Dichosos dichos. Y sabrosos.

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Un jesuita y una suegra saben más que una culebra.
Este refrán se acuñó en Perú. El templo de San Pedro, en Lima, de los jesuitas, tiene tres puertas frontales. Tal número de puertas, en términos de arquitectura sagrada, sólo puede tenerlo una catedral. Los jesuitas que construyeron esa iglesia enviaron una carta al Papa pidiéndole permiso de ponerle una puerta al templo que estaban erigiendo. El Papa dio su venia, extrañado por la humildad de los jesuitas, pues de acuerdo con los cánones su iglesia podía tener dos puertas. "Ya sabíamos -dijo el superior cuando llegó el permiso del pontífice- que para dos puertas no necesitábamos permiso, pues nos lo da el Código canónico. Conque, dos puertas que nos concede el Código, y otra que nos autoriza el Santo Padre, son tres puertas. Esto, señores canónigos, no tiene vuelta de hoja, y es de una lógica de chaquetilla ajustada". Cuando el Papa se enteró del jesuítico razonamiento de los jesuitas no dio su brazo a torcer. Emitió un rescripto por el cual los autorizaba a tener tres puertas en su iglesia, pero prohibiendo "bajo severas penas canónicas que se abriese la tercera, salvo casos de incendio o terremoto".
Se justifica, entonces, la definición que da la Academia de la palabra jesuita: "Dícese del religioso de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola.- Hipócrita, taimado". Quizá por eso los dominicos inventaron un juego de palabras a modo de avieso epigrama:
Si cum jesuitis itis, numquam cum Jesu itis.
Eso significa, más o menos:
"Si vas con los jesuitas, nunca irás con Jesús".
No tuvieron que ir muy lejos por la respuesta los dominicos. Replicaron los hijos de San Ignacio con este retruécano ingenioso:
Si cum dominicanis canis, nunquam cum Domino canis.
Lo cual quiere decir:
"Si con los dominicos cantas, nunca cantarás con el Señor".
Ya se ve que no todo ha sido amor entre los encargados de predicar el amor.
Otros refranes nos vinieron de Perú, al decir del sabrosísimo escritor Ricardo Palma, cuya relación estoy siguiendo en esta cosecha de dichos.
Las amistades son bienes muebles, los odios son bienes raíces.
Quiere decir que la buena voluntad va y viene según los cambiantes aires de las circunstancias, mientras que las malquerencias se afincan para siempre y ya nunca se van.
No hay olla tan fea que no halle su tapadera.
Equivale al refrán que dice: "No falta un roto para un descosido".
Con la patita bonita se calienta la marmita.
La mirada de un pie pequeñito de mujer ponía al hombre en rijo. Y también la mirada de una mirada. Hablando de una linda muchacha escribe don Ricardo: "Era una de esas mozas que con una mirada le dicen al prójimo: ¡Dése usted preso!".
No hay cerradura cuando es de oro la ganzúa.
Dice lo que Obregón, ese grandísimo cínico -es decir, ese grandísimo conocedor de la naturaleza humana-, cuando habló de su famoso cañonazo de 50 mil pesos, que nadie puede resistir.
Cuando meen las gallinas.
O sea, nunca. Expresa lo mismo que aquello de "Ad calendas graecas", expresión usada para denotar un tiempo que nunca llegará. "¿Le prestaste dinero a Fulano? Te pagará cuando meen las gallinas".