, país de bereberes, turcos, árabes puros (beduinos, como Gaddafi), y Tuareg, está conformado por decenas de tribus -hasta 150, según versiones-. Consciente de que no contaba con el apoyo de la mayoría, Gaddafi se granjeó el apoyo de su clan, el de los Gaddafa, a cuyos líderes ha dado puestos de importancia, y compró al de los Wafalla, al que pertenecen aproximadamente un millón de libios, de los seis que habitan el desértico país. En cuanto a las demás, optó por la política de "divide y vencerás", enfrentando a unas tribus con otras. Hoy, estas tribus están decididas a recuperar los espacios que Gaddafi les quitó.

El oro negro

Decidido a mantenerse en el poder, Gaddafi no dudó en utilizar los recursos petroleros libios, que representan alrededor de 90% los ingresos del país, y 2% de la producción mundial. Libia tiene las mayores reservas en Africa y, gracias a los ingresos petroleros, goza de uno de los mayores PIB per cápita en Africa.

En los 80, su PIB per cápita incluso superaba al de países como Italia, Corea del Sur o España. Libia es, además, miembro de la OPEP y ostenta la presidencia anual de la Liga Arabe.

No sólo eso. Tiene el mayor índice de desarrollo humano del continente africano y, desde mayo pasado, es miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aunque ahora EU y Europa exigen su expulsión.

En contraste con las cifras económicas, están otras, como las de la democracia y la corrupción. Hoy, el país ocupa el lugar 158, de un total de 167, en el índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, y es considerada una de las naciones más corruptas del mundo, de acuerdo con Transparencia Internacional.

"El perro loco"

Antes que por sus excentricidades, Gaddafi se dio a conocer en el mundo por sus actividades terroristas. "El perro loco de Medio Oriente", lo llamó el presidente estadounidense Ronald Reagan, tras la explosión de una bomba, en abril de 1986, en un club de Berlín. Dos soldados de EU murieron en el atentado, del que se culpó Gaddafi -ya mencionado como autor intelectual de un doble atentado en los aeropuertos de Roma y Viena, en 1985-.

Reagan respondió con bombardeos, incluyendo uno en la residencia de Gaddafi, en el que murió una hija adoptiva del líder libio. La venganza de Gaddafi fue sangrienta: un atentado en el vuelo 103 de Pan Am, que explotó sobre la ciudad escocesa de Lockerbie, en 1988. Murieron 270 personas. A partir de ese momento, Libia se convirtió en un Estado paria contra el que la ONU impuso sanciones económicas y diplomáticas (suspendidas en 1999).

Pero con el petróleo y la amenaza del terrorismo islámico bajo la manga, Gaddafi negoció, y ganó.

Reconoció en 2003 la responsabilidad libia en el atentado de Lockerbie, renunció al programa de armas de destrucción masiva y listo. Para 2006, EU había restablecido relaciones diplomáticas y había borrado a Libia de su lista de Estados patrocinadores del terrorismo. El régimen libio se convirtió en un aliado, si bien uno "incómodo".

Los atentados contra Gaddafi -varios, incluyendo algunos organizados por el ejército libio- no han hecho más que acrecentar la paranoia del líder libio, quien odia los viajes largos en avión, se niega a subir muchos pisos en el elevador y prefiere cargar para todas partes con su tienda de campaña antes que dormir en hoteles. Su vida está en manos de su escolta, pero también de su "guardia pretoriana", compuesta por mujeres "vírgenes", unas 40, a quienes ama casi tanto como a su enfermera -y dicen, amante- ucraniana y... al bótox.

La polémica rodea a Gaddafi, y no sólo por su exótico modo de vestir. Sus "ocurrencias" han hecho levantar las cejas a más de uno. Como cuando dijo que la solución al conflicto israelo-palestino era crear un solo Estado, Isratina. O cuando le pidió a EU considerar la posibilidad de que el terrorista Osama bin Laden se hubiera "reformado".

Hoy, el futuro de Gaddafi y de Libia están en juego. Excepto el ex ministro de Justicia, Mustafá Abdeljalil o el ex del Interior, Abdel Fattah Younes al Abidi, pocas figuras aparecen como sucesores factibles desligados del clan Gaddafi. Mientras tanto, Libia se desangra. Y el temor de que Gaddafi se convierta en el Nerón del siglo XXI e incendie Libia crece, igual que la cifra de muertos en las calles de Trípoli.

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