Apuestan por un país mejor
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García es un cincuentón de estatura media y ropas austeras. Tiene la tez blanca y lleva el cabello recortado como romano de la antigüedad. Dirige la Asociación Esperanza Contra las Desapariciones Forzadas y la Impunidad, y es también secretario del Frente contra la Impunidad.
México, D.F..- Son maestras, ambientalistas, luchadores sociales, defensores de los derechos humanos, médicos, científicas, poetas. Algunos protegen y dan asilo a niños, migrantes, mujeres golpeadas, indígenas, discapacitados, enfermos de VIH. Otros combaten contra la pobreza, protegen el agua o quieren mejorar la seguridad en sus comunidades. Todos ellos tienen mucho en común. Serie del 23 de noviembre al 1 de diciembre que aborda la lucha de estos mexicanos que aman a su nación y a sus semejantes, y trabajan en beneficio de todos. Ellas y ellos son 25 razones para creer en México.
Miguel Angel García Leyva Asociación Esperanza
Siempre bajo amenaza, este abogado y sociólogo, defensor de los derechos humanos, lucha en Baja California desde 2001 contra la impunidad y los abusos oficiales. Junto con madres que aún buscan a sus hijos, ha documentado 2 mil casos de desapariciones y ataques
Para ser un hombre que ha sufrido más atentados que cualquier funcionario en México, Miguel Angel García Leyva es una persona que parece apostarle a todo menos a su seguridad. La oficina que ocupa es un complejo viejo y descuidado de tres piezas, ubicado sobre un corredor adyacente a la sede del gobierno de Baja California, en el centro de Mexicali. El único acceso es cubierto por una reja metálica, sin cerrojo ni candados, y en su interior no hay vestigios de tecnología, ni de la más básica. En vez de ventanas, las paredes abren otros abismos, con fotografías de cientos de desaparecidos por la policía, el Ejército y bandas de narcotraficantes. Además de unas cuantas sillas desvencijadas, lo que ilumina la luz amarillenta de los tres focos que cuelgan desde el techo son un par de mesas saturadas de expedientes judiciales y recortes de prensa.
García es un cincuentón de estatura media y ropas austeras. Tiene la tez blanca y lleva el cabello recortado como romano de la antigüedad. Dirige la Asociación Esperanza Contra las Desapariciones Forzadas y la Impunidad, y es también secretario del Frente contra la Impunidad. Se graduó como abogado y sociólogo en la Universidad Autónoma de Sinaloa, de donde es originario. Desde sus años de estudiante, en la década de 1970, se interesó por el trabajo de nacientes organizaciones defensoras de los derechos humanos en Culiacán, y fue seguidor convencido del Comité ¡Eureka! y el Frente Nacional contra la Represión. En 25 años de lucha formal ha visto morir asesinados a sus amigos y decanos del activismo ciudadano, como Norma Corona Sapién, el 21 de mayo de 1990, o Jesús Michel Jacobo, el 16 de diciembre de 1986. A Mexicali llegó en 2001 para asesorar a tres madres sinaloenses cuyos hijos fueron secuestrados allí, y decidió quedarse cuando supo que había cientos de casos más, ignorados por las autoridades.
Ese lunes, a finales de octubre, había convocado a algunas de esas madres para que contaran sus casos. Entre ellas estaba Consuelo Pérez Valenzuela, quien llegó el día anterior procedente de Culiacán, en un viaje por carretera de más de 12 horas. Vestía una blusa amarilla que contrastaba con su pelo encanecido y corto. La mujer portaba en las manos una credencial de trabajo de su hijo Rosario Higuera y una fotografía en la que aparecía él mismo, cargando a su hijo recién nacido. La última vez que se le vio con vida fue hace nueve años, al momento en el que hombres armados lo interceptaron junto con otros dos sujetos y se los llevaron en camionetas de vidrios oscuros, a unas cuantas calles de donde hoy operan las oficinas de la asociación. La policía nunca investigó el caso. Consuelo es una de las madres por las que García y otro abogado del Frente contra la Impunidad viajaron hasta aquí. Desde entonces ha documentado más de mil 846 casos, e independientemente de las causas que motivaron los atentados, encontró que existe participación directa o por omisión de policías, ministerios públicos, procuradores y gobernantes.
