Serena Morena

Opinión
/ 2 octubre 2015

"Un tecito de los del peje", sugerí. Sí: una infusión de tila, un toque de valemadrina, una pizca de serenidad ¡lo que sea!, pero que vuelva la paz al sureño hogar. Y es que, querido lector, "su" humilde morada arde en llamaradas del petate poselectoral. Así como lo lee. Sin querer ufanarme de más, me atrevería a comparar mi semana con la de don Zambrano, don Madero, don Monreal, anexos y conexos del PAN-PRD, que siempre sí se quieren, porque del odio al amor hay solo un voto.

La perrada adelina, la Oti y la que escribe, lo hemos pasado fatal. Usted deje de lado a Enrique Peña Nieto y sus supuestas lavanderías Monex de lado. Lo vivido en el sureño hogar es peor que una discusión Fox vs. Fox. Hemos sido víctimas de una montaña de sal.

Sí, salados, querido lector.

Extorsión, cuasi levantón y, por si fuera poco, un perro extraviado.

Pero hago un alto en este texto y me explico paso a paso.

El primero es, precisamente, un mal paso. Un desvío en el camino que casi le cuesta la vida a la Oti, la alegría de mi hogar, y no porque la fuera yo a matar de un grito. Eso jamás. Sino porque presa del pánico de ser la emisora de un: "Disculpe, señora, se me perdió el Bruno", la Oti estuvo a dos latidos de un paro cardiaco.

Como cada mañana, ella, su metro y medio de estatura, y los tres canitos que conforman la perrada, cogieron rumbo al parque. Saludos por acá, guiños por allá, buenos días por acullá y, de pronto, la sensación de viajar 40 kilos más ligera.

-¡Ayy, señora! Como que yo sentía que los perros ya no jalaban tanto y al mismo tiempo escuché una cadena arrastrar.

Efectivamente, querido fabuler@, ahí donde cuadras antes hubo un cuello de perro, de súbito, ya no había nada. Y la Oti, literal, como si nada. Escuchando el arrastre del metal, la estela ruidosa de la desgracia, el collar sin animal en medio y, ni aún así, se le ocurría hacer un alto en el camino. Pausa. Stop. Contar cabezas. ¡Nada!

Ella en lo suyo. La paseadera a lo "güey". Triquiti-traquiti sonaba una de las correas, y ella siguió de frente, como presidente en desfile de despedida, inconsciente de la catástrofe a su alrededor.

Ingresó al parque y, sólo ahí, notó que ya no eran tres, sino dos tristes perros quienes la acompañaban.

-¿Y Bruno?... ¿El Bruno?. ¡¡¡Brunito!!!. Ni un miserable ladrido en respuesta. Que el perro se había perdido. Así que ya desubicado el perro, ella encargó a los otros dos con una desconocida y se echó a correr. Una, dos, tres, calles. A lo lejos el Bruno: cola alegre, nariz oliente, encantadote, hurgando y meando, porque él, Dios gracias, no sabía que estaba extraviado. Mi perro era feliz, como candidato electo que no intuye la tempestad que se avecina. Otilia lo abrazó, le lloró. Bruno, por su parte, se dejó chiquear.

Ese asunto superado. Vamos al segundo paso. Un tropiezo, para ser precisos. Mismos protagonistas, mismo paseo, misma saludadora, mismo parque. Dos extraños: una pareja para ser precisos.

-¡Ayyy pero que perros tan lindos! ¿Son suyos?

Y una vez más, la Oti cayendo a lo "güey".

-¡Qué amables! No, no son míos. Acarícienlos, con confianza.

La pareja le tomó la palabra. Una sobada. Una palmada. Que tómenos la foto de favor y que, en ese instante, ya se echaban a correr con la Canuta a cuestas. De los tres perros, la más ligera, pero, aún así, un fardo. Un pedazo de plomo para los robaperros, pues la canita luchó, resistió, mordió y, posteriormente, huyó.

Gritos desesperados de Otilia. Vecinos enardecidos. Los delincuentes dijeron patas para que las quiero y corrieron perseguidos por una tormenta de piedras y vituperios.

Una vez en casa, y luego de conocer la tragedia, su Adelita dio parte a las autoridades.

Tercer y último paso de sal. El paso de la muerte o escalón previo al marcapasos para la pobre Otilia, diría yo.

Día Miércoles. Suena el teléfono y ¡ohhh! La llamada de la ignominia.

Sari, hija menor de Oti, contesta y escucha:

-"Páaaaasame a mi mamá', sniff, sniff", sonó una voz femenina deformada por el llanto.

-¿Nallely?, preguntó la hermana menor.

Pero, Sari, ya no escuchó la voz de lágrimas, sino a un hombre que ordenaba pásame a tu mamá ahora mismo. Niña aterrada entregó el teléfono a la madre.

Empezaron los insultos y la amenaza:

-Si quieres ver a Nallely viva vas a seguir mis instrucciones "hija de ."

Otilia corrió en busca del teléfono fijo del sureño hogar. Le aventó el celular de vuelta a una Sari asustada que siguió oyendo improperios pero, astuta, guardó silencio.

Mientras su madre intentaba hacer contacto con su hija Nallely en Ecatepec, Sari ingresó a mi habitación. Me extendió el móvil.

La que escribe paró oreja. Luego recordó los noticieros, las notas de prensa y los relatos de algunos reclusos entrevistados en el pasado, y reaccionó.

-¡Mira hijo de tu purita y manchada madre! ¡Vete a la chi. y chin. a otra persona! Extorsiona a otro imberbe y ya no seguí con la lista de mis improperios favoritos pues Oti volvió a la recámara, con lágrimas en los ojos, y anunció que tenía a Nallely en la otra línea. Colgué el celular.

En ese instante, nos abrazamos y nos echamos a llorar. La televisión estaba encendida. De fondo, la imagen de Andrés Manuel López Obrador exaltado. Y ahí recordé su consejo. Si él no quiere recordarlo, pues nosotras sí.

Té de tila y pasiflorina. Una dosis de serenidad en tiempos de tremenda oscuridad.

El Universal


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