Indecisión

Opinión
/ 2 octubre 2015

Un tipo le preguntó a otro: "En cuestión de sexo ¿cuál es la posición favorita de tu esposa?". Con hosco acento el otro respondió: "Espalda con espalda"...

Vaciliso tenía un gran defecto: la indecisión. A la vida la debes enfrentar con determinación, pues en caso contrario te vuelves juguete del destino. Expresé tal idea en un brevísimo poema de cinco palabras solamente: "Sí, no. Si no, sino". Vaciliso no tenía esa firmeza. Era asaltado por frecuentes dudas que le quitaban el sueño y la tranquilidad. Se preguntaba, por ejemplo, con angustia: "Aceptemos que el todo es mayor que una de sus partes. Pero, dados un todo pequeño y una parte grande ¿cuál de ellos es mayor?". Otra gran duda lo agobiaba: "¿Qué debo hacer si veo a un animal en vías de extinción comiéndose una planta en vías de extinción?". Por lo que a mí hace yo siento un gran respeto por la fe, pero pienso que la duda es más creativa. Me guío, sin embargo, por un útil apotegma: "En caso de duda hazte indejo". Si alguien te pregunta con solemne tono: "¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?", tú pierde la mirada en el vacío y responde algo como esto: "El silencioso vuelo de las grullas debe enseñarnos la lección de la serenidad". Tu interlocutor no entenderá absolutamente nada. Pensará entonces que tu respuesta es muy profunda, y cobrarás fama de sabio. Claro, corres el peligro de que te tomen por un intelectual, con lo cual quedarás desprestigiado de por vida, pero todo tiene sus riesgos. Vaciliso, que es de quien estoy hablando, dudaba de la fidelidad de su mujer. La siguió un día, y sus dudas aumentaron cuando la vio subir en el coche deportivo de un hombre joven con traza de playboy. Sus sospechas crecieron más -y con razón- cuando el atribulado esposo vio a la pareja entrar en un motel de paso, y ocupar un cuarto. Amparado por las sombras de la noche, Vaciliso se llegó a la puerta de la habitación y aplicó un ojo a la cerradura. Lo que entonces miró dejolo atónito: el playboy y la señora se abrazaron y besaron con pasión, y luego procedieron con premura a despojarse de sus respectivas ropas. Ella se quitó la prenda final -era un sensual bikini de encaje rojo con G-string que se había puesto especialmente para la ocasión-, y arrojó al aire ese último resto de pudor. Sucedió que el ligero calzoncito cayó precisamente sobre la manija de la puerta, con lo cual la cerradura quedó cubierta, e impedida toda visibilidad del exterior. Ante eso exclamó Vaciliso, desolado: "¡La duda! ¡Siempre la maldita duda!"...

En céntrica avenida de cierta ciudad grande se desató una intensa balacera entre maleantes y fuerzas del orden. Capronio recibió aviso de lo que estaba sucediendo, y supo que aquel enfrentamiento se iba a prolongar. Tomó de inmediato el celular y llamó a su hijo. "¿Dónde estás?" -le preguntó. "En la escuela" -respondió el muchacho. Le advirtió Capronio: "Cuando regreses a casa no pases por la Avenida 12. Hay ahí una tremenda balacera". En seguida marcó el número de su hija. "¿Dónde estás?" -le preguntó. "En casa de una amiga" -respondió la chica. "Al regresar -le hizo saber Capronio-, evita pasar por la Avenida 12. Estalló ahí una horrible balacera que seguramente va a durar. La vida de quien pase por ahí corre peligro". Luego marcó el teléfono de su esposa. "¿Dónde estás?" le preguntó. Respondió la señora: "De compras, en el centro comercial". Le dice Capronio: "Hay una espantosa balacera en varias calles de la ciudad. Regresa inmediatamente a la casa, pero hazlo por la Avenida 12. Es la única segura"... FIN.

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