Desde que tiene conciencia, García ha sido testigo no sólo de actos violentos, sino de la podredumbre del sistema. Él y otros activistas de los derechos humanos han documentado la colusión de autoridades en asesinatos, desapariciones forzadas, secuestros, extorsiones y encubrimiento de criminales. La realidad no cambia de Culiacán a Hermosillo, ni de Mexicali a Tijuana, la zona donde ha trabajado. "Se habla desde hace tiempo de la delincuencia organizada, pero no se habla de la delincuencia oficial -dice-. La mayor parte de la gente, de los grupos de esas estructuras delictivas que llevan a cabo desapariciones, lo hacen de tal forma que denotan que además de estar organizados, cuentan con protección oficial. Pero también, en muchos de los casos, advertimos que estos escuadrones de la muerte, que estos grupos de paramilitares, operan con las mismas unidades, las mismas armas, las mismas claves y las mismas tácticas que la policía, y que muchos retenes que instala el Ejército y la misma policía sobre las carreteras, sólo sirven para detectar a la gente que van a desaparecer, que van a matar o que van a extorsionar".
En los nueve años que lleva residiendo en Mexicali, García ha debido mudarse en seis ocasiones para salvarse y salvar a los suyos. "He sufrido amenazas, hostigamiento para mi familia, atentados no solamente a mi esposa y mis hijos, sino a mi madre, que vive en Culiacán. Han baleado su casa en varias ocasiones. Me han allanado mi casa. Cuando recién llegamos aquí, inventaban operativos y penetraban a mi casa violentamente en busca de drogas. Nos han robado la oficina muy continuamente. Y de todo ello tengo las denuncias respectivas, aunque sabemos que no van a resolver nada, pero al menos queremos que quede el antecedente. Mi casa ha sido robada también en múltiples ocasiones", resume.
En alguna ocasión su esposa pensó abandonarlo. Su madre le ha pedido igualmente que deje de ver por los derechos de otros. Todos han debido resignarse, aceptar lo que hace. La gratificación en un contexto así, García dice hallarla en el consuelo de la lucha, porque hasta mantener la oficina le cuesta, todo sale de su bolsillo y de donativos ciudadanos que nunca pasan de mil pesos mensuales. Juntando lo suyo y lo de otros, apenas alcanza para pagar renta, recibos de electricidad, agua y algo de papelería. Su integridad queda entonces a merced de los días. Y así lo entiende.
"Sé, desde el momento que estoy en esta lucha, desde que tengo noción y conciencia, que siempre voy a estar en peligro; siempre voy a estar de alguna manera con riesgo, pero es una decisión que se tomó a conciencia. El escudo que nos da seguridad es la verdad y es la gente que apoyamos. Esta es una lucha justa, una lucha contra un estado de cosas que no deben existir. Y si no hay quién lo haga, entonces estamos predestinados a fenecer, a que nos humillen, a que nos maten, a que nos desaparezcan, a que se llegue a un grado extremo de que como sociedad no podamos convivir".
Rubén Argüero Cardiólogo
Lo llaman "El Sembrador de Esperanzas"; ha salvado a decenas de personas que estaban condenadas a morir. Es pionero en implantar células madre en el corazón, y el primer médico en realizar con éxito un trasplante del órgano en América Latina
Su nombre no está en ninguna profecía, pero ha salvado la vida a muchas personas condenadas a morir. Dos avances científicos de su autoría le han valido el reconocimiento a la excelencia médica, y el sobrenombre con el que lo conocen algunos de sus pacientes: El Sembrador de Esperanzas.
Rubén Argüero Sánchez es el cardiólogo mexicano que realizó con éxito el primer trasplante de corazón en el país y en toda América Latina, y el pionero en implantar células madre en el corazón, una novedosa cirugía a nivel mundial que ha echado a la basura al menos un centenar de diagnósticos que desahuciaban pacientes con la estrepitosa frase: "Ya no podemos hacer nada".
Este médico trabaja con el corazón, y no nos referimos al órgano como su principal materia de estudio, sino al sentimiento y al empeño que él pone en cada una de sus cirugías, a cada una de las comidas familiares de los lunes, y a cada una de las entonaciones que realiza como integrante del coro La Herradura.
"A todo hay que ponerle entusiasmo. Esto es algo que nunca se debe perder. Y la constancia también es parte fundamental de la vida", considera este cardiólogo, integrante del cuerpo médico del Hospital ABC.
