‘Járkov es inquebrantable’: así se vive la guerra en una ciudad de Ucrania

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/ 26 abril 2024

Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, también mantiene sus actividades normales, a pesar de una campaña de bombardeos, entre los más devastadores de toda la guerra

Por Marc Santora y Tyler Hicks

La máquina de café expreso se estaba calentando. En la cafetería de Járkov donde trabaja, Liliia Korneva contaba dinero. Entonces, una bomba rusa detonó cerca y provocó una explosión ensordecedora que la lanzó al suelo.

“No puedo describir con palabras lo que sentí, fue aterrador”, dijo Korneva, de 20 años. No resultó herida, pero el patio donde cayó la bomba quedó destruido y un hombre que andaba en bicicleta por las inmediaciones murió, según las autoridades municipales.

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Un día después, la cafetería volvía a estar abierta. Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, también mantiene sus actividades normales, a pesar de una campaña de bombardeos, entre los más devastadores de toda la guerra, y del creciente temor a que Rusia lance una nueva ofensiva para tomar la ciudad.

Los ataques rusos han destruido las tres principales centrales eléctricas, pero los residentes siguen viviendo y trabajando con solo unas pocas horas de electricidad al día, a menudo impredecibles. Más de 100 escuelas han sido dañadas o destruidas, pero las clases continúan, bajo tierra en las estaciones de metro. Decenas de estaciones de bomberos y paramédicos han sido destrozadas, poniendo en peligro a diario a los primeros intervinientes, pero sin disuadirlos de hacer su trabajo.

“Cuando cae un cohete, en tres o cuatro horas se limpian todos los cristales y se despejan todas las carreteras del centro”, dijo Andrii Dronov, de 39 años, subjefe del cuerpo de bomberos de Járkov. “Por la mañana, parece que no ha pasado nada y que no ha habido explosiones”.

Sin embargo, a medida que se intensifican los ataques, surgen dudas reales sobre cuánto tiempo más podrá resistir Járkov, a unos 40 kilómetros de la frontera rusa, sin unas defensas aéreas más sólidas. Desde marzo, Rusia la bombardea por primera vez con una de las armas más mortíferas de su arsenal: potentes bombas guiadas conocidas como bombas planeadoras, lanzadas desde aviones de guerra, que liberan cientos de kilos de explosivos en una sola detonación.

“Es una estrategia para intimidar a la gente, una estrategia para hacer que la gente abandone sus casas, para hacer que la gente evacue”, dijo el alcalde de Járkov, Ihor Terekhov, durante una entrevista reciente, realizada en un lugar secreto ya que su oficina es un objetivo. “Es la destrucción de la propia ciudad”.

Según las autoridades ucranianas, desde enero han caído más misiles en Járkov, donde viven 1,3 millones de personas, que en ningún otro momento desde los primeros meses de la guerra. Las autoridades ucranianas han ordenado la evacuación obligatoria de los pueblos situados al este de la ciudad, a medida que se intensifica la violencia a lo largo de la frontera.

La semana pasada, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, se convirtió en el funcionario de más alto rango del Kremlin en señalar que Moscú tiene planes de apoderarse de Járkov, afirmando que “desempeña un papel importante” en el deseo declarado del presidente Vladimir Putin de crear una “zona sanitaria” a lo largo de la frontera rusa. Los analistas militares han observado un aumento considerable de la actividad militar en la zona.

Se desconoce si Rusia está considerando seriamente un ataque desde el norte. Es posible que solo esté tratando de poner a prueba a los soldados ucranianos al obligarlos a reforzar las defensas a lo largo de un nuevo frente en el norte, al tiempo que busca avivar el pánico público en Járkov.

Para los residentes de la ciudad, la especulación solo aumenta la ansiedad de vivir bajo el bombardeo diario. El 22 de abril vieron cómo Rusia atacaba la principal torre de televisión de la ciudad con un misil a plena luz del día, haciendo que la parte superior del mástil principal de casi 243 metros de altura se estrellara contra el suelo en una nube de polvo y metal retorcido.

Pero la principal causa de alarma estos días son las bombas planeadoras, grandes artefactos explosivos que Moscú tiene en abundancia, y que cuentan con alas y sistemas de guía. Los rusos han modificado recientemente las bombas para que vuelen más de 100 kilómetros, poniendo por primera vez a Járkov y otros centros poblados a su alcance.

Al menos 15 bombas guiadas han fijado a Járkov como su objetivo en las últimas tres semanas, según las autoridades ucranianas.

La escasez de armas de defensa antiaérea ha hecho más vulnerables a las ciudades ucranianas en las semanas más recientes, una situación que Kiev espera que empiece a remediarse con el paquete de ayuda militar de 60.000 millones de dólares que el presidente Joe Biden tiene previsto firmar esta semana.

