Sean ricos o pobres, todos los haitianos sufren

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El terremoto de hace una semana ha destrozado la vida de todos los haitianos. No quedan muchas familias en las que no se hayan registrado vícitmas mortales. También la empresaria Medjyne Jeremie ha perdido prácticamente todo
Puerto Príncipe.- Ahora vive con su marido y sus dos hijos en un pequeño hotel del barrio Petion-Ville, donde también se alojan un centenar de periodistas y trabajadores de organizaciones humanitarias. Allí aguarda a poder salir rumbo a Estados Unidos, donde vive gran parte de su familia.
"¿Han escuchado los disparos esta noche?", pregunta Medjyne a otros huéspedes del hotel que en la mañana del miércoles salieron corriendo al jardín en ropa interior tras sentirse la réplica del terremoto. Y es que tampoco esta parte de la capital haitiana, en la que muchas casas aún permanecen en pie, es especialmente segura.
Sin ir más lejos, la noche del miércoles se produjeron fuertes tiroteos, supuestamente entre personas que trasportaban un ataud y hombres armados que vigilaban las casas de la zona y sospecharon que los otros querían deshacerse del cadáver en el barrio.
Como muestran estos incidentes, los nervios están a flor de piel en Puerto Príncipe, pero a pesar de todo muchos haitianos y extranjeros duermen a la intemperie ante el temor de que se produzcan temblores como el de hoy.
La familia Jeremie, como muchos otros haitianos, ha sido afortunada dentro de la catástrofe. Todos sus miembros han conseguido sobrevivir. "Mi marido estaba cerrando la tienda cuando la casa comenzó a derrumbarse", explica Medjyne, de vuelta ante las ruinas del edificio de cemento del que sólo queda un piso en pie.
"Se salvó saltando a la piscina desde la terraza", añade. Por suerte, no había nadie más en el edificio pues que los 13 empleados del negocio familiar ya se habían ido.
Los vecinos de un bloque de apartamentos de cinco plantas no corrieron la misma suerte. El edificio se convirtió en su tumba. La mayor parte de ellos eran empleados de la misión de la ONU en Haití, la MINUSTAH y quedaron atrapados bajo las ruinas de sus hogares.
En el negocio de los Jeremie se puede incluso entrar. Sus empleados se encargan ahora de retirar los cascotes que se acumulan ante el edificio. En el espacio que anteriormente ocupaba la tienda ahora se encuentran los restos del techo. Para llegar a la parte posterior del edificio hay que trepar por encima de trozos de cemento, piedras y montañas de material de construcción.
La sala de costura, con sus máquinas de coser, aún está en pie, aunque hay grandes grietas en las paredes y en el techo y todo está cubierto de polvo y suciedad. A pocos kilómetros, también en la falda de una montaña, está la casa particular de Medjyne y su familia, una enorme propiedad con una gran terraza, totalmente intacta.
En el interior de la casa todos los objetos han caído de los armarios. En el baño se ven jabones y botes de perfume por el suelo y en las habitaciones de los niños se amontonan las cintas de vídeo y los juguetes. Tampoco esta casa es habitable ya que la de los vecinos amenaza con derrumbarse y aplastarla.
Ladera abajo, la gente a corrido peor suerte. La mayor parte de las cabañas de los pobres han quedado destrozadas y muchas personas han perdido la vida. Los supervivientes se han instalado en las pistas de tenis que lindan con la casa de los Jeremie.
Son 37 familias de hasta 18 miembros cada una que "coordina" Ketlie Adelson. En dos días han recabado trozos de madera y metal y han construido barracas en la canchas de tenis. El centro de las pistas se ha dejado libre para que los habitantes de este improvisado campamento puedan desarrollar sus tareas domésticas.
Hay asientos y sitio para los utensilios de cocina, pero faltan los alimentos. "Apenas hay nada para comer, ni siquiera agua potable", asegura Adelson.