Rubén Argüero es una figura destacada en la rama de la medicina a nivel mundial, pero lo más importante para él, dice, es trascender dentro de su familia. Conserva en una pared de su consultorio las decenas de diplomas y reconocimientos académicos, pero en su escritorio, en un pedestal sobresaliente, hay un cuadro con una mezcla de imágenes de su convivencia familiar. "Tener un amigo -consigna- es una joya, pero tener una familia no tiene precio".
Para pacientes como don Joaquín Angel -quien considera que está viviendo tiempo extra gracias a la intervención quirúrgica que le realizó el doctor Argüero-, es una fortuna haberse topado con este médico, quien fue director general de la Unidad Médica de Alta Especialidad en el Hospital de Cardiología del Centro Médico Nacional Siglo XXI. Para Rubén Argüero, lo mejor que le ha pasado en la vida fue conocer a su esposa, Nuria de Buen Llado, "con quien por fortuna me encontré y hablaba el mismo idioma que yo".
Después de viajes, desvelos, pláticas con colegas, consultas con la almohada y refugios familiares, el jueves 21 de julio de 1988, Rubén Argüero decidió poner a prueba su tenacidad y preparación al realizar el primer trasplante de corazón en México.
Antes de decidirlo, preguntó a su paciente, José Fernando Tafoya, "¿nos la jugamos?". Y así fue, se la jugó, se la jugaron el paciente y él.
A las 11:00 horas de ese día, el equipo médico del doctor Argüero recibió el corazón de una joven donadora de 21 años de edad, y de inmediato realizaron trámites y pruebas de compatibilidad. A las 18:00 horas inició la operación y cuatro horas después, el corazón trasplantado comenzó a latir en el cuerpo de José Fernando, quien 26 días después fue dado de alta sin complicaciones.
En julio del 2004, Argüero Sánchez repitió la hazaña, pero ahora colocó en el corazón enfermo células madre extraídas del propio paciente.
- ¿Por qué células madre?
- Las células madre, según se descubrió en 1995, se depositan en varios órganos como el pulmón, riñones, hígado y cerebro, y si son motivadas, son capaces de regenerar células muertas.
El procedimiento consiste en estimular la producción de células madre y éstas se siembran aplicándolas directamente en el corazón, en una operación que dura más de cuatro horas.
Los candidatos a esta cirugía son los pacientes que tienen alguna insuficiencia cardiaca y que fueron sometidos a varias operaciones sin obtener algún resultado positivo.
"Si no se hiciera el implante de células madre, 70% de las personas que tienen una cardiopatía isquémica morirían", explica Argüero. "Este es un camino fascinante -dice el doctor Argüero-. La nanotecnología -técnica mediante la cual se hace el implante de células madre- es la medicina del futuro".
Salvar vidas pareciera ser un acto cotidiano para este cardiólogo en un país donde 2 millones de mexicanos padecen insuficiencia cardiaca, según la Secretaría de Salud, pero el doctor Argüero no sólo quiere aliviar a quienes son desahuciados, sino también a quienes no tienen los recursos económicos necesarios para someterse a una cirugía de ese tipo.
"Por eso, después de 52 años, he regresado al Hospital General, porque me parece que ahí sí se hacen maravillas con el poco dinero que tiene. Ahí hay el entusiasmo y las ganas por hacer las cosas bien", señala Argüero luego de hablar de la importancia de la ética en la medicina.
"Es un privilegio para mí hacer medicina y actuar siempre respetando al paciente, no andar operando a la gente nada más porque sí. El ejercicio de la profesión bien llevado es lo más satisfactorio del mundo y eso se irradia a toda la familia, a los amigos, a la academia. Salvar vidas es una fortuna que me ha dado la vida, pero no hay que caerse del ladrillo o sentirse Dios, todos somos humanos".
Como buen cardiólogo, cuida su corazón. "Tomo muchos líquidos, nunca he fumado, hago ejercicio moderado y duermo poco más de cinco horas hasta lograr el descanso. Pero además de la cuestión genética, que es muy importante, no hay que robotizarse: hay que mezclar actividades, el trabajo, la familia, la convivencia con los amigos y la música. Yo ahora tomo clases de piano y estoy en un coro con mi esposa".