Mientras tanto, los residentes intentan mantener una sensación de orden para enfrentar el caos y la incertidumbre de la guerra. Por ejemplo, se ha rellenado el cráter del patio de la cafetería de Korneva, se han tapiado las ventanas destrozadas, se han talado los árboles astillados y se ha reparado el parque infantil. Korneva vuelve a preparar cafés expresos, aunque para menos clientes.

La semana pasada, periodistas de The New York Times recorrieron la ciudad con paramédicos y bomberos, observando la vida cotidiana y hablando con residentes y funcionarios locales. Las emociones eran muy diversas. No hay una manera sencilla de explicar lo que se siente al vivir cada día con la amenaza de la muerte, cuando un misil disparado desde Rusia puede impactar cualquier sitio de la ciudad en menos de un minuto.

“Nadie sabe si verá la mañana”, dijo el alcalde. “Pero a pesar de todo, vivimos, trabajamos y queremos mucho a nuestra ciudad”.

No hay un éxodo de Járkov como el de las primeras semanas de la guerra, cuando la artillería sonaba día y noche y la población —dos millones antes de la guerra— se redujo a 300.000 habitantes. Después de que los rusos fueran expulsados de la mayor parte de la región de Járkov durante la contraofensiva de Kiev en otoño de 2022, regresaron más de un millón de personas, según las autoridades locales.

“Sentí una fuerte nostalgia”, dijo Anna Ivanova, de 19 años, una estudiante que huyó a Finlandia pero regresó cuando los rusos fueron expulsados. “Aquí tenía mis planes, sueños y aspiraciones”.

Hace poco, un cohete se estrelló contra la casa de una amiga de su madre. En vez de huir, la amiga se mudó con su madre, y no tienen planes de marcharse. “Utilizaré una frase trillada”, dijo Ivanova. “Járkov es inquebrantable, aunque la gente está visiblemente agotada”.

Amil Nasirov, cantante de 29 años de una popular banda llamada Kurgan & Agregat, dijo: “Es aterrador vivir, disfrutar de la vida”.

Escuchas las explosiones por la noche, dijo, y luego miras lo que fue destruido a la luz del día. “Y piensas, está cerca, no muy lejos de mí, como a 700, 800 metros”, dijo, “y piensas: ‘Vaya, esto es una locura’”.

Acababa de asistir al estreno de una nueva película ucraniana —Rock, paper, grenade, una historia de madurez en la Ucrania de la década de 1990— ante un público que había agotado las entradas. El centro comercial donde se proyectó la película fue devastado por un ataque con misiles en marzo de 2022. Reconstruido y alimentado por generadores, un domingo por la tarde estaba lleno de familias.

Aparte del ulular de las alarmas aéreas, que son constantes y a menudo ignoradas, podría haber sido cualquier plaza de cualquier apacible ciudad europea.

“Lo más horrible es que la gente se acostumbra”, dijo Nasirov. “Bombardeos desde las 11:00 p. m. hasta la 1:00 a. m. ¿Qué es esto? ¿Y por qué tenemos que acostumbrarnos?”.

La destrucción más extensa puede verse en el barrio nororiental de Saltivka, donde la línea del frente se asentó brevemente en los primeros días de la guerra. Los bloques de apartamentos destrozados sirven como prueba de la devastación que las fuerzas terrestres rusas infligieron antes de retirarse.

Pero casi ningún rincón de Járkov se ha librado de la violencia.

Los bulevares del centro histórico están flanqueados por un fascinante tapiz de estilos arquitectónicos, donde el diseño neoclásico del siglo XVIII se entrelaza con los edificios constructivistas de la era soviética, que evitaban los diseños decorativos. Ahora, las elaboradas fachadas están agujereadas por la metralla. Los edificios de hormigón están abrasados por el fuego. Una casa puede permanecer prácticamente intacta, mientras que el edificio de al lado es demolido.

Dina Chmuzh, una artista local, pinta las palabras de poetas clásicos y contemporáneos de Ucrania en las tablas de madera que ahora cubren las ventanas destrozadas. Las compara con una especie de armadura. “Parece que la ciudad intenta protegerse”, afirma.

Chmuzh dijo que conocer la historia de Járkov podría reforzar la determinación de la población. La ciudad fue centro del movimiento nacionalista ucraniano a principios del siglo XX y también fue el escenario de sangrientas campañas de Stalin para sofocar el deseo de independencia.

“Incluso cuando sientes que no puedes aguantar más, puedes sacar fuerzas sin cesar, incluso a través de este dolor”, afirmó.

Liubov Sholudko colaboró con reportería desde Járkov.

c. 2024 The New York Times Company

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