Felipe, el hombre a la sombra de Isabel II
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Los 96 años que cumplirá en junio han hecho mella en su por lo general buena salud, con problemas de vejiga o de los discos intervertebrales, entre otros.
Hasta sus casi 96 años, su trabajo ha sido el de consorte, pero ser marido de Isabel II no siempre resultó tarea fácil. Desde que la monarca asumió el trono, en 1952, el príncipe Felipe ha participado nada menos que en 22.191 actos públicos solo y en otros tantos junto a su mujer, pero siempre unos pasos por detrás de ella. Eso sí, sin morderse la lengua.
"¡Parece un pudding de ciruela!" exclamó cuando vio por primera vez a su hijo recién nacido, el príncipe Carlos. Y es que si por algo es famoso el duque de Edimburgo es por su incorrección política y sus sonadas meteduras de pata, que contrastan con la seriedad de su esposa. Muchos recuerdan su legendaria advertencia a un grupo de estudiantes británicos durante una visita de Estado a China en 1986: "Si siguen aquí más tiempo, acabarán con los ojos rasgados", les espetó.
Ya entrado el nuevo milenio, durante un viaje a Australia, preguntó a un grupo de aborígenes si "todavía se arrojaban lanzas" y hace cuatro años afirmó en una clínica de Londres que "Filipinas debe de estar medio vacía" porque "todos" están en los hospitales británicos. A los medios les divierte el tono desenfadado del príncipe consorte, aunque los conocedores de palacio afirman que sus ironías siempre van acompañadas de un guiño de ojos.
Nacido el 10 de junio de 1921 en Corfú como príncipe de Grecia y Dinamarca, Felipe tenía 18 años cuando conoció a la entonces princesa Isabel, un lustro menor y heredera al trono británico. El cadete era un joven alto, elegante, rubio y de ojos azules, y al parecer fue amor a primera vista. Pero el día que cambió su vida fue el 20 de noviembre de 1947, cuando la joven pareja se dio el "sí" ante el altar de la abadía de Westminster. "Desde 1947 lleva la vida que lleva porque se casó con la mujer que se casó", escribió su biógrafo, Gyles Brandreth.
La segunda fecha decisiva para Felipe fue la coronación de Isabel II, en 1953. Hace ocho años, el príncipe batió el récord del consorte que más tiempo ha ejercido como tal en la historia de la monarquía británica. Pero emparentarse con esta casa real también le costó lo suyo: antes de la boda tuvo que renunciar a su nacionalidad y a su apellido, que pasó del alemán Battenberg a Mountbatten. A cambio, el rey Jorge VI lo nombró duque de Edimburgo y recibió el título de "alteza real".
Tras la coronación, también tuvo que renunciar a su puesto en la Marina británica, en la que había servido durante la Segunda Guerra Mundial y cuyo uniforme, dicen, le sentaba de maravilla. "Sinceramente, hubiera preferido quedarme en la Marina", confesó en uno de los momentos más duros según la experta en monarquía Karen Dolby. Y es que sobre todo al comienzo, no le agradaba mantenerse en un discreto segundo plano. "Yo no sigo aquí como una maldita ameba”, refunfuñó presuntamente en cierta ocasión.
Con todo, pese a crisis como los divorcios de tres de sus cuatro hijos o la muerte de la princesa Diana, su matrimonio se considera ejemplar y en palacio afirman que a la reina le siguen brillando los ojos cuando él aparece. "Se la ve con menos tensión, más relajada y feliz", señalan los conocedores de Buckingham. E Isabel II no se cansa de repetir el gran apoyo que Felipe es en su vida. "La reina tiene la corona, pero es el príncipe quien lleva los pantalones", sostienen los expertos.
En su tiempo libre, al joven Felipe le gustaba jugar al polo, navegar, montar a caballo y volar, aficiones que dejó atrás hace tiempo. Además, cuenta con una notable biblioteca y destaca su compromiso con el medio ambiente. Pero los 96 años que cumplirá en junio han hecho mella en su por lo general buena salud, con problemas de vejiga o de los discos intervertebrales, entre otros. La pasada Nochebuena, un fuerte catarro hizo que por primera vez en mucho tiempo el matrimonio se perdiera la tradicional misa.