Isaac Chocrón: 1933-2011

Opinión
/ 10 marzo 2012

¿No le gustaría brindar

por la muerte?

Todos sabemos demasiado

bien que se avecina. [.]

A mí no me venga a presentar

la muerte. La conozco.

Mateo, en Mesopotamia, de Isaac Chocrón

Siempre me pregunté cómo sería Isaac Chocrón (1933-2011), el escritor venezolano que murió el pasado 6 de noviembre, en Caracas. Me he enterado tarde de su fallecimiento, aunque en realidad no importa: nada me unía a él, como no fueran mi admiración y mi cariño de lector.

Fui un muchacho seducido por sus dramas, por lo que suponía era su forma de ser y por el trabajo que, junto a José Ignacio Cabrujas y Román Chalbaud, realizó para la revitalización del teatro venezolano. Lamento decir lo que voy a decir, pero lo diré: no soy un latinoamericano fundamentalista, aunque gracias a Isaac Chocrón he deseado conocer Venezuela, como a causa de Borges he querido visitar Buenos Aires o por Claudio Bravo he anhelado estar en Chile. Suerte que nací en México, a pesar de todo.

Isaac Chocrón fue, antes que nada, un dramaturgo, es decir, un escritor de obras de teatro cuyo fin es ser escenificadas en un espacio determinado. Es autor también de algunos ensayos sobre el tema. Luego vinieron las novelas, algunas de las cuales tuvieron un gran éxito en Venezuela. Pero no se convirtió en un novelista que se desbaratara por alcanzar Anagrama, Tusquets o cualquier otro emporio editorial. Eso sí: fue siempre un exquisito y un "raro". Era, como él mismo dijo alguna vez, "zurdo, judío, burgués y homosexual; sólo me faltó ser negro." Fue, sin embargo, lo que cualquiera podría llamar "un hombre de éxito".

Tuvo la fortuna de nacer en una familia acomodada, lo que le permitió educarse en los Estados Unidos y en Inglaterra, hecho que jamás le perdonaron ciertos colegas: sí, sí, escribe obras de teatro más o menos estructuradas, pero que no penetran en la realidad política venezolana, y cosas así. En parte era verdad. Los dramas de Chocrón son de otra índole. Sus intereses estaban puestos no tanto en "el compromiso político", que en los años 60 y 70 era inevitable, sino en la indagación de la existencia, la individualidad y las afinidades electivas.

Creo que alguna vez confesé la adolescente aventura de escribirle a Monte Avila Editores para decirle cuánto admiraba su obra. Entonces había leído "Mesopotamia", me parece, una pieza en la que en apariencia no sucede nada, como no sean los altercados entre varios miembros de una "familia elegida", como decía su autor, esto es, la familia no otorgada en virtud del nacimiento sino la reunida por propia decisión. Él contestó a mi carta, sí, pero con el envío de un libro, una novela, no de una carta. Se trataba de "50 Vacas Gordas", que leí de inmediato. Me gustó, pero nunca como sus obras teatrales. Y seguí extrañando unas líneas suyas para este admirador mexicano, más asiduo a su literatura dramática que a la de algunos coterráneos. Por cierto, en "Mesopotamia" suceden el desmoronamiento y la muerte.

Chocrón era un estudioso y un especialista en Shakespeare. En la juventud me preguntaba cómo alguien que conoce tan bien al autor de "La Tempestad" escribía de tan distinta manera. Quiero decir: la construcción de sus obras no es shakespeariana; tiene más qué ver con Tennessee Williams o con Arthur Miller, no sé. Comprendí que es imposible, en nuestra época, escribir como Shakespeare. Y lo es por dos razones obvias: el mundo es otro y el Cisne de Avon era un genio. Tan simple.

¿Qué me atraía tanto de las obras de Isaac Chocrón? Creo que algo que encontraba seductor en su sintaxis, la densidad de sus personajes, la presencia misma del autor, que adivinaba entre líneas, la velada revelación de la diferencia, la paulatina destreza que adquirió en la elaboración de sus dramas. Desde que en los años 70 vi montada "La Máxima Felicidad", en la que dos mujeres comparten su amor por un muchacho, hasta la puesta en escena de esa suerte de elegía que es "Escrito y Sellado" -con un espléndido Jesús Valdés y un buen elenco dirigido por el regiomontano Luis Martín, aquí, en Saltillo-, Isaac Chocrón fue siempre uno de mis dramaturgos contemporáneos más queridos.

Si no es internacionalmente célebre, no me importa lo más mínimo. El teatro -como la poesía- no es ya un espectáculo de masas, como ahora el futbol. Diría que ni siquiera es un espectáculo. Es, más bien, una ceremonia, un ritual que se oficia ante o con la presencia de unos cuantos. ¿Suena metafísico y artaudiano? Tampoco me importa. Si así suena es que así quiero decirlo. La celebridad de Isaac Chocrón, como suele ocurrir en América Latina, este otro archipiélago de soledades, quedó enclaustrada en Venezuela y quizás en ciertos rincones de la lengua castellana.

Es extraño que haya sentido más cerca al autor de "La Revolución", "Animales Feroces" y "Clipper" en la soledad privilegiada de la lectura que frente a los escenarios. ¿Será verdad eso de que el destino último de un texto dramático es el espacio escénico? De tan dicha y redicha, la frase ya me parece sospechosa. Acaso sea así desde el punto de vista del ego del artista o desde ¿la mercadotecnia?, pero... Empiezo a pensar en esto con cierta duda. ¿Cuántas veces hemos visto en escena -en escena, digo, no en la pantalla cinematográfica- alguna obra de Corneille, Racine, Esquilo, Schiller, Ghelderode o del mismo Shakespeare? En cambio, las hemos leído -o podemos leerlas (o escucharlas). Y muchas veces, cuánto hemos aprendido de ellas y cuántas puestas en escena hemos realizado en el foro ilimitado de nuestra imaginación. No entiendo por qué leer "teatro" aburre tanto a la gente. O simplemente leer.

El tiempo ubicará la obra de Isaac Chocrón en su lugar correspondiente. Él se había despedido ya de la dramaturgia y parece que se encontraba entusiasmado con su papel de novelista. Para mí seguirá siendo un dramaturgo, un poeta del drama. Y como tal, creo que este mimado de la vida dijo más de su momento histórico que "los comprometidos", ésos que entronizaron al señor Chávez. En fin, no esperaré más unas líneas suyas. Tampoco iré a Venezuela.




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