Don Flacuras
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"¡Mira papá, don Flacuras!" fue la expresión del en ese entonces infante Amaury Brondo, hijo de mi amigo don David Brondo García y claro, mi amiga Nora Mirna Gaona, cuando traspasé el umbral de su casa al ir a merendar con mis camaradas en un año ya lejano.
Amaury me vio y no tardó un segundo en definirme como "Don Flacuras." Y es que dicho personaje era el nombre de un libro que si mal no recuerdo, le había regalado al niño Amaury junto con otros cuentos infantiles. La portada la recuerdo bien: un tipo dibujado infinitamente largo, muy largo y de mirada melancólica, apenas hacía sombra en un cuento que narraba las peripecias de su vida y sus carnes enjutas y afiladas.
Huesos. Literalmente estoy apenas forrado por una piel mustia y efectivamente, como me definió en su infancia el hoy joven Amaury Brondo, estoy más que flaco. Al día de hoy sólo soy huesos. Al verme, no hay ser humano que no me lo pregunte, la gente me dice: "Oye Cedillo, ¿por qué estás tan flaco?" y en honor a la verdad, no hay una causa específica, hay varias posibles las cuales siguen doliendo en el lado moridor del pecho, en el lado izquierdo donde anida eso que llamamos corazón.
A saber varias aristas: los cielos plomizos, espectrales y dolorosos de noviembre y diciembre (a los cuales les huye también y con singular tristeza, don Jesús Carranza) me han provocado esta maldita tristeza que vive conmigo; súmele usted las ausencias que se están cargando de mis amigos que se unieron a la eternidad y la cereza del pastel, un amor atravesado que cargué como fardo entre pecho, paleta y espalda. De aquí entonces que estoy como el personaje del cuento, en los puros huesos.
En honor a la verdad, como poco y mal; me parezco a los personajes literarios del sueco Stieg Larsson: me alimento sólo de gaseosas y sándwiches del Seven más cercano a mi residencia. Tomó demasiado café y un insomnio pertinaz, fiero y obcecado (ya lo conté aquí mismo hace poco), me persigue y se ha instalado al lado de mi almohada. Este columnista debido a lo anterior y no a otra cosa, está flaco, más que flaco que nunca.
Entre burlas y veras, llevé mis tres cinturones con un talabartero al cual conozco hace tiempo, para que éste les hiciera un nuevo hoyo o perforación. El cinturón se ajusta cada vez más y se aprieta a mi escuálida cintura. Al verme traspasar el dintel de su negocio, mi amigo el talabartero no dudó en decirme: "Qué flaco está maestro Cedillo." Luego me dijo dos o tres bromas y perforó los tres cinturones que ahora, casi me dan una segunda y nueva vuelta.
Esquina-bajan
Me imagino que al verme en semejante situación de tristeza y de carnes, la guapa niña Ana Teresa Sánchez, mandó el siguiente mensaje a mi celular: "Oye poeta, ya arreglamos con el Merendero de la esquina, para que vayas a almorzar allí, para que no te nos malpases. Tómalo como un regalo de la familia Sánchez Madrazo. ¡A desayunar como se debe Chuy!"
Teté Sánchez igual que su padre, mi hermano don Armando Sánchez Quintanilla, generosa, en sus manos sólo hay regalos y magia, aunque ella como don Armando, se quedan sin nada. Todo lo regala y lo brinda, de aquí que seres humanos así, son los que mantienen al mundo en que vivimos. Este columnista le prometió a la niña Teté Sánchez que iría a almorzar como Dios manda y trataría de recuperar su flacura habitual.
En fin estimado lector, tribulaciones y epopeyas menores que hoy me atrevo a contar y hacerlo público sólo por un motivo: efectivamente sí estoy flaco, pero espero recuperarme por estas fechas de los recalentados, el pavo relleno y tamales caseros. Claro, sin faltar mi bebida favorita, un delicioso ponche con harto piquete piquete.
Letras minúsculas
Damas y caballeros, estoy flaco pero no, no me voy a quebrar. El siguiente es año político y tendrán a este columnista ya restablecido y más que afilada su pluma. Lo prometo.