Una ciudad donde patinar está prohibido

Opinión
/ 13 abril 2011

En Saltillo los patines están prohibidos y los triciclos no corren mejor suerte. No estoy bromeando, utilizar estos artefactos "u otros vehículos similares" está expresamente prohibido por nuestro Reglamento de Tránsito. Y no solo eso. También está "prohibido jugar en la vía pública", ya sea en las calles o en las aceras. Pueden consultarlo. Artículo 106, para mayor referencia.

Supongo que este tipo de normas no son tan raras, dado el modelo de desarrollo urbano vigente en muchas ciudades mexicanas. Independientemente de que se hagan valer o no, reflejan una filosofía arcaica pero
dominante, que considera que las calles y las banquetas son para transitar y no para disfrutarse. De acuerdo con esta forma de entender la ciudad, las calles se evalúan por su capacidad de flujo. "Esta vialidad moverá a
tantos-mil vehículos por minuto", anuncian los funcionarios a la hora de inaugurarlas. "Ahorrará tantos-miles de horas-hombre por jornada", presumen los responsables. Recitar estas cifras es suficiente para justificar los superlativos: Aquella es la "super" vía, este es el "mega" distribuidor.

Si bien esas métricas son válidas y hasta cierto punto defendibles, no debiesen ser las únicas, particularmente para ese 95% de nuestras calles, que están frente a nuestras casas y que constituyen nuestros barrios.

"Las banquetas son parientes de los parques", nos plantea Enrique Peñalosa como alternativa. Son espacios para el encuentro fortuito, para observar y ser observados. La calle es un sitio donde la ciudad comparte con nosotros sus sonidos y sus olores. La ciudad es "nuestra" solo en la medida en que existen espacios públicos seguros y de  calidad, donde no hay requisitos de admisión ni es necesario pagar para entrar.

La ciudad es tan democrática como su espacio público facilita la convivencia de quienes son o piensan o se mueven de manera distinta. Es en estos sitios donde los desconocidos pueden transformarse en vecinos, donde
las clases sociales se vuelven por instantes menos relevantes y donde los niños aprenden a ser ciudadanos. Las banquetas y las calles, cuando están bien construidas, son resquicios de equidad que funcionan como escuelas de
convivencia. Son, como dijera Walter Benjamin, "sitios donde la vida pública y privada de entremezcla", donde cada acto o actitud privada "es penetrado por la influencia de la vida comunitaria".

Si coincidimos con esta forma de entender el espacio público, requerimos nuevas métricas para evaluarlo. ¿Qué importa que miles de vehículos puedan circular por hora en una calle, si no existen condiciones para disfrutarlas?

Te invito a hacer el experimento: califica tu calle. ¿Hay bancas, hay árboles, hay alumbrado? Suena obvio, pero ¿hay banqueta? ¿Qué hacen quienes caminan por ella? ¿Transitan de un punto A al B, acelerando el paso para minimizar el pesar o el miedo que les genera la ciudad, o disfrutan el trayecto, convirtiendo la ocasión en un paseo?

Imagina que recorres algunas de esas cuadras empujando una carriola, o arrastrando un carrito con las compras o atado a una silla de ruedas. ¿Es posible recorrerlas con facilidad o necesitas ayuda? ¿Podrías ir a la escuela caminando? ¿Qué tal salir de compras o llegar a trabajar? ¿Qué tan diversos y atractivos son los destinos que puedes alcanzar caminando durante 10 minutos hacia cualquier dirección?

Piensa en otras formas de evaluar el espacio público. -¿Qué calificación le otorgas a tu calle?

Más allá del discurso bonito o del evento destacado o de la obra de relumbrón, necesitamos de nuestras autoridades un corte de caja. ¿Cuál es el balance? ¿Cuántas calles reprueban y cuántas pasan de panzazo?
Si bien arreglarlas y corregir las inercias tomará años, debemos empezar ya. Establezcamos como estamos, acordemos hacia donde queremos ir, y evaluemos a nuestros gobiernos en base a su desempeño.

Mientras no comparemos de forma integral cuanto avanzamos y cuanto retrocedimos, seguiremos aplaudiendo acciones que no por relevantes dejan de ser testimoniales. Ahí seguiremos, dando pasitos para adelante sin considerar los cien que damos para atrás. Construiremos un par de ciclovías, mientras levantamos decenas de pasos a desnivel y vías de alta velociad. El alcalde podrá fijar como meta que el 5% de los viajes se hagan en bici, mientras que el derecho del ciclista a compartir las calles ni siquiera esta previsto o normado en el Reglamento de Tránsito. Seguiremos cerrando una avenida los domingos para disfrute del peatón, al mismo tiempo en que la ciudad amable, democrática, igualitaria e humana desaparece en cada nuevo fraccionamiento.


Hace falta un cambio radical en nuestra concepción del espacio público. Necesitamos un nuevo modelo de desarrollo urbano que no solo legalice jugar en las calles y transitarlas en patines, sino que además entienda estas actividades como indicadores de éxito. 

 

Twitter: @oneflores

Columna: Ciudad posible

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