La Iglesia en manos de Lutero

Opinión
/ 2 octubre 2015

Por Gabriel Guerra

La expresión no es nueva. Ha sido usada para referirse a momentos en que se pone en manos de sus apóstatas, de quienes quisieran verla derrotada o dividida. La referencia es casi siempre peyorativa, pues se parte del supuesto de que son los críticos internos los peores enemigos de la Iglesia católica.

No fue Martín Lutero el primero, ni con mucho el último, de quienes han cuestionado la doctrina o la conducta de la jerarquía eclesiástica a lo largo de dos milenios en que los católicos pasaron de ser una minoría perseguida a convertirse en la Iglesia más poderosa, rica e influyente del mundo.

Un primer gran cisma es el que llevó a la división entre la que hoy conocemos respectivamente como las iglesias ortodoxa y la católica romana, por allá del siglo XI. Casi medio milenio más adelante el ya referido Martín Lutero provocaría una nueva e igualmente grave crisis al cuestionar la autoridad papal y dar nacimiento a lo que desde entonces los católicos conocen como protestantismo.

A mediados del siglo pasado dos corrientes "disidentes" generaron tensiones en el Vaticano. Por un lado la encabezada por Marcel Lefebvre, quien pretendía un regreso a los orígenes y se oponía radicalmente a las reformas relativamente modestas del segundo Concilio Vaticano, al grado de ser excomulgado por Juan Pablo II en 1988, si bien en tiempos recientes pareciera darse una revaloración de sus enseñanzas por parte del Vaticano. Por otra parte, la Teología de la Liberación floreció en países en desarrollo como respuesta a problemas crónicos de pobreza, injusticia y mala distribución del ingreso, además de la frecuente vinculación de la jerarquía católica en esas naciones con las clases dominantes y el gobierno en turno. El movimiento cobró gran fuerza en América Latina y fue necesaria una acción disciplinaria papal a mediados de los años 80 para acotar su presencia y activismo.

Sin embargo, ninguna de las apostasías recientes ha causado tanto daño ni puesto en tal riesgo la integridad y la credibilidad de la Iglesia católica como los escándalos por abuso sexual de menores a manos de curas que han cundido recientemente por doquier. Si en un principio fue EU el país donde mayor número de casos se reportaron, llevando a arreglos judiciales y extrajudiciales que costaron miles de millones de dólares y llevaron a la quiebra -literalmente- a más de una diócesis, poco a poco el veneno se ha extendido por el mundo, tocando con particular crueldad a los más pobres y marginados y también a creyentes en Europa que se topan ahora con revelaciones que ponen los pelos de punta.

No se trata solamente de las denuncias de abuso sexual, que ya serían de por sí sumamente graves, sino del encubrimiento en el que al parecer han incurrido altos jerarcas católicos en EU, Alemania, Austria, España, Holanda, Irlanda y Suiza, además de México, donde no hay que confundir los casos atribuidos a Marcial Maciel con otros que igualmente execrables no tienen que ver con los Legionarios de Cristo.

El caso irlandés es uno de los que más atención provoca, no sólo por la preponderancia del catolicismo en ese país sino también por el número de presuntos afectados y por la manera en que sus jerarcas han manejado el asunto. Este domingo se leyó en las iglesias irlandesas una carta pastoral del papa Benedicto XVI en la que expresa una enérgica condena así como su pesar por lo acontecido, pero en la que no anuncia medidas disciplinarias ni otro tipo de consecuencias para los malhechores ni para quienes los encubrieron.

Y ahí está el tema de fondo. Más allá de si se trata o no de casos aislados, de si esto refleja o no lo fallido de la doctrina del celibato, de si habla o no de hipocresía por el rechazo a la homosexualidad, lo cierto es que SI hay un patrón de conducta recurrente en todos los casos: el de la mentira y el encubrimiento por parte de la institución y sus jerarcas, el de la presión desmedida en contra de las víctimas, el del alarmante silencio de algunas víctimas y casi todos los victimarios que sólo permite que este tipo de conductas continúe y se propague.

No creo exagerar cuando comparo esta crisis con otras, históricas. La credibilidad de la Iglesia católica y de sus ministros está en juego. El Papa Benedicto XVI merece crédito por haber permitido que se destape la cloaca, pero tendrá que ir mucho más lejos para recuperar la confianza de sus fieles. No hacerlo implicaría dejar a la Iglesia católica en manos de sus auténticos peores enemigos.

gguerra@gcya.net
twitter.com/gabrielguerrac

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