Caléxico: donde pasa 95% de la droga
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La "guerra contra el narcotráfico", en este punto estratégico del sur de EU, se libra con sólo 40 agentes de la corporación local. Y nada más...
CALÉXICO, California.- Los calurosos días de septiembre mantienen el aire seco y las calles vacías. Nadie camina sobre las aceras quemadas por un sol que parece derretirlas a cada paso. Pero no sólo el clima hace de esta ciudad fronteriza una zona caliente: aquí, la "guerra" contra el narcotráfico también ha elevado la temperatura y ha convertido a Caléxico en una especie de puerto libre en el que sólo 5% de los cargamentos de droga son interceptados por las fuerzas policiales de Estados Unidos.
Son las tres de la tarde y el termómetro marca 114 grados Fahrenheit, unos 45 grados centígrados. El calor seco derrite cualquier intento de brisa que, si se aparece en alguna esquina, acaba por convertirse en una bocanada de aire tibio.
James Lee Neujahr, jefe de la Policía de Caléxico desde 2007, se seca el sudor que le perla la frente y las sienes. Reconoce que en la guerra diaria contra los cárteles de la droga en este lado de la frontera común, "nosotros ganamos sólo 20% de las veces y los traficantes de drogas 80%, porque no podemos estar en todas partes".
La cruda realidad planteada por Neujahr es tanto a más densa que las cifras de una ciudad de apenas 40 mil habitantes, que comparte 122.88 kilómetros de franja fronteriza con Mexicali, Baja California, en la que hay alrededor de 100 pandilleros y una fuerza policíaca de unos 40 elementos. Es decir, todos los ingredientes necesarios para que la droga, el dinero, las armas, los sicarios, alguno que otro capo y cientos de ilegales vengan y vayan casi a placer por este punto.
Esta es la realidad que día a día se vive en Caléxico, una urbe prácticamente excluida de la poderosa vigilancia que sobre el Río Bravo mantiene Washington desde hace por lo menos ocho años, luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
-Entonces, ¿cuánta de la droga cruza por esta zona?, -le pregunto directo al jefe policiaco James Lee Neujahr.
El policía sonríe y contesta que aunque por la garita de Caléxico se decomisa más cocaína que en todos los puntos fronterizos del sur de Estados Unidos, "sólo logramos parar 5% de la droga; 95% se filtra: una parte se queda aquí, porque tenemos muchas tienditas y consumidores, y otra se va para el norte del país".
La pesadez del clima y la gravedad de la situación contrastan con la ligereza y bonhomía del jefe Neujahr, quien sin más acepta que "por aquí pasan muchas drogas; hay pocos elementos, sólo tenemos 40 policías".
Sin perder el tono desenfadado, reconoce que los traficantes se movieron a esta región, porque "en San Diego hay muchos agentes". Considera que allá se pusieron listos los de la DEA y el FBI y que aquí "hay menos resistencia de pasar las drogas; la pasan sin violencia. (En Caléxico) hay muy pocos agentes que pueden agarrarlos e interferir con sus negocios".
De cualquier forma, Neujahr acepta, resignado, que los traficantes saben muy bien que el Condado Imperialal que pertenece esta ciudad, carece de recursos. Sin nada por ocultar, resume parte de la situación: "Esta es una zona descuidada. No nos llega mucho presupuesto".
Sudoroso, exhalando el aire caliente que hay la frontera sur de su país, el jefe Neujahr sentencia finalmente que Caléxico "es una especie de tierra de nadie".
Autopistas para el narco
En una paradoja que se repite a lo largo de la frontera más vigilada del planeta, su aridez da paso a una fértil franja de operaciones de tráfico de drogas que mantiene las carreteras interestatales 8 y 111 -las que van hacia Los Angeles, la tierra prometida de los migrantes- como las autopistas para el narcotráfico.
El jefe Neujahr habla un español muy fluido y explica que una vez que la droga llega a Los Angeles, California, es distribuida desde allí a diferentes partes del país, porque "ese es un centro muy grande de almacenamiento".
El informe Análisis del Mercado de Drogas 2009, del Centro Nacional de Inteligencia Antidrogas (NDIC, por sus siglas en inglés) del Departamento de Justicia de Estados Unidos, sustenta y amplia lo dicho por el jefe de la Policía de Caléxico.