Y después de tantos logros, la idea de tener un retiro digno agolpa su mente. En los últimos meses, ha dedicado su tiempo a visitar las instituciones que, se supone, debían tenerle bajo reserva sus ahorros producto del trabajo, pero en algunos casos se ha llevado sorpresas cuando descubre que el dinero con el que contaba o pensó que disponía se redujo a una cuota casi simbólica. Aunque lo tiene claro: "Mi propósito nunca fue hacerme millonario. Mi propósito es servir a los demás como universitario, como médico y como mexicano".
Sergio Castro "Pata de Venado"
Agrónomo y veterinario, llegó hace casi 50 años a Chiapas. La vida lo convirtió en impulsor de proyectos comunitarios y en el sanador de la región tzeltal
Es sábado y la temperatura bajó por lo menos a tres grados. Esta ciudad de los Altos de Chiapas es un gran congelador. Una mujer envuelta en un rebozo negro fija la vista en una paciente que comienza a destaparse la pierna izquierda. Parece de elefante, está negra, como si fuera a pudrirse. De hecho, esa parte de su cuerpo está insensible, no siente el frío.
La enferma no sabe qué le ocurrió porque nada más sintió que se le jaló el zapato y de la noche a la mañana aquella pierna le fue creciendo hasta ponérsele muy gorda. Ahora la tiene sobre una silla de madera muy pequeñita, mientras se escuchan violines de Vivaldi y el sanador le limpia la pierna.
"Yo le tengo mucho fe; primeramente Diosito y su mano de él... yo tenía también la pierna así y él me curó", dice la enrebozada para dar confianza a su amiga.
En una banca de madera de la casa de teja del sanador -que es un museo privado de las etnias chiapanecas-, otros dos pacientes esperan. Uno que trae ulcerado el pie y otro que por andar ingiriendo mucho posh -fermento de caña- se quedó dormido cerca del fogón y se quemó la "panzurria". A la mujer de la pierna como tamal, el sanador le pone una pomada y le receta un antiinflamatorio. "Es fuerte, tómeselo después del almuerzo para que no haya disturbios en el estómago, y cuando se acueste póngase dos almohaditas debajo del pie, que le quede arribita del corazón, para que se le desinflame", la anima.
La del rebozo trajo a la otra que es viuda; la convenció después de que en el hospital le manosearon mucho la pierna y ni hallaron la causa de la infección, ni tampoco pudieron curarla. Después de la breve consulta con Sergio Castro, no hubo negociación alguna: la mujer tomó sus muletas, dio las gracias y salió de la casa prometiendo que regresaría al día siguiente.
Las dos mujeres vinieron de lejos, de Tenejapa, una comunidad que está a 30 kilómetros de San Cristóbal de las Casas. Allá donde el sanador "Sergito" -como le dice la señora del rebozo al curador- es muy conocido.
Sergio Castro Martínez llegó hace casi 50 años a esa región tzeltal. Venía de su natal Delicias, Chihuahua, para desarrollarse como agrónomo veterinario zootecnista. Trabajaba en Chacomaj, una comunidad ubicada a ocho horas a pie de Tenejapa. Ahí les enseñó a los indígenas tzeltales técnicas de cafeticultura y cultivo de hortalizas, pero con el paso de los años se fue dando cuenta de las necesidades y problemática de la vida indígena. Así que comenzó a trabajar para el bien de sus semejantes.
Había iniciado por encajonar en concreto un ojo de agua del que todos bebían, hasta los perros y otros animales. Así logro evitar algunas infecciones. Después se dio cuenta de que en la región no había mercados y que todos los indígenas hombres tenían que bajar a Tenejapa para comprar insumos, pero se ponían "bolos" con posh y regresaban a sus hogares con las manos vacías. Sergio Castro entonces organizó una cooperativa de consumo. Con ayuda del comisario ejidal Bartolo Hernández, convenció a los pobladores. Todos cooperaron de a un peso, 1.50 y dos pesos, y se organizó una comitiva para que fuera a comprar la mercancía. La comitiva bajó en camioneta de redilas y hasta trajeron sardinas. Después, se encargaron de regar la voz en las comunidades cercanas de que el siguiente sábado iba a haber mercado en Chacomaj. Habitantes de otros pueblos trajeron tamales, conejo y chiles para vender. Aquello fue un éxito.
