Merolico electrónico

Opinión
/ 2 octubre 2015

Pinocho, el muñeco de madera, cumplió 18 años de edad. Gepetto, su papá, le dio dinero para que fuera a la casa de mala nota del pueblo. "Pero recuerda, hijo -le advirtió-: con cualquiera de las chicas puedes ir, menos con Rispy, ésa que le dicen `La papel de lija'". Un pato se presentó en la oficina de telégrafos y escribió un telegrama para que fuese enviado. Decía el mensaje: "Cuac cuac cuac cuac cuac cuac cuac cuac cuac". Le indica el encargado: "Son nueve cuacs. Por el mismo precio puede usted añadir uno más". "No -responde el pato-. No tendría ningún sentido". Aquel tipo compró un caballo de carreras y le puso por nombre "Afollar". Un amigo le preguntó por qué le había dado tan extraño apelativo. Explicó el sujeto: "Espera a que todas esas mujeres en el hipódromo griten: "¡Vamos Afollar!". Palabra muy mexicana es "merolico". El término se emplea para designar a un charlatán, especialmente al que en la calle vende falsas panaceas: hierbas, píldoras, líquidos que lo curan todo. Hace un par de semanas fui a la Lagunilla, barrio entrañable en la Ciudad de México, Me estaba divirtiendo al observar cómo un merolico vendía cierto elixir cuya propaganda hacía según el posible cliente que pasaba. Veía venir a una señora con lentes gruesos y decía: "Para la vista cansada; para el cuidado de los ojos; para poder leer y ver de lejos.". Se acercaba un señor con poco pelo y anunciaba el charlatán: "Para frenar la caída del cabello; para fortalecer las raíces capilares.". Yo reía en mi interior mirando aquello. No me reí ya tanto cuando al pasar yo frente al merolico oí que decía: "Para quitar las canas; para bajar la panza; para mejorar la figura; para aumentar la memoria; para evitar la incontinencia que viene con los años; para detener esas molestas flatulencias; para vigorizar los miembros flácidos.". Dios confunda a ese canalla. El vocablo "merolico" proviene del nombre de un supuesto médico que se hacía llamar el doctor Meraulyock. Llegado a Veracruz en tiempos de Maximiliano, vendió en el Puerto, en Puebla después, y finalmente en la Ciudad de México, donde se estableció, un llamado "Aceite de San Jacobo" que supuestamente sanaba todas las enfermedades y prevenía todos los males corporales. Encomiaba su poción el curandero con una gárrula palabrería, al tiempo que acariciaba dos serpientes que ponían temor y asombro en la gente que le hacía corro. Después se supo que el tal médico era sólo un charlatán. Ganó el pícaro, sin embargo, a más de mucho dinero, una cierta forma de inmortalidad cuando su nombre pasó a formar parte del rico acervo de mexicanismos que imantan al idioma del blanco. Los merolicos no son cosa del ayer. Existen aún hoy. Pero algunos han podido dejar la calle, y venden ahora sus mentirosas medicinas en esa gran Lagunilla que es la televisión. Cometen fraude al engañar al público, y entran en complicidad con ellos quienes permiten que los medios de comunicación masiva sean empleados para llevar a cabo esa defraudación. Los encargados de la salud del pueblo deben evitar, por medio de la ley, que tanto los merolicos como los anunciantes faltos de ética entren en connivencia para cometer esos abusos. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado. El escolar le dice a su papá: "Papi: de todos los niños de tercer año de primaria yo soy el que tengo la pipicita más grande. ¿Eso se debe a que me voy a pie a la escuela en vez de irme en autobús?". "No -responde el padre-. Eso se debe a que tienes 17 años".Zeus, el dios más grande del Olimpo, paseó su vista por la tierra desde su trono en las alturas, y vio a una hermosísima doncella que se bañaba desnuda en las aguas de un riachuelo. Bajó al punto, y poseyó a la joven apasionadamente. Al terminar aquel lúbrico trance le dice Zeus a la muchacha: "Dentro de nueve meses darás a luz un hijo muy fuerte, y lo llamarás Hércules". Replica la hermosísima doncella: "Y dentro de nueve días tú sentirás una muy fuerte comezón, y la llamarás herpes". FIN.

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