El texto señala que las drogas son transportadas por tierra a lo largo del estado de California por las rutas 8 y 111, que se originan en el Condado del Valle Imperial. Estas se conectan a la carretera interestatal 10, que se extiende desde California hasta Florida, cruzando de oeste a este el territorio de Estados Unidos.
Otras carreteras del caliente sureste estadounidense incluyen una parte del circuito de las drogas en suelo del Tío Sam. La mariguana y las metanfetaminas son llevadas a través de las rutas 5, 15, y 805, hacia otros puntos de distribución y consumo la Unión Americana.
La ruta del "Magallanes"
La interestatal 8 es una carretera muy poco transitada. Es una recta de concreto en medio del desierto, de la nada. No obstante, a cada kilómetro ondea una bandera que da señales de vida a los inmigrantes que ingresan de forma ilegal a territorio de Estados Unidos.
Montada sobre la vara de un árbol medio rota, un pedazo de tela amarilla con azul, decolorado por los rayos del sol, advierte a los caminantes que atraviesan el desierto que dentro de los tambos de plástico que mantienen en pie esta inusual bandera, pueden hallar garrafones con agua para beber, para sobrevivir en el desierto, por si la entrega de los polleros fracasa.
Para los migrantes ilegales, estos pozos de plástico son verdaderos oasis en un viaje incierto, compensado por anónimas manos amigas.
Por esa ruta, la Interestatal 8, circulan los cargamentos de mariguana, cocaína y metanfetaminas provenientes de México.
De vez en cuando "te topas con las camionetas de la Border Patrol (Patrulla Fronteriza)". Es un camino inhóspito para algunos, pero muy "conveniente para otros", reconoce El Magallanes, un vendedor de mariguana originario de Mexicali, Baja California, que deja pasar la tarde y sus sofocantes vapores en un parque de su tierra natal, mientras otea con un catalejo imaginario el momento adecuado para mover la merca hacia territorio de Estados Unidos.
A sus 29 años, este singular navegante del narco en tierra firme parece todo menos eso, un narco. Recién egresado de la carrera de Comunicación en la Universidad de Baja California, gusta de la buena ropa, de "la buena mota" y disfruta del nuevo rol como padre de un bebé de pocas semanas de nacido.
El Magallanes se acomoda los anteojos que hacen recordar más la imagen de un intelectual que la un dealer de mariguana. Explica que durante años recorrió ese tramo de la Interestatal 8 para llevar coches con clavo (forrados de cocaína) hasta Los Angeles.
En la bitácora de El Magallanes hay suficientes anécdotas para mirar hacia atrás, reír y acordarse de lo "menso" que era cuando empezó en el negocio de burrear la droga en coches desde Mexicali hasta Los Angeles.
"¡Llevé 10 carros antes de que me atoraran los gringos! Era bien menso, porque les acepté a los narcos que me pagaran mil dólares por viaje, no sabía que en cada clavo metía una fortuna de droga a Estados Unidos".
A sus contactos los conoció desde la infancia y de verlos actuar, hacer lo suyo, los tomó como modelos para ser como ellos cuando creciera.
"Los Orozco y Los Cázares eran los narcos de la colonia. De niño jugaba a ser como ellos y cuando terminé la secundaria me enseñaron a hacer el clavo y a pasar pa'l otro lado sin que te agarren los güeros", dice.
Parado frente al "muro" de metal que divide a Mexicali de Caléxico, El Magallanes se acomoda sus finos anteojos, enfoca su mirada hacia el norte mientras describe su forma de atravesar la frontera: "Te paras unas horas aquí a observar el cruce de coches, luego, cuando detienen a una camioneta o a un camión grande para revisarlo, es tu oportunidad de cruzar".
"Los de la garita se hacen bolas. Se tardan mucho chequeando esas trocas y te dan el paso libre. No'mas te dicen go. go. go, y ya la hiciste, porque hay mucho tránsito por esta garita, revisan más o menos a uno de cada seis vehículos", detalla.
