Un fantasma en el Salón Bach

Opinión
/ 1 febrero 2012

Rafael Pérez Gay

Desde hace tiempo sé que todos tenemos vocación de fantasmas. Mientras desordenaba un librero que quise poner en orden, encontré estás líneas de Montaigne: "el presente no existe, lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro y el pasado". Muy cerca de Montaigne había un libro de fotografías antiguas y crónicas viejas de la Ciudad de México. Junté ambos hallazgos. Dejé un regadero de libros y busqué en el pasado un lugar en el que me gustaría perderme en ese momento para dejar atrás esa zona perdida que se llama presente. Este es el resultado de esa búsqueda.

Me gustaría entrar al famoso Salón Bach una noche de principios del año de 1901. Ese salón estuvo en San Francisco, hoy avenida Madero, donde abren sus comercios cada día una pequeña librería Gandhi y el café Bertico, a una cuadra del Zócalo. Entiendo que otro salón Bach estuvo en 5 de Mayo y Bolívar. No sé. Este del que hablo, de la calle de San Francisco, una de las últimas salidas urbanas que Cortés ideó para prevenir un ataque masivo de los mexicas revelados, lo atendía el dueño Karl Bach.

Tengo frente a mí la fotografía que la Ciudad de México en el tiempo encontró: una puerta central con un techo art-déco y dos entradas laterales. Me gustaría ver el mundo desde esa cantina así como he visto otros mundos raros desde otras cantinas y tabernas. Conocer en persona, como se decía antes, a escritores, una monserga, no tiene sentido, les aseguro que sólo traerán carretillas de contrariedades; aún así, me gustaría acercarme a José Juan Tablada, Alberto Leduc, Bernardo Couto, Amado Nervo, Ciro B. Ceballos, Balbino Dávalos, el pintor Julio Ruelas, el escultor Jesús Contreras. Mucho ajenjo "carabinier", coñac, chartreuse, tequilas plebeyos y atosigantes que, cuenta Ceballos, pasaban por el gañote como vidrio derretido. Ellos eran las flores del mal de principios de Siglo 20, los fundadores de una casa de locos llamada Revista Moderna y la ciudad una promesa incumplida del hechizo de París que soñó Porfirio Díaz.

No sé si hablar con ellos. Según mis cuentos y cuentas, estos personajes viajaban en la locura y el paroxismo. Mejor verlos de lejos y de ser posible oírlos. Mi vena periodística fluye en caudales menores, me arrodillo ante la curiosidad, pero prefiero párrafos de época y atmósfera a una entrevista con Tablada, que además le interesaría a muy pocos. Traigo una entrevista con Tablada, ¿te interesa? La verdad, no tenemos lugar, el espacio está cada día más peleado; en fin, me desvío sin querer.

La noche del viernes 4 de enero de 1901, Ruelas llevaba un periódico bajo el brazo. El Universal, no las páginas bravuconas que editaba Reyes Spíndola sino el papel más modesto que imprimía Luis del Toro en la Calle del Aguila número 12. Busqué en la calle de Cuba, pero la numeración ha cambiado y no puedo saber donde era el 12 de la vieja Calle del Aguila.

Una noticia de primera plana: "La noche del miércoles en la callede La Verónica se cometió un asesinato cuya causa fue la pasión desbocada, los celos. Los protagonistas de esta tragedia fueron Luis Portilla y Benito Vázquez, resultando el primero con una puñalada en el corazón que lo privó de la vida. La Policía de la primera demarcación tomó conocimiento del hecho, se presentó en el lugar del suceso y levantó con las formalidades de la ley el cadáver logrando capturar al autor del homicidio que fue remitido a disposición del juez en turno".

El asunto es así: la noche en que mi fantasma estuvo en el Salón Bach, Ruelas leyó la noticia, sorbió, tragó ajenjo y dijo: "el sexo es muerte, y dolor, y puñaladas". Las sombras se difuminaban en el humo y las tinieblas del salón. Abandoné la cantina. Detrás de mí dejé el aire enrarecido por los olores fétidos del baño y el humo de los cigarros. El perfil del fantasma avanzó por las calles San Francisco y Plateros.

Desde el hotel Guardiola, cerca de Jockey Club, hoy Sanborns de los Azulejos, observé el predio que ocupó el convento de Santa Isabel, un conjunto de tiendas, un tendejón llamado Palacio de Hierro, una tienda de Alquiler de Carruajes, comercios de Casimires, Cigarros Alfonso XIII, la vendimia y el gusto de principios de Siglo 20. En ese terreno los arquitectos de Porfirio Díaz planeaban en secreto el nuevo teatro nacional. Nosotros lo conocemos como Teatro de las Bellas Artes.

Sí Montaigne tuvo razón y el presente no existe, nadie sabrá si esa noche del Salón Bach pertenece al pasado o al porvenir. Repito: todos tenemos vocación de fantasmas.

Twitter: @RPérezGay


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