El Viernes Santo y su lección

Opinión
/ 2 octubre 2015

Salí a tomarme un descanso. Tenía muchos años que no lo hacía, y lo necesitaba. Los altibajos del boxeo son verdaderamente dramáticos, por las presiones que conducen a los intereses creados a tener como único rey al dinero.

Cuando apenas tenía 20 años de edad, un año después de la muerte de mi madre, salí un viernes santo con unos amigos a las playas de Tampico. Había guardado un año de severo luto y era mi primera salida.

Como perdí el carro donde habíamos viajado, tomé un autobús por la noche para volver a Ciudad Valles. Bajo profundo sueño me deslicé hacia la puerta de emergencia, que se abrió, y salí disparado. Dos meses de inactividad entre casa y hospital y 49 lesiones y fracturas, con ambas manos sin carne alguna, fue el resultado. No era mi destino la muerte en esa ocasión.

Nunca más, desde entonces, viajaría en Viernes Santo. Lo dedicaría a la reflexión y a sufrir con Cristo en mi mente el día más sanguinario, más vil, más inhumano, más injusto de toda la historia universal, con un calvario, un castigo físico y una crucifixión por una parte de la sociedad, de entonces sanguinaria, y sin alma. Los viernes santos acostumbro ver alguna película de Cristo.

Este viernes vi La Pasión de Cristo y tuve en ocasiones que volver mi cara lejos de la pantalla. Habrá quienes no crean en Dios.

Pero ¿habrá alguien que no reconozca que Jesucristo existió tras agigantarse más y más tras dos mil años de su crucifixión? ¿Habrá alguien que rechace que su leyenda, la leyenda de Dios, sea la paz, la bondad, la compasión, la igualdad de las razas y el compromiso del ser humano de vivir para servir a quien lo necesite?

Hay muchos que ven al boxeo como un deporte de mera violencia.

No lo puedo dudar, porque sí lo es, pero también es visto como uno de los pocos que ofrecen una oportunidad de vida, de éxitos, de fe. Como lo comprobamos en muchos vestidores del mundo, donde siempre existe un altar ante el que todos se persignan, tal como lo hacen muchos en sus banquillos antes o durante el combate, lo que es hacerlo por la cruz de Cristo. Ese tradicional abrazo entre boxeadores tras haberse tirado con todo, es respeto a otro ser humano contra el que se compitió, como una demostración de fe y respeto.

Y pensar que hay personas de pantalones largos que abusan y los roban para conducirlos a una vida futura de pobreza extrema. Se requiere de todo el medio del boxeo para evitar esto.

Es por ello, y siguiendo las enseñanzas de Cristo, que el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) se apresta a tomar como prioridad programas que conduzcan a formar un fondo financiero que nos permita ayudar a los boxeadores desamparados, como lo hace Carlos Slim, con 27 excampeones mundiales con una pensión vitalicia; seguir el ejemplo de Jean Claude Biver de Hublot, quien otorgó un donativo millonario, y otros que seguramente vendrán siguiendo los ejemplos mencionados.

Mientras tanto, el boxeo debe seguir su marcha.

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