El Magallanes justifica su actividad como traficante con el argumento de que su salario de la "chamba del día" no le alcanza para mantener a su chava y a su hijo de pocas semanas de nacido. "Por eso le sigo entrando a esto del narco".
Una frontera olvidada y porosa
Informes de corporaciones policiacas estadounidenses admiten que la circulación diaria, a través de esta frontera, da innumerables oportunidades a los traficantes para ocultar las drogas entre la mercancía legal.
El puerto de entrada de Caléxico tiene 35 años de antigüedad. No se necesita observar con demasiada atención el lugar para darse cuenta de que aquí no cuentan con un equipo moderno para labores de vigilancia, necesario en el combatea los cárteles.
Una investigación de la Oficina Legal Antinarcóticos (BNE, por sus siglas en inglés) de este año reveló que los inspectores de la garita detienen solamente a uno de cada 40 envíos de droga, a través de los 10 carriles de cruce en este punto de la frontera.
De esta manera, el ingreso de cargamentos de drogas intercalados con las mercancías legales, resulta abrumador.
La garita está a unos 30 metros de la línea que divide a México de Estados Unidos. Las unidades caninas de las corporaciones policíacas estadounidenses que operan aquí cuentan con poco tiempo y espacio para hacer la primera supervisión a los vehículos antes de que lleguen a las cabinas de inspección.
El Centro Nacional de Inteligencia Antidrogas de Estados Unidos reconoce, en su reporte de 2009, que las organizaciones de narcotraficantes también esconden drogas en el ferrocarril que proviene de México.
Los vagones, asegura, son revisados antes de entrar a territorio de Estados Unidos. vía Caléxico. En el documento se admite que los inspectores "no suelen tener tiempo suficiente" para realizar un registro minucioso. Así, de una u otra forma, las drogas cruzan la frontera.
El mismo Departamento de Justicia de Estados Unidos conoce el modus operandi de los traficantes de drogas que cruzan la frontera entre ambos países.
"Una vez que el ferrocarril pasa la zona de inspección, ellos (los traficantes) se sientan, por unas horas en el patio de trenes de Caléxico. Después del descanso, bajan la droga de los vagones, la colocan en otros vehículos y se la llevan a otros destinos", se explica en el informe Análisis del Mercado de Drogas 2009.
Droga sí, violencia no
El Paco da vueltas una y otra vez en su bicicleta en el parque Niños Héroes, ubicado en el lado mexicano, frente a la barda que marca la frontera con Estados Unidos.
Los visitantes más comunes en esta zona son polleros y migrantes. Es el lugar tradicional para negociar el cruce de algo, principalmente de personas, lo saben los lugareños.
Son casi las 10 de la noche en Mexicali. El ambiente sigue caliente. El termómetro marca 40 grados y los traficantes de personas y drogas esperan cualquier descuido de la Border Patrol para sacar a uno de sus clientes del hotel Del Norte, construir una escalera humana para cruzar la cerca de metal y, si logran escabullirse a territorio estadounidense, meter "la mercancía en una de las casas de seguridad que tenemos en el lado americano".
"Aquí todo es sin violencia. Hacer desmadre echa a perder el bisne", explica El Paco.
Por caminos distintos, dos de los actores del drama cotidiano que es el tráfico de drogas en la frontera México-Estados Unidos llegan a las mismas conclusiones: en este negocio, la violencia no le conviene a nadie.
Mientras El Paco asegura que el bisne funciona mejor sin violencia, su perseguidor, el jefe Neujahr, advierte que enrealidad "los malos de México no quieren hacer enojar al gobierno de Estados Unidos".
"No les conviene despertar al dragón, porque si se vienen a echar balazos acá, no van a poder traficar nada. Ni drogas para arriba, ni armas y dinero para abajo", reconoce el jefe de la Policia de Caléxico.
"La violencia de a deveras, la que escandalizaría al país entero, sí obligaría entonces a reforzar la frontera con agentes de la DEA, el FBI y de todas las agencias. ¡Y eso no les va a convenir!", agrega enfático el jefe policiaco.
Pero la única gran verdad en esta tierra arrinconada por el sol quemante, es que con o sin los federales montados en la guerra contra el narcotráfico, las drogas siguen su camino, todos los días, hacia la tierra de la libertad.