Lo que resultó de ahí fue que comisarios ejidales de otras comunidades se acercaron a Sergio para que les ayudara a organizar cooperativas, pero mientras marchaba por el camino del bien, la vida se encargó de acomodarlo en su vocación curandera. Por aquellos días de mediados de los años 60 cuando él se dedicaba a atender animales, alguien se acercó a la comunidad donde el veterinario vivía y le dijo que algo grave había ocurrido. Un niño, hijo de una autoridad religiosa, se había quemado cuando la olla de barro se reventó y el atole le cayó en todo el cuerpo. El niño de tres años estaba completamente ampollado. Contrario a lo que recomiendan los doctores, Sergio le drenó las ampollas, colocó gasas húmedas en el tejido, lo vendó y le dio un antibiótico. "Yo creo que tengo un don porque el niño sanó tan rápido que hasta yo mismo me sorprendí", dice ahora.
El viento se encargó de meter entre todos los cerros de la región tzeltal la anécdota del niño curado."Venían unos de un lado, otros de otros lados. Te hacen sentir útil a las comunidades". De ahí se fue desparramando a otras comunidades de la región tzeltal y tzotzil, y de los Altos, las cañadas chiapanecas y luego en la Selva Lacandona, lugar en el que estuvo 15 años. Además de sus proyectos de agua potable, cultivos de hortalizas, cooperativas de consumo y construcción de escuelas, atendía a niños y adultos quemados.
Dice que lo hacía porque era necesario y porque no podía a abandonar a la gente. En la región tzeltal le llaman Yok Chij, que significa "Pata de Venado", porque muchas veces lo encontraban caminando por la vereda con su morral para ir a curar a algún quemado.
En San Juan Chamula, por ejemplo, curó a Petrona, una muchacha que se quemó con un anafre a la hora de meterse al temazcal. Se desmayó dentro y su brazo y pecho quedaron sobre las brasas, dice su hermana Andrea Hernández. La llevaron a una clínica en San Cristóbal de las Casas. Le querían amputar el brazo, pero su padre se negó. "Ellos dijeron mi Petrona va a morir porque ya está pasada la quemadura", recuerda Andrés, su padre.
Se le había desprendido el hueso del brazo, su padre lo guardó mucho tiempo. Incluso perdió un pedazo de hueso que su padre conservó durante muchos años. Con el tiempo, don Andrés fue a sacar una radiografía al brazo de la niña para ver el avance. El médico les dijo que se trataba de un error porque dentro del brazo de Petrona ya había otro hueso. "Fue cosa del de allá arriba", dice don Sergio Castro.
En la comunidad Mukem curó a Maria, una bebé quemada de la cabeza y la espalda. Su madre había ingerido posh y cuando estaba en la cocina cayó de espaldas sobre el fogón. María, que estaba atada a su dorso con el rebozo, duró unos minutos rostizándose. Los doctores de la clínica la daban por muerta, e incluso permitieron a "Pata de Venado" atenderla ahí mismo con sus remedios. Ahora la niña tiene 13 años.
Sergio Castro tiene 70 años y el pelo cano que envuelve en un paliacate, y sobre éste pone un sombrero etiquetado con timbres de cooperación de la Cruz Roja.
En ese caminar por las veredas chiapanecas Yok Chij, sin proponérselo, es un sanador de los conflictos indígenas, producto de las pugnas religiosas y políticas. Entre sus pacientes está un hombre al que le vaciaron gasolina y le prendieron fuego porque era del partido contrario. Hay otra mujer que fue expulsada de su comunidad por cambiar de religión.
Nunca ha cobrado un sólo centavo por sus curaciones, pero don Sergio ha logrado la construcción de 21 escuelas con la ayuda de una organización no gubernamental de origen holandés. Ha sido padrino de varias generación escolares. Tiene 120 compadres y más de 60 ahijados.
Ya es de noche en el consultorio-museo del sanador y hasta aquí llegó un hombre procedente de Comitán de Domínguez. Trabaja en la construcción y al estar en la azotea agarró una varilla que estaba pegada al cable de luz. Despertó en el hospital con la noticia de que le iban a amputar la mano. No quiso: "Dios me dio completo, completo tengo que morir". Ahora está en manos de "Pata de Venado".
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