Fracking o no fracking, el falso dilema

Nacional
/ 2 noviembre 2018

    La controversia sobre el fracturamiento hidráulico, fracking, para extraer gas y petróleo de rocas de lutitas, denominados hidrocarburos no convencionales, cobra cada vez más fuerza en México. Las organizaciones que se oponen a esta técnica argumentan principalmente el elevado volumen de agua que se requiere para la perforación de pozos, la contaminación de mantos acuíferos, daños a la salud humana y la expulsión de dióxido de carbono a la atmósfera. Aluden que un número importante de países han prohibido el uso de fracking.

    Quienes plantean la necesidad de aprovechar los recursos de hidrocarburos no convencionales sostienen que la norma mexicana establece el uso preferente de aguas residuales tratadas o salobres, por lo que no se afectarán las reservas para consumo humano, que los protocolos de perforación exigen la instalación de tres capas protectoras en la tubería para no contaminar los mantos acuíferos, que no hay casos registrados de daños a la salud y que el uso de gas como fuente de energía disminuye considerablemente la contaminación atmosférica al utilizarlo en lugar del carbón o del combustóleo para producir electricidad. Sostienen que los países que prohíben el fracking no cuentan con reservas de gas o estas son muy pequeñas. Por el contrario, el Reino Unido acaba de aprobar la reanudación del uso de esta técnica.

    La presente nota no pretende abundar en la extensa discusión sobre la conveniencia o no del fracking, misma que será decisión de política pública de la próxima administración federal. El propósito es analizar la situación actual y perspectivas de la producción de gas natural en México, la trascendencia de aprovechar ese recurso y obtener de ahí conclusiones.

    México produce sólo el 15% del gas que demandan 30 millones de hogares, y casi dos millones de empresas industriales, de comercio y servicios, destacadamente PEMEX y CFE. El 85% restante lo importa principalmente de Estados Unidos, en particular de Texas. Además, la generación de energía eléctrica a cargo de la CFE depende en un 70% del gas natural. Por otra parte, la producción anual de gas natural en México presenta una caída constante en los últimos años, de 6,338 millones de pies cúbicos diarios en 2010, a 4,240 en 2017. En tanto que su demanda creció en 6,341 millones de pies cúbicos diarios en 2010, a 7,612 en 2017, por lo que la brecha entre lo que se importa y la producción nacional es cada vez más grande. De acuerdo con estudios de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, para 2030 las importaciones de gas natural llegarán a 94%. Actualmente se importan diariamente cerca de cinco mil millones pies cúbicos de gas, lo que significa un gasto de 320 millones de pesos diarios, es decir 117 mil millones de pesos al año.

    Los datos anteriores revelan con claridad la enorme dependencia de México respecto de las importaciones de gas, dependencia que se agrava cada día que pasa. La próxima administración federal ha señalado su negativa al uso del fracking para la extracción de hidrocarburos, pero no ha hecho planteamientos específicos acerca de cómo elevar su producción.

    México es el sexto país con las mayores reservas de gas de lutitas en el mundo; la Región Noreste contiene el 85% de esas reservas y Coahuila posee el 47%. Para extraerlo, se requiere necesariamente utilizar la técnica del fracking. Si el nuevo gobierno insiste en prohibirlo, condenará al país a una vulnerabilidad extrema y, más aún, pondrá en riesgo la seguridad nacional. En Estados Unidos se ha estado sustituyendo el carbón por gas como fuente de energía en las plantas carboeléctricas, y tiene planes para exportarlo a otras naciones. Ello podría afectar la disponibilidad de gas para exportación hacia México en el mediano plazo y elevar los precios.

    Por ello es necesario también acelerar el uso de fuentes renovables de energía, como la eólica y la solar, como parte esencial de la política energética, aunque por ahora su capacidad para generar electricidad es muy limitada, apenas de 1%, y alcanzará niveles sustantivos solo en el largo plazo.

    Si por motivos de orden internacional o de política interna de los Estados Unidos, México se ve imposibilitado para importar gas, las actividades económicas y muchas de las domésticas se verían paralizadas. Las más afectadas serían las empresas pequeñas y medianas, y las familias más pobres. Por eso con mucha razón el premio nobel de química, el mexicano Mario Molina, señala “importamos muchísimo gas de Estados Unidos… No creo que haya mucho problema de quedarnos sin gasolina, pero hay un gran problema de quedarnos sin gas”.

    Estamos pues ante un falso dilema. México requiere volúmenes crecientes de gas y abatir la dependencia energética. La única manera de lograrlo rápidamente es aprovechando los hidrocarburos no convencionales mediante el fracking, observando las regulaciones en materia ambiental y de respeto a los derechos de las comunidades. Esta es, además, una oportunidad para incorporar empresas locales a la cadena de valor de la industria, generar empleos bien remunerados y consolidar el desarrollo de México y de Coahuila.

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