Trump radicaliza su discurso nacionalista frente a la censura global
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Donald Trump, ha apretado el acelerador del nacionalismo económico y dado nuevos bríos a su ala más radical.
Primero fueron sus ataques a Alemania por el superávit comercial, luego su política antimigratoria y ahora la ruptura del Acuerdo de París. En apenas una semana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha apretado el acelerador del nacionalismo económico y dado nuevos bríos a su ala más radical. En este retorno a los orígenes, personajes como el estratega jefe, Stephen Bannon, han vuelto a emerger y se ha debilitado el sector moderado de la Casa Blanca. El giro, de momento, es apoyado por la mayoría de los republicanos.
Trump no se ha movido de donde siempre estuvo. Nunca creyó en el cambio climático y siempre despreció el Acuerdo de París. Pero desde que llegó a la presidencia, a su alrededor se extendieron las presiones para atemperar su deseo de ruptura. En este pulso se han enfrentado los radicales, liderados por Bannon, y el sector más moderado, con personajes tan influyentes como la hija mayor del mandatario, Ivanka Trump; su marido, Jared Kushner, el consejero económico, Gary Cohn, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, antiguo responsable del gigante petrolero Exxon.
Las discusiones han sido permanentes. Tras los muros de la Casa Blanca, el estratega jefe y los suyos hicieron de la caída del Acuerdo de París una batalla crucial. Presentaron el caso como si fuera una vista judicial, derrocharon negacionismo y, sobre todo, pulsaron la tecla electoral. Era un compromiso con sus votantes y no derribarlo atentaba contra el núcleo del patriotismo económico. Esa doctrina tallada por el tenebroso Bannon y que bebe a partes iguales del aislacionismo y el odio al sistema. Justo los dos puntos que el pacto pone en cuestión.
“Si pensáis que os van a dar vuestro país de vuelta sin luchar, estáis tristemente equivocados. ¡Todos los días habrá que luchar!”, llegó a decir Bannon en una de sus pocas apariciones públicas. Bajo esa bandera, el estratega jefe avanzó en los debates y ganó terreno frente a Ivanka. Cuando muchos creyeron que este antiguo oficial de la Marina y productor de Hollywood estaba de capa caída, que su reciente salida del Consejo de Seguridad Nacional auguraba su fin, renació. Su victoria volvió a situarle en el centro ideológico de la Casa Blanca. Y con él, su ideario ultranacionalista.
Fue un triunfo de Bannon, pero a nadie se le escapa que también una apuesta de Trump. Los moderados y muchos parlamentarios republicanos habían recomendado que el presidente enviase el acuerdo al Senado para su ratificación. Era una forma casi segura de eliminarlo sin mancharse las manos de sangre. También ofrecieron la vía empleada por George W. Bush para salirse del Protocolo de Kioto en 2001: un argumentario asépticamente económico.
Pero Trump, fiel a sí mismo, eligió la línea dura. Aunque evitó la cuestión científica, posiblemente aconsejado por Ivanka, aprovechó para lanzar su discurso más nacionalista hasta la fecha. No hubo mención al deshielo de los polos, la subida del nivel del mar o lo fenómenos extremos. Frente a todo ello, antepuso un concepto: el de la patria humillada.
“Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París… El resto del mundo aplaudió cuando firmamos el acuerdo. Se volvieron locos… por la simple razón de que ponía a nuestro país, al que tanto quiero, en desventaja… El acuerdo atenaza a Estados Unidos para obtener el aprecio de capitales y activistas que sólo buscan sacar beneficio de nuestro país… ¿En qué punto empezó Estados Unidos a degradarse? ¿En qué punto empezaron a reírse de nosotros como nación?”, clamó el presidente.
Pocas veces desde que llegó a la Casa Blanca fue tan fieramente nacionalista. Como ha demostrado en los últimos días, con sus ataques al superávit comercial alemán, su política antimigratoria y ahora con el cambio climático, el presidente ha dado un giro. No es parcial, sino total. De 360 grados. Ha vuelto al punto de partida. Al Trump de siempre.